Masculinidad tóxica: desde la esfera más pequeña hasta el Estado
Por Emilio Cruz Lopez
Los humanos tendemos a buscar diferenciarnos con la intención de generar una identidad propia, no existe un problema particular con esto, pero sí se presenta cuando nos estructuramos en torno a la diferencia sexual y construimos expectativas sociales, profesionales, académicas y familiares con base en esto. Los estereotipos de género han seguido una lógica histórica en nuestro mundo, no son actitudes o conductas aisladas, es un sistema que ha imperado desde lo más alto del Estado hasta nuestras relaciones interpersonales.

Creer que por tener una fisonomía diferente también tenemos actitudes y aptitudes distintas es el primer error que desde los servicios básicos y públicos se observa, que constituyen la base del heteropatriarcado (Vela Barba, 2018). Nuestras sociedades se han estructurado y construido en torno a los roles de género, que son conductas estereotipadas por la cultura, pero no son de ninguna manera un destino. Pueden y deben modificarse dado que son tareas o actividades que se espera realice una persona por el sexo al que pertenece (Vela Barba, 2018).
Ser biológicamente diferente no implica ser socialmente desigual. El hecho de que mujeres y hombres sean diferentes anatómicamente los induce a creer que sus valores, cualidades intelectuales, aptitudes y actitudes también lo son. Los hombres no nacemos, nos hacemos hombres. Experiencias socioculturales que nos orientan para creer que las masculinidades son el ideario de cualquier hombre.
La masculinidad se puede definir como un conjunto de prácticas sociales en el contexto de las relaciones de género que afectan a la experiencia corporal, a la personalidad y a la cultura de hombres y mujeres (Valera 2008).
La masculinidad tóxica es una construcción social del sistema heteropatriarcal que define cómo ser hombre desde una única forma con base en roles de género que engrandecen a los hombres por encima de las mujeres. (Valera 2008)
La historia del hombre es una historia de conquista, resistencia y violencia. Desde la esfera más pequeña hasta el Estado. Así, en la actualidad aun vemos como del “novio” se espera que defienda a su pareja frente a la agresión o incluso mirada de otro hombre; del “amigo”, que ayude si se está metido en una pelea; y del jefe de gobierno que esté dispuesto a llevar a su país a la guerra si las circunstancias lo requieren.

En las relaciones internacionales y a lo largo de la historia se ha justificado el uso de la violencia para mandar un mensaje de respeto. Sin embargo, son actitudes creadas y justificadas con el pasar de los años que generan una única forma de “comportamiento”.
Todos los géneros sufren los efectos de la imposición patriarcal de los roles tradicionales, sin embargo, el sufrimiento del hombre a veces pasa desapercibido, precisamente porque no creemos que esto pueda afectarnos.
Desde esta óptica, un “hombre” no puede mostrar vulnerabilidad, tiene que mostrar su “hombría” que se traduce en dureza, agresividad y tolerancia a todos los riesgos. Esto por supuesto es muy atractivo en la política, tomar decisiones “arriesgadas o agresivas” que muchas veces son innecesarias demuestran tu “masculinidad” como político. Las Relaciones Internacionales han construido a los hombres históricamente; las masculinidades nunca se visibilizan, pero sí la feminidad de un hombre (Hooper, 2014).
Desde Napoleón hasta Marcosi, ambos, independientemente de sus ideologías y decisiones políticas, fueron cuestionados y criticados por su altura. El ser “femenino” en la política representa siempre un problema más para un gobierno. Es así como desde una perspectiva de género llegamos a otros fenómenos históricos como el militarismo y el colonialismo, que son la mayor expresión de corporalidad al separar los cuerpos hacia qué es más sabio, masculino y poderoso (Hooper, 2014).
Otro ejemplo importante se presentó con uno de los presidentes que utilizó el mensaje masculino como forma de gobernar. En la toma del capitolio, Donald Trump, alentó a sus seguidores a “luchar”, menospreciando a congresistas demócratas por el hecho de ser “débiles”; haces menos a tus oponentes políticos por su debilidad física y mental, mientras tú te reflejas como el partidario fuerte. Nuevamente, si analizamos este evento desde una perspectiva de género quizás la multitud no es que fuera abrumadoramente blanca, sino más bien que era mayoritariamente “masculina”.


Es absolutamente necesario disociar la masculinidad del valor, del dominio, la agresión, la competitividad, el éxito o la fuerza, todos estos son aspectos que promueven conductas violentas. Y, por otro lado, buscar la prudencia, la expresión de sentimientos, la capacidad de tener empatía y la solución pacífica de conflictos.
Este es el reto que como hombres enfrentamos en la sociedad de hoy, buscarlo supone un esfuerzo que no solamente implica renunciar a los privilegios que tenemos por el simple hecho de ser hombres en un mundo en dónde se asesinan mujeres por el hecho de ser mujeres, también, se trata de cuestionar nuestros hábitos, identidad y la imagen que tenemos tanto de la “feminidad” como lo “masculino”.
Se debe partir de la base de querer ser personas justas y respetuosas, socializar con las infancias y jóvenes el cuidado, reconocer el dolor, las angustias emocionales, el normalizar pedir ayuda y particularmente que no se necesita demostrar que se debe ser fuerte o valiente.
La heterosexualidad no es sinónimo de ser masculino. El creer que la testosterona tiene un papel en hacer a los hombres más violentos es un error, científicamente no existe un vínculo entre la violencia y la testosterona, pero la política ha encontrado la manera de darle una justificación.
No hay masculinidades únicas, no es innata ni natural. La socialización de estas prácticas se ha encargado de reprimir y fomentar actitudes “adecuadas” para cada sexo que únicamente generan desigualdad entre todos los géneros. Como reflexión personal es importante preguntarnos: ¿Cómo se ve a la masculinidad en tu entorno? ¿Cómo has replicado estas ideas en tu vida? ¿Qué puedes hacer para cambiar estas prácticas?
Emilio Cruz López (México): Estudiante de Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Iberoamericana.
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