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(De)construyendo la droga

Si hablamos de consumo de drogas lo relacionamos inmediatamente a los tiempos que corren. Creemos que es algo propio de las nuevas generaciones, que es cuestión de centennials y millenials, símbolo de los revolucionarios, de aquellos que van contra el sistema, de los incomprendidos. La realidad no podría ser más distinta. El avance de la tecnología y su aplicación en la arqueología ha dado resultados increíbles: las drogas eran, en buena medida, parte fundamental de la vida de las antiguas civilizaciones.

Utilizadas en forma medicinal, con funciones ceremoniales, espirituales o simplemente recreativas, las mismas llevan en nuestras vidas mucho más tiempo del que habríamos imaginado. Si bien no es un asunto contemporáneo, es innegable que actualmente el tema toma relevancia con los movimientos “pro-legalización” alrededor del globo, lo que hace encender nuevamente el debate. Desde Diplomacia Activa te invitamos a conocer durante este mes un poco más sobre el uso de estupefacientes y las circunstancias que lo rodean; ¿Te animás?

El uso desde la antigüedad de diferentes tipos de narcóticos nos sorprende, pero la realidad es que su utilización era más común de lo que nos podríamos imaginar. El empleo medicinal del opio y del cannabis ya era bien conocido para el año 2500 a.C. y su empleo como psicodélico tanto en ritos religiosos como para recreación no tardó mucho más en aparecer. Las drogas disponibles en aquel entonces no eran muchos más variados que los opiáceos, el cannabis y los hongos. Para el año 1800 la planta de coca ya había sido introducida en Europa y para el 1855 se logra aislar por primera vez el alcaloide (en un principio llamado eritroxilina y luego modificado al nombre que llega a nuestros días, cocaína). Fue el comienzo de un fenómeno que cambiaría la forma de ver el mundo. Freud, padre del psicoanálisis, ya escribía sobre este polvo blanco (léase Über Coca) y lo recomendaba muchas veces para tratar, irónicamente, la adicción a la morfina; además es sabido que era un consumidor empedernido de la misma.

Con el correr de los años se fue viendo un considerable incremento del implemento de la cocaína tanto en la medicina (estimulante y sustituto de otras drogas) como en el mercado (la primera receta conocida de Coca Cola poseía en pequeñas dosis). En la primera mitad del siglo XX se incrementó exponencialmente el uso de las drogas teniendo como factor principal a las guerras. Con el avance de la tecnología se puso a disposición de los altos mandos, y por ende de los soldados, de una amplia gama de psicoactivos. La morfina para tratar heridas, la cocaína para poder mantenerse despierto en los turnos nocturnos y la nueva metanfetamina para convertir a los combatientes en máquinas al estilo ‘Terminator’ para realizar campañas que no hubieran sido posibles de otro modo ¿uno de los mejores ejemplos? la Blitzkrieg nazi.

El Pervitin fue la droga administrada por la Alemania nazi a sus soldados en la Blitzkrieg (guerra relámpago)

Con el paso del tiempo, el surgimiento de nuevas generaciones —los Baby Boomers principalmente— y los constantes avances tecnológicos, dieron lugar a un aumento de los consumidores y también a la experimentación de nuevos estupefacientes, cada cual más fuerte a la anterior. LSD, MDMA, ketamina y heroína pasaron a ser drogas de culto en Estados Unidos, “cultura” de la que se fue contagiando Europa y, más tarde, América Latina. Durante las décadas de las ’80 y ’90 el consumo se vio incrementado, llegando a crearse en 1997 la Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Delito (UNODC). Esta alza de los psicodélicos estuvo acompañada, como cabe de esperar, de un aumento en las muertes por sobredosis, de adicciones, y de enfermedades e infecciones.

Por la capacidad destructiva y adictiva que estas poseen es que siempre se ha tratado de legislar acerca de su producción, comercio y utilización. Desde las primeras apariciones en el Corán sobre la prohibición del alcohol hasta las más modernas y sofisticadas leyes, el mundo ha tratado de regular dichas sustancias, conscientes del poder de las mismas. Desde un punto de vista internacional, el primer acto donde se comienza a reglar el uso de opiáceos se da en la Convención del Opio (1912). A partir de ese momento las Convenciones fueron diversas, pero sin modificaciones relevantes debido a que la utilización de psicoactivos, si bien era generalizada, no se consideraba un problema sanitario ni de seguridad.

La piedra angular de las restricciones es una trilogía de pactos que comenzaría a erigirse a principio de los años ’60 con la Convención Única sobre Estupefacientes, donde se asentaron las bases de un marco legal internacional. La segunda tardaría una década en llegar y se materializó con el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de la ONU, incorporando a las conocidas “sintéticas”. Dicha trilogía se cierra con la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Drogas Psicotrópicas en la cual finalmente termina de consolidarse el trabajo que suma un marco legal sin precedentes que agrupa a 175 países.

Bolivia regresó a la convención sobre droga luego de que la ONU permitió el cultivo de hoja de coca para ser masticado, una tradición ancestral del país.

El ámbito legal varía y se mueve junto con los usos y costumbres de la sociedad. A raíz de esto y de una presión social constante, muchos países han comenzado a optar por la “despenalización” (son ilegales, pero no imponen una pena). El lugar por excelencia donde se realiza esta práctica es, sin duda alguna, los Países Bajos; a pesar de la falsa creencia de “tolerancia total”, en este país se entiende desde hace años que prohibición fomenta el consumo y la ilegalidad por lo que tienen actualmente una política de “legalización de facto”, su uso se “permite” al igual que la venta en los Coffe Shops de drogas blandas, pero la venta a gran escala sigue siendo considerada un delito. La situación es similar en España e Italia donde la tenencia de pequeñas cantidades de cannabis no está penada. En América la situación varía ya que en Canadá se permite la plantación de cannabis para uso personal, al igual que en algunos estados de Estados Unidos no se penaliza la tenencia de pequeñas cantidades para consumo propio. En Uruguay es completamente legal la utilización de marihuana más no la producción, elaboración y venta de la misma. Por su lado, Argentina si bien prohíbe cualquier tipo de acción que implique esta clase de sustancias, ha optado desde el “Fallo Arriola” una especia de despenalización de facto de la posesión para consumo propio.

Por lo antedicho notamos que Occidente parecería que se decanta por la despenalización de aquellas denominadas “blandas” (no así con las “duras” tales como el MDMA, LSD, etc.), mientras que Oriente presenta mayor rigidez en cuanto a la legislación, donde la posesión —aunque sea residual— puede hacernos enfrentar bastantes años en prisión o incluso la pena de muerte en países como Arabia Saudí, Indonesia, Japón o Singapur.

La venta y producción está prohibida según el marco internacional pero, como nos demuestran los incontables ejemplos a lo largo de la historia, la penalización lleva a la ilegalidad y fomenta el narcotráfico. Este negocio mueve millones de dólares al año, y es utilizado por políticos, guerrillas e incluso por grupos terroristas para financiar sus actividades delictivas. Esta situación, en un marco común por demás restrictivo y con las variantes que se presentan en las legislaciones locales, contribuyen a tensiones entre los países afectados por el circuito productivo y comercial, derivando en muchos casos en conflictos entre los mismos o hasta puertas adentro.

La producción, tráfico y consumo de drogas trasciende fronteras, no discrimina entre pobres y ricos, entre jóvenes y adultos, entre europeos o americanos, están a la vuelta de la esquina al alcance de todos. En este contexto es fundamental la cooperación y coordinación de la comunidad internacional en la búsqueda de un marco legal común con una ideología moderna del siglo XXI, y no con normativa anticuada de épocas cuando la situación no se asemejaba en nada a los niveles y medios actuales.


Francisco Sánchez Giachini (Argentina): estudiante de Abogacía, Universidad de Mendoza.

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