Abriendo cajas de pandora
Una breve reflexión sobre los riesgos globales en el contexto de la post-pandemia y la manera de abordarlos.

En el año 1986 el sociólogo alemán Ulrich Beck publicaba el libro denominado “La Sociedad del Riesgo”. El 26 de abril de ese mismo año se produjo el accidente en la planta nuclear de Chernóbil en la actual Ucrania que causó el desastre nuclear más significativo en la historia de la humanidad. Una nube radiactiva se extendió por gran parte del continente europeo provocando pánico entre la población. Ese episodio hizo evidente la fragilidad del mundo moderno y, en particular, Europa experimentó los riesgos propios de la modernidad. Además, conmocionó a la comunidad internacional entera y alteró radicalmente aquella región, precipitando de este modo la crisis de la antigua Unión Soviética.
Como resultado de estas dinámicas globales, el riesgo se ha constituido en la manera de vivir en la Modernidad y sigue siendo la condición de la humanidad a principios del siglo XXI. Con la pandemia desatada por la COVID-19, se ha vuelto a hacer patente la necesidad de analizar el peligro en la planificación de políticas públicas y en las capacidades anticipatorias de problemas a futuro. Este artículo procura analizar y reflexionar acerca de la condición del riesgo actual tras la situación que se enfrenta por el coronavirus. Pretende explorar las amenazas y, de igual manera, plantear interrogantes acerca de qué se está haciendo al respecto.

En primer lugar, en línea con el planteo conceptual de Ulrich Beck, cabe destacar que la sociedad del riesgo es la condición estructural inevitable de la industrialización avanzada. En una perspectiva macro histórica, la posibilidad de que ocurra una desgracia se ha incrementado en la medida que las sociedades se han convertido en sistemas cada vez más complejos, desde los inicios de la Revolución Agrícola pasando por la Revolución Científica hasta llegar a la industrialización en sociedades más avanzadas desde el punto de vista científico-tecnológico. A medida la civilización industrial ha desarrollado estas capacidades y ampliado el dominio de herramientas, se ha permitido notables avances en múltiples ámbitos, sin embargo, al mismo tiempo han aumentado los peligros. Estas incertidumbres fabricadas por el propio ser humano hacen que los contextos sean cada vez más volátiles, complejos, inciertos y ambiguos. Incluso en la comunidad científica se ha planteado la necesidad de introducir un término diferente para designar la época geológica actual. Gran parte de los científicos sugieren que hemos ingresado en un período denominado Antropoceno, una época que se caracteriza por los cambios radicales que ha causado la actividad humana en los ecosistemas y en la biodiversidad del planeta.

En segundo lugar es necesario caracterizarlo y para ello se pueden mencionar tres rasgos principales que presenta: es deslocalizado —sus causas y consecuencias no están limitadas a un lugar o espacio geográfico en particular— por lo tanto, sin una cooperación eficaz a nivel global es imposible desarrollar medidas eficaces; sus consecuencias son incalculables ya que en el fondo son hipotéticos por el desconocimiento de sus potenciales impactos a futuro; y por último, una vez que se materializan en eventos catastróficos son incompensables por lo que se vuelve demasiado tarde tomar medidas al respecto y solo queda la mitigación de impactos y la prevención para que no vuelvan a repetirse.
El estado en el que se encuentra hoy el mundo plantea una situación paradójica y hasta en cierto punto contradictoria. Por un lado, la globalización generó una mayor interdependencia y conectividad entre los países. La telaraña de redes a nivel mundial se ha intensificado y los flujos de información, personas, bienes y servicios a través de las fronteras nacionales se han incrementado con el desarrollo de aquella. Sin embargo, lo curioso es que este espacio global carece de mecanismos efectivos de gobernanza. El multilateralismo de hoy presenta déficits a la hora de abordar riesgos y amenazas que trascienden las fronteras de los Estado-Nación y que tienen la particularidad de ser asuntos sistémicos. Los organismos internacionales están cada vez más limitados a la hora de proporcionar bienes públicos globales. Y como resultado de lo mencionado obtenemos que el principal dilema del siglo XXI será cómo abordar la complejidad de estos fenómenos transnacionales permaneciendo atados a la concepción tradicional de soberanía nacional y, en consecuencia, a la acción particular de cada Estado ante las amenazas. La dificultad de cooperación y coordinación entre los países quedó en evidencia frente a la expansión del virus, demostrando la fragilidad del multilateralismo.
En pocas palabras, los peligros que se presentan se pueden agrupar en varias categorías según su naturaleza: ambientales, tecnológicos, geopolíticos, económicos y sociales. Según el Reporte Mundial sobre Riesgos 2020 elaborado por el Foro Económico Mundial se pueden mencionar desde múltiples enfermedades infecciosas, el cambio climático, pérdida de la biodiversidad, migraciones masivas, el desarrollo de la inteligencia artificial, la utilización de la ingeniería genética, ataques cibernéticos, el aumento de las desigualdades sociales, la polarización política, el control y acceso de los datos, etc.
Ante estos riesgos cabe plantearse una serie de interrogantes a modo de reflexión final. ¿Qué tan bien preparados estamos para prevenir fenómenos de tal dimensión? ¿En qué nivel de los problemas estamos actuando? ¿Estamos accionando sobre la superficie de los conflictos, las causas sistémicas o en las cosmovisiones y mitos más profundos que enmarcan nuestros modelos mentales? ¿Es posible sostener el mismo modelo de desarrollo capitalista sin poner en peligro la supervivencia de la vida en el planeta a largo plazo? ¿Se puede encarar dificultades tan complejas desde aproximaciones reduccionistas y simplistas? ¿Hay posibilidad de abordarlos desde el sistema de Estados-Nación sin ningún tipo de cooperación a nivel global?
La modernidad nos ha convertido en sonámbulos que caminan ante los espejismos del progreso material ilimitado. Ante esta falta de visión de largo plazo, es nuestra obligación salir de ese camino y pensar en nuevos modelos de organización social donde la vida sea el valor fundamental presente en la toma de decisiones.
El desarrollo material se puede convertir en un boomerang que nos coloque en una situación de peligro de la cual ninguno estará exento de su impacto a futuro. En consecuencia, el mismo ser humano se ha convertido en su propia amenaza para la sostenibilidad de la vida en el planeta. Solo realizando un cambio interior individual que se proyecte en la organización colectiva de nuestras sociedades, será posible realizar transformaciones efectivas.

Fernando Ruiz (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales; investigador y divulgador científico; e integrante del Centro de Estudios Prospectivos de la Universidad Nacional de Cuyo y del Centro de Estudios de la Circulación del Conocimiento Científico.
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