La energía como arma geopolítica

Cuellar Luka Santiago.
La transición energética ha inaugurado un nuevo lenguaje del poder: quien controle la energía, los minerales críticos y las cadenas tecnológicas dominará la geopolítica del siglo XXI.

El poder en la era de la transición energética.
La transición energética está reconfigurando el poder global al convertir la energía, los recursos estratégicos y los minerales críticos en herramientas de competencia geopolítica. Este proceso da lugar a un nuevo lenguaje del poder global, en el cual la energía se posiciona como un eje estructurante del tablero internacional contemporáneo. En este contexto, el tópico energético se ha posicionado en este siglo como el principal eje de la reconfiguración del tablero de poder a nivel global. Desde el realismo, es posible explicar la lógica y el accionar de estados como China, Rusia y EE. UU. y entenderlo como una búsqueda de hard power, de control territorial y de posicionarse como líderes en esta carrera energética. Si bien algunos autores sostienen que el poder duro es algo del pasado, en consecuencia, Joseph Nye plantea que el poder duro nunca pasó de moda, y que se ha combinado con el smart power, definiéndolo como la habilidad de combinar poder duro y blando. Es un repertorio de estrategias.
Los aportes de Keohane y Nye sobre la interdependencia compleja explican cómo las asimetrías en los flujos económicos generan sensibilidad y vulnerabilidad. Esto permite entender que la energía puede ser vista como un factor de coerción e influencia cuando un actor posee la capacidad de afectar la autonomía del otro. Los actores menos dependientes en una relación de interdependencia (como los países exportadores de gas, petróleo, etc) a menudo poseen un recurso político significativo porque cualquier cambio en la relación que ellos inicien o amenacen con iniciar resultará menos costoso para ellos que para sus socios (los países consumidores).
El propósito de este artículo es analizar cómo la transición energética reconfigura las dinámicas de poder en el sistema internacional, a partir de los casos de Rusia-Ucrania y China, integrando enfoques del realismo, la geopolítica clásica y la interdependencia compleja.
La geopolítica energética como factor de poder.
Dentro del ámbito de la geopolítica, hay distintas corrientes que plantean que quien tiene el control territorial de ciertas zonas y sus recursos es quien tiene el poder. Algo parecido es lo que busca transmitir Mackinder con la teoría del Heartland que, si bien se concentra en Eurasia, es posible utilizar la premisa base del control territorial para comprender cómo en el escenario contemporáneo, el dominio sobre los recursos energéticos se ha convertido en un factor central de poder en el sistema internacional. A modo ilustrativo, para entender con mayor claridad cómo la geopolítica funciona, es posible ejemplificar a través de dos casos: el de la guerra entre Rusia y Ucrania y el de China y el control de los metales críticos.
En el primer caso, el conflicto entre Rusia y Ucrania ofrece un ejemplo paradigmático de cómo la energía puede convertirse en herramienta de poder. Brzezinski (1997) argumenta que el control de Eurasia determina el equilibrio global; en el conflicto ruso-ucraniano, la energía opera como un instrumento para estructurar ese dominio. En línea con esta perspectiva, Ucrania ocupa un rol crucial en el tablero euroasiático: su alineamiento y control determinan la proyección de poder rusa. La presión energética ejercida por Moscú hacia Europa y Ucrania se inscribe en esta lógica geoestratégica, donde el suministro de gas funciona como un instrumento para preservar su poder en la región.
Durante años, Rusia explotó su posición como principal proveedor de gas y petróleo de Europa, utilizándose como un instrumento de influencia estratégica. El control sobre estos flujos energéticos le permitió ejercer presión política e influenciar decisiones gubernamentales. En respuesta, Europa buscó contrarrestar este mecanismo de presión estratégica mediante el Pacto Verde Europeo, orientado a alcanzar la neutralidad climática y disminuir la dependencia de proveedores externos. La aceleración de la transición energética, la transformación de los sistemas productivos y el impulso a energías renovables se convirtieron en medidas clave para enfrentar la exposición al suministro ruso.
Esta dinámica permitió a Rusia reforzar su posición estratégica y avanzar en una lógica realista de maximización de poder, orientada a resguardar intereses nacionales fundamentales e impedir que la OTAN penetre su zona de influencia. Ucrania no solo tiene un papel importante debido a su proximidad geográfica, sino que actúa como un intermediario o un corredor energético entre Rusia y el resto de Europa. Mucho antes de las intervenciones por parte de Ucrania en el 2014 y el 2022, ya existía una desconfianza mutua entre Kiev y Moscú, lo cual en reiteradas ocasiones desembocó en el corte del suministro energético a parte de Ucrania y distintas zonas de Europa. En consecuencia, la energía se convirtió en un instrumento central de coerción. En este contexto, la disputa energética no sólo precedió al conflicto militar, sino que contribuyó a configurar sus causas y a profundizar la lógica de confrontación.
Por otro lado, el caso de China se caracteriza por la concentración de más del 75% de los metales críticos. Pekín ha ejecutado una estrategia deliberada durante décadas para controlar no solo la extracción, sino, crucialmente, el procesamiento y refinado de estos materiales (85-90% de las tierras raras), convirtiendo los minerales en un arma de negociación formidable. Frente a este escenario, EE. UU. y la Unión Europea buscan reparar estas desigualdades mediante estrategias defensivas, como lo hicieron con la creación de la Ley de Materias Primas Críticas.
Desde el institucionalismo neoliberal de Keohane, las iniciativas europeas de diversificación energética pueden interpretarse como mecanismos para reducir vulnerabilidad y administrar interdependencia, que el sistema internacional se caracterice por ser asimetrico no impide el hecho de poder recurrir a la cooperación mediante distintos tratados y leyes internacionales buscando disminuir costos y supervisando el cumplimiento de los acuerdos que contribuyen a establecer reglas compartidas
La concentración de estos metales en las manos del gigante asiático generó una fuerte dependencia internacional y también lo ha consolidado como actor central en las cadenas de valor verde, que son una estrategia nacional para transformar sus cadenas de suministro en modelos sostenibles, abarcando desde la producción hasta el consumo, se enfocan en la ecologización de industrias, la adopción de energías renovables y tecnologías limpias, la promoción de la economía circular y el desarrollo de instrumentos financieros verdes para guiar la inversión hacia proyectos sostenibles.
En esta dinámica, la competencia internacional dejó de centrarse únicamente en la posesión de territorios y pasó a disputarse en torno al dominio de las tecnologías, las energías verdes y los recursos para desarrollarla El posicionamiento de China en el mercado de metales críticos, redefine el escenario global al crear un nuevo equilibrio de poder donde quienes controlen el litio, las tierras raras y otros minerales estratégicos marcarán el curso de la economía mundial.

Reconfiguración del tablero de poder global.
Cuando se habla de una reconfiguración del poder a nivel global, se hace referencia a una serie de transformaciones que definen el orden internacional actual. Entre ellas destacan el ascenso de China como potencia económica, tecnológica y militar; el declive relativo de Estados Unidos, cuya primacía enfrenta nuevos límites y desafíos; y la búsqueda de un nuevo rol por parte de Eurasia, que intenta adaptarse a un escenario estratégico en cambio constante. A esto se suma la creciente importancia de América Latina como pivote geopolítico-estratégico, impulsada por su riqueza en recursos críticos y su papel potencial en la transición energética mundial.
En términos generales, la tendencia hacia una «transformación energética» liderada por el gas y las nuevas energías renovables está modificando el orden energético dominante. En este nuevo escenario, China y Estados Unidos emergen como actores centrales debido a su poder económico, militar, político y el dominio tecnológico en áreas como el fracking y las energías renovables (solar y eólica). Por su parte, EE. UU., se mantiene una posición unilateral en lo geopolítico y militar. En el ámbito energético, es el mayor productor de gas y petróleo no convencional gracias al fracking, lo que le permite poseer reservas, dominar esta tecnología y actuar como exportador de gas natural licuado (GNL).
Por su parte, China, ejerce un liderazgo tecnológico clave en energías renovables. Su control es fundamental en la cadena de suministro, ya que posee el +70% de las tierras raras; su crecimiento ha reconfigurado el escenario energético global y regional, siendo un factor central en la reducción del consumo mundial de carbón. omo resultado de estas transformaciones, Europa y Asia se encuentran buscando un nuevo rol en el escenario energético actual y se alinean con la tendencia global a la descarbonización.

Por otro lado, regiones como Sudamérica operan como una periferia subordinada a decisiones externas. A pesar de poseer abundantes recursos naturales, Sudamérica carece de proyectos políticos comunes y su fragmentación interna incrementa su dependencia; por eso, en muchos casos se enfrenta la paradoja de negociar sus recursos estratégicos desde una posición de debilidad, en lugar de hacerlo desde la fortaleza que implica poseerlos.
La energía, los recursos estratégicos y los minerales críticos se han convertido en elementos centrales del nuevo tablero geopolítico. La transición energética redefine las jerarquías de poder, reconfigura alianzas y reactiva lógicas clásicas del realismo, donde los Estados buscan maximizar capacidades y asegurar zonas de influencia para resguardar intereses vitales en el entorno internacional. Tanto Rusia como China ilustran cómo el control de recursos estratégicos opera como un instrumento de poder duro, capaz de moldear conductas, generar dependencia y transformar equilibrios regionales. También nos enfrentamos al dilema de si esta transición va a desembocar en una competencia o en una articulación y cooperación entre las principales potencias, es allí también donde nacen las oportunidades de integración regional para nuestra América Latina, donde lo ideal seria promover un desarrollo sin extractivismo.
Lo que emerge, en definitiva, es una geopolítica donde la energía no solo guía el curso de la economía global, sino que estructura al poder, condiciona decisiones y delimita el margen de maniobra de los Estados. Comprender esta lógica es imprescindible para interpretar el presente y anticipar el orden internacional próximo. En suma, la energía se consolida no solo como un recurso económico, sino como un factor de poder estructural cuya gestión determinará la configuración del orden global en las próximas décadas.

Luka Santiago Cuellar (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales. Universidad de San Pablo-Tucumán.
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