¿Será que la suerte sí existe?

Por Nicolás Velásquez Díaz
La retirada mongola, la niebla en Roma, el destino de Hitler o la salvación de Dostoyevski muestran cómo lo improbable cambia la historia. ¿Suerte, intervención divina o simple azar? Un recordatorio de que el azar también escribe capítulos decisivos.

Un lunes festivo de noviembre, decidí volver a ver uno de mis clásicos cinematográficos que me hacen recordar mi adolescencia, Charlie y la fábrica de chocolates. Esta película estrenada en 2005, cuando tenía apenas 12 años, narra la historia de un famoso chocolatero, Willy Wonka, quien decide realizar un concurso a nivel global con el propósito de invitar a su fábrica a cinco niños con sus respectivos acompañantes. La única forma de poder ser parte de este selecto grupo de invitados es encontrar un ticket dorado en el interior de una barra de chocolate.
Charlie, un niño que pertenece a una familia de bajos recursos económicos y vive en una casa pequeña con toda su familia, incluidos sus abuelos paternos y maternos, desea poder encontrar el último tiquete dorado disponible, un sueño que parece inalcanzable. Las probabilidades están en su contra, ya que, debido a la situación de pobreza de su familia, el único momento en que Charlie recibe como regalo una barra de chocolate es una vez al año, en su cumpleaños. Después de dos intentos fallidos, una barra en su cumpleaños y otra por cuenta de los ahorros de su abuelo, Charlie un día caminando por la calle encuentra un billete escondido en la nieve. Misteriosamente, la tercera y última barra de chocolate comprada con ese billete posee, por suerte o intervención divina, el quinto tiquete dorado. Un evento que cambiará por siempre no solo la vida de Charlie, sino también la del chocolatero Willy Wonka.
En algún momento de nuestras vidas, estoy seguro, hemos sido testigos de esas experiencias donde la suerte o la intervención divina se han manifestado. ¡Qué suerte! o ¡Gracias a Dios! son algunas de las expresiones que utilizamos para enfatizar la materialización de aquel suceso que inesperadamente nos alegró el día. La historia no ha sido ajena a este factor, el cual, en muchos casos, por poseer una connotación mística y no racional, dejamos a un lado o simplemente olvidamos en nuestro análisis de entender las causas últimas de aquello que sucedió.
La muerte repentina de Ogodei Kan, sucesor de Gengis Kan, es uno de esos acontecimientos históricos donde la suerte o la intervención divina jugó un papel determinante. La consecuencia inmediata de la muerte de Ogodei fue la retirada del ejército mongol de la Europa de mediados del siglo XIII, ya que se debía elegir a un nuevo Kan. Europa se salvó ¡Gracias a Dios! de ser conquistada por el imperio mongol.
La suerte o la intervención divina no distingue, además, entre héroes y villanos. Después del fallido Putsch de Múnich el 8 de noviembre de 1923, Adolf Hitler intentó huir hacia Austria; sin embargo, justo antes de llegar a los Alpes, el coche en el que iba se averió, un suceso de consecuencias históricas mundiales. De haber alcanzado Hitler la frontera austriaca, no habría sido juzgado ni encarcelado en la prisión de Landsberg y, muy probablemente, hoy no sería más que una nota a pie de página de la historia.

La suerte o la intervención divina también pueden derivar de sucesos naturales inesperados en momentos críticos, como por ejemplo un asedio, una batalla o una invasión. El 5 de mayo de 1527, las 20.000 tropas de Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, compuestas principalmente por mercenarios alemanes y españoles, iniciaron el asedio contra Roma. Inicialmente, las tropas imperiales sufrieron grandes dificultades para lograr superar las posiciones defensivas situadas en las murallas de la ciudad. Sin embargo, cuando la batalla parecía estar a favor de los romanos, ¡por suerte!, el campo de batalla cambió drásticamente.
Luigi Guicciardini, que gobernó Florencia para los Medici en ese momento, escribió: “Acerca de este tiempo una densa niebla comenzó a aparecer, la cual se esparció rápidamente sobre el campo y llegó a ser cada vez más densa a medida que el día se acercaba». Por cuenta de esta niebla, los romanos posicionados en las murallas de la ciudad y en el Castillo de San Ángelo no podían ver al enemigo y fueron forzados a disparar ciegamente. Las tropas de Carlos V aprovecharon esta ventaja natural y conquistaron, finalmente, la “ciudad eterna”.
En 1848, la revolución estalló alrededor de Europa. Inspirados por lo que estaba pasando en Occidente, grupos radicales rusos se formaron con el propósito de deponer al gobierno zarista, incitando una revuelta campesina. Agentes del Zar Nicolás I infiltraron muchos de estos grupos, incluido uno de los cuales el famoso escritor Fyodor Dostoyevsky frecuentaba habitualmente. En abril de 1849, Dostoyevsky y 23 miembros pertenecientes a este grupo fueron arrestados y enviados a prisión.
Después de 8 meses, fueron llevados por las calles de San Petersburgo hasta la plaza Semyonovsky, donde los esperaba un pelotón de fusilamiento. La sentencia: “Todos los acusados son culpables de intentar derrocar el orden nacional y, por tanto, son condenados a muerte por fusilamiento». Cuando los soldados alistaron sus fusiles y se prepararon para cumplir con la sentencia, por suerte o intervención divina, un carruaje llegó galopando inesperadamente a la plaza. Un hombre descendió con un sobre; el Zar había conmutado la sentencia de muerte. Los acusados fueron enviados a un campo de trabajo en Siberia durante cuatro años. Esta experiencia de haber estado tan cerca de la muerte marcaría por siempre a Dostoyevsky, escribiendo novela tras novela como si cada una fuese la última, entre ellas: Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov.
Para este punto, el lector se puede entonces estar preguntando: ¿Todo lo que ha sucedido se lo debemos atribuir a la suerte o a la acción voluntaria de un Dios? La respuesta es un NO rotundo. No sólo por suerte o intervención divina el imperio mongol se retiró de Europa, Carlos V conquistó Roma y la reina Isabel I derrotó a la Armada Invencible, hubo muchos más factores asociados al desenlace de estos acontecimientos históricos. No obstante, a pesar de ello, nunca debemos olvidar que en nuestras vidas como en el análisis de la historia, el factor suerte nunca debería descartarse, ya que por lo visto sí existe. «La materialización de un evento improbable equivale a la no ocurrencia de uno altamente probable».
Ahora bien, la suerte o la intervención divina, tanto a nuestro favor como en contra, se la atribuimos a menudo ya sea al destino o a la voluntad de un Dios. Reyes y emperadores, han justificado sus victorias o derrotas por cuenta de este factor misterioso obviando, incluso, su responsabilidad en las causas últimas que llevaron a su éxito o fracaso. La tendencia es un ¿por qué a mí? o ¡qué afortunado soy! en vez de un ¿qué error cometí? o ¡mi trabajo dio resultado! El rey español Felipe II, tras recibir los primeros reportes de la derrota de su Armada Invencible, escribió: “Ojalá Dios no hubiera permitido tanto mal, ya que todo se ha hecho para servirlo a Él”. La reina Isabel I de Inglaterra, su contrincante, señalaría: “encantada de que Dios me haya convertido en su herramienta para mantener su verdad y su gloria, y para defender este reino”. En definitiva, subestimamos la existencia de la suerte o, por el contrario, sobreestimamos su influencia en nuestras vidas.
Como bien lo señala Nassim Nicholas Taleb en su maravilloso libro El Cisne Negro: «La suerte es el gran igualador, porque todo el mundo puede beneficiarse de ella. (…) Todo es transitorio. La suerte hizo y deshizo a Cartago; hizo y deshizo a Roma».

Nicolás Velásquez Díaz (Colombia): Profesional en Relaciones Internacionales, Universidad del Rosario. Agregado Sectorial Tech y Servicios, Business France Colombia.
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