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El lenguaje de la fuerza

Agustín Bazan

Por Agustín Bazán

En el tablero global, la política no se limita a palabras o actos de diplomacia; también se escribe en maniobras, ejercicios, patrullajes y despliegues que, a veces, parecen eclipsar cualquier negociación verbal.

El lenguaje de la fuerza - Agustín Bazán

Cuando un Jefe de Estado, toma una decisión política, materializada en una declaración, un voto, una visita oficial o cualquier otro acto notable, no es raro que otro Jefe de Estado, responda movilizando tropas, enviando barcos o instalando baterías de misiles en lugares estratégicos, o bien realizando ejercicios militares en una especie de demostración de fuerza.

Este comportamiento, puede parecer una reacción irracional o exagerada, obedece a dinámicas propias del sistema internacional: bajo la lógica de percepciones de amenaza, comunicación estratégica, disuasión activa y escaladas no intencionadas. Es válido interrogarse por qué estas acciones a veces conducen a escaladas y otras veces no; como así también porqué sirven de puntapié inicial para sentarse en la mesa del diálogo. Para poder hacerlo, primero debemos entender una premisa muy arraigada en la corriente Realista de las relaciones internacionales, el principal interés de cualquier Estado es proteger su propia supervivencia.

El dilema de la seguridad

En el cálculo de su presupuesto de defensa, toda nación se enfrenta a una elección estratégica: invertir en capacidades que refuercen su seguridad puede ser visto por otros actores como un acto defensivo legítimo… o como una señal de ambición ofensiva. Esta paradoja es el núcleo del dilema de seguridad: un fenómeno central en la teoría realista de las relaciones internacionales, por el cual las medidas tomadas por un Estado para protegerse —como expandir su fuerza aérea, modernizar su flota o realizar ejercicios militares a gran escala— pueden ser interpretadas por otros como pasos preparatorios para la agresión. Esa ambigüedad inherente genera desconfianza mutua, y puede conducir a una espiral de tensiones que ninguno de los involucrados desea realmente.

El problema radica en que resulta extremadamente difícil distinguir entre capacidades defensivas y ofensivas. La historia internacional está plagada de casos donde la percepción —más que la intención— fue el detonante de la reacción. Investigaciones recientes lideradas por el politólogo Joshua Kertzer en Harvard han demostrado que incluso las acciones motivadas por temores genuinos pueden ser leídas por el adversario como provocaciones. Este fenómeno psicológico se ha documentado en estudios de relaciones entre China y Estados Unidos, donde se observó que una mayor empatía o intento de «leer al otro» no siempre reduce la tensión: en ocasiones, incluso la incrementa si se interpreta que la amenaza afecta identidades profundas.

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Un ejemplo concreto de esta lógica se dio en 2020, cuando el Departamento de Defensa de Estados Unidos advirtió al Congreso que la Armada de la República Popular China había superado en número a la estadounidense en términos de buques de combate. En respuesta, Washington propuso un ambicioso plan para expandir su flota, argumentando que era necesario mantener la paridad para preservar la estabilidad en el Indo-Pacífico. Según informó CNN en su cobertura del informe anual del Pentágono, esta carrera por la paridad naval fue recibida en Pekín como una muestra de presión estratégica encubierta. Lo que para una parte fue una medida preventiva, para la otra fue una señal de confrontación creciente.

Disuasión estratégica : Visibilizar el precio de la agresión

La disuasión estratégica consiste esencialmente en dejar claro que cualquier agresión traerá consecuencias tan severas que el agresor potencial pensará dos veces antes de actuar. Es un lenguaje silencioso, pero poderoso, que reemplaza a la palabra por la postura militar. A principios de agosto de 2025, el presidente estadounidense Donald Trump ordenó el movimiento de dos submarinos nucleares hacia posiciones en el Atlántico Norte y el Mediterráneo. La medida fue en respuesta directa a las declaraciones del vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvedev, quien advirtió que una eventual adhesión de Georgia a la OTAN podría derivar en una “resolución militar preventiva” por parte de Moscú. “Por si las incendiarias declaraciones fueran algo más que eso”, escribió Trump en su cuenta de Truth Social, justificando así la demostración de fuerza.

Este tipo de reacciones no son excepcionales. En la lógica del sistema internacional, a toda provocación le suele corresponder una señal de disuasión. El objetivo es claro: hacerle entender al adversario que el costo de una acción militar sería inasumible, incluso si su intención inicial era sólo simbólica. Afortunadamente, en este caso, el episodio se resolvió sin incidentes mayores y la movilización de las unidades nucleares quedó como una advertencia temporal.

Sin embargo, este tipo de acciones disuasorias no están exentas de riesgos. Las maniobras militares, sobre todo cuando se desarrollan cerca del espacio territorial del adversario o sin una notificación previa, pueden ser percibidas como preparativos para un ataque real. Esta percepción puede activar respuestas defensivas —o incluso preventivas— por parte del país receptor, lo que genera un efecto dominó de tensiones ascendentes.

Este fenómeno es precisamente lo que explica la teoría del “modelo espiral”, elaborada por académicos como Robert Jervis: actos que una potencia considera defensivos pueden ser interpretados por otra como ofensivos o intimidatorios. En consecuencia, esa segunda potencia también responde, generando una escalada involuntaria. Ninguno de los actores busca realmente el conflicto, pero la desconfianza mutua y la lectura errónea de las señales los arrastra a una espiral peligrosa.


Imagen | Andrew Caballero-Reynolds

En este marco, la disuasión no solo debe proyectar fuerza, sino también gestionar cuidadosamente la percepción del otro. De ahí que muchos expertos señalan que la eficacia de la disuasión depende tanto de la credibilidad de la amenaza como de su calibración estratégica: mostrar poder, sin provocar una reacción innecesaria.

Por eso, hoy más que nunca, las grandes potencias ajustan milimétricamente sus ejercicios militares y despliegues de unidades. No se trata solo de entrenar a sus tropas, sino de construir un mensaje legible, concreto, y a veces ambiguo a propósito, para mantener al rival en un terreno de duda estratégica.

Mover las piezas del tablero cuidadosamente

En el caso del Estrecho de Taiwán, una maniobra diseñada con fines disuasorios puede fácilmente desencadenar una rápida movilización por parte de Taiwán, reacciones directas de Estados Unidos y/o convocar intervenciones diplomáticas de aliados. Estas respuestas, a su vez, suelen ser seguidas por nuevas maniobras militares, generando un ciclo de acciones y contracciones que escalan gradualmente la tensión internacional.

China ha convertido los ejercicios militares en una herramienta estratégica central para proyectar ese mensaje contundente. Según un análisis del Institute for the Study of War (ISW), los ejercicios “Joint Sword‑2024A” y “Joint Sword‑2024B” siguieron un patrón deliberado: el primero se desplegó tras la asunción en el cargo del presidente taiwanés Lai Ching‑te, y el segundo tuvo lugar en octubre, reforzando sistemáticamente la presión sobre Taipei. Estas maniobras incluyeron patrullajes aéreos, navales, fuego real y operaciones coordinadas entre fuerzas terrestres, navales y aéreas; su propósito fue intimidar, disuadir alianzas externas y consolidar una presencia coercitiva alrededor de la isla.

El Center for Strategic and International Studies (CSIS) registró que, desde la llegada de Lai al poder, la actividad militar china en la Zona de Identificación de Defensa Aérea de Taiwán (ADIZ) creció de manera sostenida. En 2024, Beijing incrementó un 81 % el número de vuelos en esa zona, en comparación con el año anterior, lo que señala una política estratégica de presión constante para mantener sus márgenes de influencia y neutralizar posibles apoyos externos a la isla.

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A partir de principios de 2025, según el Journal of Indo‑Pacific Affairs, las incursiones de las fuerzas chinas han evolucionado de ejercicios eventuales a una presencia continua y normalizada. Esto implica patrullajes regulares, misiones cruzadas de larga distancia e incluso operaciones con drones desplegadas alrededor de Taiwán, con lo que la operatividad militar prima sobre la intención política puntual. Lejos de ser meras exhibiciones de poder, estas maniobras representan ensayos operativos realistas. Según Business Insider, los ejercicios «Joint Sword» incluyeron demostraciones de coordinación entre mar, tierra y aire, control de zonas de batalla y ataques simulados a puertos, aeródromos y otros objetivos críticos, lo que evidencia una capacidad táctica creíble para actuar en caso necesario.

En conjunto, esta estrategia de disuasión avanzada busca sembrar incertidumbre y temor en Taipei y advertir a los aliados de la isla. Su eficacia radica en fusionar señales claras (bloqueo, simulación de ataque, presión sostenida) con despliegues tangibles, transformando la disuasión en una amenaza creíble y perceptible para todos los actores involucrados.

Que tengamos escudos, no quita que también tengamos espadas

El escenario internacional es cada vez más multipolar y volátil, esto hace que la frontera entre defensa legítima y provocación se vuelva difusa. Las maniobras militares, más allá de su valor táctico, se han convertido en actos de comunicación estratégica: mensajes dirigidos tanto a enemigos como a aliados, a públicos internos y a actores globales. La disuasión ya no consiste solo en exhibir poder, sino en calibrar con precisión quirúrgica las acciones para evitar malentendidos fatales. En este tablero de percepciones cruzadas, la supervivencia no depende únicamente de la capacidad de respuesta militar, sino de la habilidad para leer al otro, anticiparse sin provocar y mover las piezas sin empujar al adversario más allá del punto de no retorno.


Agustín Bazán (Argentina): Licenciado en Recursos Navales para la Defensa y Maestrando en Defensa Nacional, Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF), Oficial de carrera de la Armada Argentina, estudiante avanzado de la Licenciatura de Relaciones Internacionales y columnista de Diplomacia Activa.

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