La verdad ha muerto
Por Agustina Miranda Giordano
La era de la posverdad diluye las fronteras entre lo verdadero y lo falso, desafiando nuestra comprensión de los hechos y manipulando nuestras certezas. Lee McIntyre, en su obra Posverdad (2018), rastrea las raíces de la posverdad. ¿Cómo discernir sobre la verdad y la falsedad en un mundo que parece indiferente a lo verdadero?

Desde la antigua Grecia, la lucha entre lo que era considerado verdad y la mera opinión fue fuertemente defendida. En el siglo V a.C., Protágoras, un reconocido sofista, sostenía una postura contraria al discurso filosófico tradicional, defendiendo que el “hombre es la medida de todas las cosas” y que “todo es para mí tal como me aparece”. Platón, por su parte, advirtió los peligros de las falsas afirmaciones, señalando que la mayor amenaza provenía de quienes tenían la soberbia de creer que ya conocían la verdad.
Aristóteles, discípulo de Platón, definió en su Metafísica (y quizá sea una de las más famosas afirmaciones al respecto) que: “decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso, mientras que decir de lo que es, y de lo que no es que no es, es verdadero”. Siglos más tarde, Nietzsche con su “filosofía a martillazos” desafió esta perspectiva tradicional de la filosofía afirmando que: “No hay hechos, sólo hay interpretaciones”.
Este breve recorrido pone de manifiesto que la cuestión de la verdad no es nueva, ni fruto de la “posmodernidad”, sino que está profundamente arraigada en los orígenes de la reflexión filosófica. No obstante, lo que se muestra como nuevo en el fenómeno de la posverdad es que surge un uso de la mentira más “eficaz” que el que hasta el momento se conocía.
La conjunción entre la revolución tecnológica en la producción, transmisión y comunicación de información con ciertas características psicológicas humanas ha dado lugar a lo que, en términos meteorológicos, se denomina “tormenta perfecta”, según explica Luis Valdés Villanueva. En este contexto, emerge una realidad paralela sostenida por un “pensamiento mágico”, donde cobran gran protagonismo personajes bien peculiares: negacionistas científicos, personajes de política como Trump, Farage o Putin, todos beneficiados por esta coyuntura histórica que nos atraviesa.
¿Qué es lo grave de esta situación? En palabras de McIntryre, lo impactante en la idea de posverdad no radica en que la verdad sea desafiada, sino, fundamentalmente, en que está siendo desafiada como mecanismo para favorecer la dominación política. En este sentido, no podemos desvincularnos de la política para entender la idea de posverdad.

¿Qué es la posverdad?
La RAE define a la posverdad como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Este fenómeno saltó a la luz y a la atención pública en el 2016. De hecho, los diccionarios Oxford eligieron este término como la palabra del año 2016. La elección se dirimió entre otros contendientes: “alt-right” (derecha alternativa) y “brexiteer” (persona a favor del Brexit), lo que subraya el contexto político de la selección que marcó el mentado periodo. En este sentido, “posverdad” reflejó la situación política y social del momento.
Rememorando, el 2016 fue un tumultuoso año caracterizado por cambios políticos significativos. En junio, el referéndum del Brexit resultó en la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea. En noviembre, Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Además, Corea del Norte realizó pruebas nucleares en enero y septiembre, desafiando a la comunidad internacional, entre otros eventos. Estos hechos marcaron un año de tensiones políticas, conflictos y cambios estructurales en el panorama internacional.
Los diccionarios de Oxford, explica McIntyre, definen la posverdad como “aquello que se relaciona con, o denota, circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes a la hora de conformar la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”. En esta definición, al igual que en la de la RAE, encontramos el prefijo “pos”, que no sugiere tanto la idea de un concepto temporal, un haber dejado detrás, como en el caso de la palabra “posguerra”, sino más bien que la verdad ha sido eclipsada, es decir, ha quedado relegada a la irrelevancia.
Implicancias políticas: la verdad como herramienta al servicio del poder
La posverdad ha devenido una “moda internacional” en expansión, donde algunos intentan deformar, distorsionar la realidad para que encaje con sus propias opiniones (no verdades). A Platón, en nuestros días, le daría un infarto, pues impera la doxa: la mera opinión es lo que importa y lo que vale. Esta deformación de la realidad refleja cómo los datos pueden ser matizados, seleccionados y presentados dentro de un contexto político que favorezca la interpretación de la verdad sobre otra.
En este sentido, la verdad no trata tanto sobre la mentira. Pues, como mencionamos, la idea de una única verdad absoluta y objetiva nunca ha estado libre de controversia. La cuestión que se pone en juego aquí no es si disponemos de una adecuada teoría de la verdad, sino cómo dar sentido a las diferentes formas en las que la gente subvierte, altera o transfigura la verdad con la intención de manipular a otros para que crean algo que se sabe que no es cierto.
En este contexto, afirma McIntyre que: “la posverdad ocurre cuando alguien piensa que la reacción de las masas cambia realmente los hechos que son objeto de una mentira”. Cuando los lideres o una pluralidad de nuestra sociedad niegan los hechos básicos, las consecuencias pueden ser terribles a nivel global. Un ejemplo de ello es el caso del presidente sudafricano Thabo Mbeki, quien afirmó que los medicamentos antirretrovirales eran parte de una conspiración occidental y que el ajo y la limonada eran útiles para tratar el SIDA, lo que condujo a la muerte de miles de personas. Otro ejemplo es cuando el reelecto presidente Donald Trump sostiene que el cambio climático es un fraude inventado por el gobierno chino.

El problema de fondo no radica únicamente en el contenido de las creencias particulares, sino en la cuestión predominante de que, dependiendo de lo que uno quiera que sea verdad, algunos hechos son más importantes, validos o prioritarios que otros. En este sentido, la posverdad no implica tanto una afirmación de la existencia o inexistencia de la verdad, sino la constatación de que hay hechos que están subordinados a nuestros particulares puntos de vista.
Las definiciones citadas anteriormente se refieren al qué es la posverdad. Pero, también es importante la pregunta acerca de por qué ocurre esto. Pues, quién la impulsa, es un quién que busca su propio beneficio. Ahora bien, la razón por la que acontece la posverdad es más difícil de responder. Tal vez esté relacionada con que la posverdad equivale a una forma de supremacía ideológica, mediante la cual las personas son obligadas a creer en algo, independientemente de si hay evidencia que lo respalde o no.
Es decir, se produce una dominación política. En este sentido, McIntyre pregunta: “¿Queremos vivir en un mundo donde la política se hace basándose en cómo nos hace sentir, más que en hasta qué punto funcionará correctamente la realidad?« Los ejemplos que mencionamos no son tanto la causa de la posverdad, sino más bien el resultado. Lo que se busca en el ejercicio filosófico del autor es comprender las causas, la génesis y las profundas raíces de este fenómeno moderno.
La pregunta sobre la verdad y su estatus en la era contemporánea se hace cada vez más urgente al considerar la incidencia de la posverdad en la política, los medios y las relaciones sociales. En la medida en que la posverdad recurre al sentimiento, la emoción y la manipulación cognitiva, se aleja de cualquier noción tradicional de la verdad como correspondencia, adecuación con los hechos objetivos. En lugar de un juicio racional basado en la evidencia, lo que prevalece es la construcción de narrativas que apelan a las emociones preexistentes de las personas, explotando sus temores, deseos y prejuicios.
Este proceso tiene un impacto directo en la conformación de la opinión pública y en la toma de decisiones políticas. Lo que resulta perturbador de esta dinámica es que se erige un modelo en el que la verdad no solo se desvanece, sino que se reconfigura según los intereses de quienes la manipulan. De esta manera, la posverdad no sólo distorsiona los hechos, sino que redefine lo que se entiende por “hechos” mismos. La consecuencia es una relativización de la verdad donde no importa tanto la fidelidad a la realidad, sino la capacidad de una versión particular de los hechos para ganar adhesión popular.
En este sentidos, encontramos casos la narrativa falsa de fraude electoral generalizado en las elecciones de EEUU de 2020, promovida por Donald Trump y Rudy Giuliani, la cual persistió pese a la falta de evidencia, polarizando a la sociedad y generando confusión. Otro caso es Joe Rogan, uno de los presentadores de podcast más reconocidos, quien defendió públicamente la ivermectina como un efectivo tratamiento para el COVID-19 en su podcast, lo que llevó a un gran desconcierto y desinformación, incluso cuando estudios científicos desmintieron su supuesta eficacia.

Nos vemos atravesados y experimentamos la confusión entre mentira y verdad, entre ficción y experiencia cotidiana. En palabras de la pensadora Hannah Arendt y hablando en términos metafóricos: “la mentira coherente nos roba el suelo de debajo de nuestros pies y no nos pone otro para pisar” (En Entre el pasado y el futuro). La mentira de la posverdad, de alguna manera, hace que la gente ya no crea en nada. Y, si no se puede distinguir entre la verdad y la falsedad, tampoco se puede distinguir con claridad entre el bien y el mal.
No obstante, con gran lucidez, Arendt indica: “El problema con la mentira y el engaño es que su eficacia depende completamente de una noción clara de la verdad que el mentiroso y el engañador desean ocultar. En este sentido, la verdad, incluso si no prevalece en el ámbito público, posee una primacía inerradicable sobre todas las falsedades« (En La mentira en política).
Agustina Miranda Giordano (Argentina): estudiante de Profesorado de grado universitario y Licenciatura en Filosofía, Universidad Nacional de Cuyo. Miembro de Diplomacia Activa.
Categorías