El mundo fue, es y será una porquería
Por Agustina Miranda Giordano y Tomas Peña
Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII, conocido como uno de los pilares de la filosofía política moderna. En su búsqueda intelectual aspiró a lograr principios rigurosos que no pudieran ser cuestionados. Dotando a la ciencia política de cimientos seguros, científicos y metódicos. Aquí algunas claves de interpretación…

En uno de sus textos más conocidos, El leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica civil (1651). Hobbes sostiene, de acuerdo con el frontispicio, que la naturaleza es imitada de tal modo por el arte que el hombre puede crear un animal artificial. A través del arte, se construye el Leviatán, al que llamamos república o Estado (civitas) que no es sino un hombre artificial, aunque con más estatura y robustez. Aquí, el hombre se convierte en criterio y en la metodología simbólica de organicidad y de configuración del Estado.
La guerra de todos contra todos
Hobbes parte de la afirmación de que “la naturaleza ha hecho a los hombres iguales en sus facultades de cuerpo y alma”. Es decir, las diferencias entre ellos no son decisivas, sino mínimas. Esta igualdad en las facultades se traduce en igualdad en la esperanza de conseguir los propios fines. Sin embargo, “si dos hombres desean una misma cosa que no puede ser disfrutada por ambos, se convierten en enemigos”.
Mientras los hombres viven sin un poder común que los mantenga atemorizados, se encuentran inmersos en un estado de guerra: una guerra de cada hombre contra cada hombre. Hobbes sostiene que la guerra “no consiste solamente en batallas o en el acto de luchas, sino en un periodo en el que la voluntad de confrontación violenta es suficientemente declarada”. Es decir, la naturaleza de una guerra no está en una batalla que tenga lugar, sino en una disposición a batallar. Todo otro tiempo que no sea de guerra es paz.

Hobbes realiza estas afirmaciones sobre el trasfondo y contexto de la Guerra de los Treinta años (1618-1648), un conflicto prolongado que comenzó en el Sacro Imperio Germánico, inicialmente como una guerra religiosa entre protestantes y católicos. La libertad de culto se enfrentó a la hegemonía del catolicismo impuesta por parte de los Habsburgos, lo que desencadenó en una debacle que devastó toda Europa central, especialmente Alemania.
«La única manera de erigir tal poder común (…) es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres, que pueda reducir todas sus voluntades a una sola». Thomas Hobbes en Leviatán.
En este contexto, en tiempos de guerra no existen para los hombres oportunidades de industria, cultivo de la tierra, navegación, comercio de ultramar, construcción de viviendas, ni instrumentos para realizar tareas que requieren de gran fuerza. Tampoco hay ciencia, artes, letras, ni sociedad; solo existe un continuo temor y peligro de muerte violenta. Esta situación de guerra es tanto un estado de violencia física real como un estado de permanente desconfianza psicológica. Así, se configura una realidad de violencia, física y un estado psicológico en el que el hombre, permanentemente, vive en alerta constante. La vida del hombre se torna una vida solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.
En el estado de naturaleza, el derecho de naturaleza consiste en la libertad de cada hombre de usar su propio poder como desee, con el fin de conservar su vida y, por ende, el derecho para hacer todo aquello que, según su propio juicio y razón, considere como los medios más adecuados para ese propósito. En el estado de guerra, cada hombre tiene derecho a todo, incluso de disponer del cuerpo del otro y en este contexto no existen garantías ni seguridad para nadie.
Según Hobbes, para salir del estado de naturaleza, es necesario transferir el derecho a tener derecho a todo. Sin embargo, esto sólo tiene sentido si se cede de forma recíproca. Con esto se busca ir de la guerra a la paz, la salida del estado de guerra o estado de naturaleza. La mutua transferencia de derechos es lo que los hombres llaman contrato.
Si un convenio se hace en un estado natural, es decir, en un estado de guerra de todos contra todos, basado únicamente en la confianza mutua entre las partes, éste será susceptible de anulación si surge alguna razón de desconfianza. Sin embargo, si existe un poder común al que ambas partes estén sometidas, un poder con derecho y fuerza suficientes para hacer cumplir el convenio entonces no será anulado. Este es el concepto de estado civil: una instancia superior, una estructura civil, la cual es necesaria porque no se puede garantizar que se cumplan los pactos. Hay personas que no necesariamente cumplirán con lo pactado y, aunque alguien sí tenga voluntad, no puede esperarse que todos compartan esa misma voluntad. Aquí es donde interviene el Estado como estructura para frenar el miedo al no cumplimiento de los acuerdos.
El único camino para erigir un poder común que defienda a los hombres tanto de invasiones extranjeras como de injurias ajenas, y que les permita vivir seguros a partir de su propio trabajo y de los frutos de la tierra, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres, quienes, por mayoría de votos, reduzcan sus voluntades una voluntad. La multitud así unida en una persona se denomina Estado, en latín, civitas. Esta es la creación del gran Leviatán, o más bien, hombre artificial, dios mortal: “una persona de cuyos actos se constituye en autora una gran multitud mediante pactos recíprocos de sus miembros con el fin de que esa persona pueda emplear la fuerza y medios de todos como lo juzgue conveniente para asegurar la paz y defensa común”. De modo que, el titular de esta persona se denomina soberano, y cada uno de los que le rodean es súbdito suyo.
¡Y Julio Sosa tenía razón!: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos diez, ¡y en el dos mil también!”.
Las guerras son una radiografía del mundo hobbesiano. En concordancia con el realismo de Morgenthau, la estructura del sistema internacional se ve condicionada por un factor principal: la ausencia de un gobierno supranacional que regule y coordine la relación entre los Estados. Esto convierte a las relaciones internacionales en un sistema cuasi anárquico, donde la seguridad no está y, lo que es menester, nunca estará garantizada. Por ello, es primordial que cada estado disponga de los medios para asegurar su propia supervivencia. Este relato, si bien un tanto paranoico y extremista, hace al entendimiento horizontalista de las relaciones entre Estados. También explica las atrocidades que se viven en las guerras y su evolución. Si el derecho humanitario emergió, fue justamente para suprimir el mundo hobbesiano que domina en tiempos de guerra.
Los Convenios de Ginebra, firmados en 1949, se constituyen como un principio general del derecho internacional, provisto en el artículo 38 del Estatuto de la Corte Internacional de Justicia. Su objetivo es proteger a las personas que no participan, o que han dejado de participar, directa o activamente, en las hostilidades, e impone límites a la elección de medios y métodos de hacer la guerra. La Cruz Roja se ha encargado de legislar la guerra, no en sus fines, sino en sus métodos.
Tras las atrocidades de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, se evidenció que los conflictos bélicos conllevan el deterioro grave de las condiciones de vida básicas: el acceso al agua, alimentos, asistencia médica, los desplazamientos y la constante inseguridad. La pobreza y la brutalidad, cotidianas, presentes tanto en el pensamiento de Hobbes como en las guerras, resaltan la necesidad que enfrentan aquellos damnificados y la responsabilidad que asumen los organismos internacionales pertinentes para suplir a quienes no participan de las hostilidades o, heridos, han dejado de participar.
De la guerra a la paz
Si el mundo es tosco y breve, tal como dice el autor, es a raíz del contexto en el cual se encuentra inmerso. La Europa de estos años acarrea un legado de brutalidad y pobreza, de desplazamiento y constante inseguridad. Una Europa extremadamente convulsionada que experimentó no sólo grandes cambios, sino que probablemente sentó el precedente histórico internacional más relevante: la paz de Westfalia. La Guerra de los Treinta años multiplicó y fragmentó efectivamente los estados europeos. A raíz de este evento, que puso fin a la guerra, se confirmó la soberanía de los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico, permitiéndoles gobernar sus territorios de manera autónoma, obteniendo control sobre sus asuntos internos, incluido la elección de su religión. Este proceso debilitó naturalmente la autoridad central del emperador y fomentó al equilibrio del poder europeo.

Lo que es más importante, zanjó la idea de soberanía estatal y, mediante congresos periódicos internacionales, constituyó los primeros pasos del Derecho Internacional Público con un sistema de Estados-nación moderno. Si el mundo hasta entonces difuminaba sus limitaciones según la orden del más fuerte (como retrata el estado de naturaleza Hobbesiano), ahora debería ampararse en un sistema internacional basado en la idea de igualdad jurídica entre estados y en la no intervención fronteras adentro de vuestros vecinos (hoy materializado en el artículo 2, incisos 1 y 4 de la carta de Naciones Unidas). Bastiones que, con sus porvenires, el sistema internacional ha procurado acarrear hasta la presente fecha.
Innovación filosófica de Hobbes
La originalidad de Hobbes estriba en que, antes de él, nada había pensado que lo social, la convivencia y, menos aún, la cuestión civil, se articulan a partir de un organizador: el miedo. Esto significa que Hobbes pretende dotar a la filosofía y ciencia política de un carácter científico a partir de un elemento que es incuestionable, inimputable, indubitable ¿Miedo a qué? Miedo a perder los propios miedos, miedo a perder los seres queridos, miedo a perder la propia vida.
Hobbes se mueve a partir de un estrato básico del miedo en el estado de naturaleza. El Estado de la naturaleza remite al miedo. El miedo es la prevención, la cautela frente a un peligro inminente, en donde la persona genera mecanismos de huida o de protección de la vida. Hobbes nos revela una verdad incómoda: sin un poder que regule y contenga nuestras pasiones, la humanidad se inclina inevitablemente hacia el conflicto. El Leviatán, ese «dios mortal», surge no solo como defensor de la paz, sino como una estructura que convierte el miedo en cohesión social.
Agustina Miranda Giordano (Argentina): estudiante de Profesorado de grado universitario y Licenciatura en Filosofía, Universidad Nacional de Cuyo. Miembro de Diplomacia Activa.
Tomas Peña (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad de San Andrés. Miembro de Diplomacia Activa.
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¿En qué se diferencia la idea de miedo de Hobbes descrita en los últimos dos párrafos y la idea de miedo de Maquiavelo?
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