Sangre no tan azul
Por Axel Olivares
Reino Unido coronó a su nuevo rey, Carlos III, bajo un mar de dudas con respecto a su legitimidad, sobre todo en un contexto muy complicado para la nación y para la corona. Pero, días posteriores, pudimos ver que su valor no radica ni en la corona ni en su “designación divina”, sino paradójicamente en su carácter más mundano.

En los años 70, Carlos declaraba en los British Press Awards “ser como un faisán que felicita a su mejor tirador” al entregar el premio al fotógrafo del año. El entonces Príncipe de Gales ocupaba un lugar privilegiado en los tabloides británicos. Las cámaras enfocaban no solo los actos oficiales sino también, por ejemplo, sus salidas con una joven Camila que décadas después terminaría por ser su esposa (considerada por muchos como una profanadora de la “endogamia” monárquica). Aunque la familia real imponía resistencia a este tipo de exposición, lo cierto es que se estaban enfrentando a nuevos códigos sociales que desgarraban tradiciones milenarias de la corona británica.
A tres semanas de su coronación, el rey Carlos III debe enfrentarse al eterno trabajo de mantener la legitimidad de la corona británica y adaptarla a los parámetros de la modernidad. Un trabajo que se dificulta teniendo en cuenta el contexto actual de la nación: Gran Bretaña enfrenta una crisis económica producto de una inflación que no logra bajar del 10%, una cifra inédita en la nación desde la década de 1970.
La muerte de Isabel II en septiembre de 2022 reavivó los movimientos que abogan por una Gran Bretaña republicana, especialmente el grupo Republic cuyo principal objetivo es la abolición de la monarquía. Su director ejecutivo, Graham Smith, reconocía la popularidad de la monarca y el consenso que la población le confería como su principal sostén. Sin embargo, con el nuevo rey se abre un nuevo capítulo en la batalla: “Puede que Carlos herede el trono, pero no heredará la deferencia y el respeto que se le otorga a la reina”, afirma Smith.
Como el valor de la corona depende de la popularidad que logre acumular, la voz de la gente importa y según las encuestas, el 58% apoya la conservación del sistema monárquico. No obstante, ese número va en descenso, sobre todo en las nuevas generaciones. El principal cuestionamiento es su financiación que, según a qué sector se le pregunte, las cifras varían.


Monarquías, un asunto internacional
La realeza británica ha liderado exitosamente por casi un siglo la Mancomunidad de Naciones o Commonwealth, una organización conformada por naciones que fueron (o son) colonias del Reino Unido, y que, en su mayoría, le siguen rindiendo lealtad a la corona. Su consistencia y prestigio tuvo como uno de sus mayores éxitos la presión que ejerció en Sudáfrica para terminar con el Apartheid- esto, le dio la legitimidad a Isabel II para seguir siendo la reina de 14 monarquías parlamentarias dentro de la Mancomunidad.
No obstante, en 2021, Barbados se proclamó como Republica y el año pasado, el primer ministro de Jamaica anunció que «es inevitable que avancemos hacia una república”. Los movimientos que proclaman la abolición de la monarquía siempre se encontraron presentes en los 14 países, pero era el consenso que Isabel II inspiraba el que aseguraba un desfile festivo en honor a la reina en un auto descapotable por las calles de cada uno de estos países.
Hollywood británico
En el Reino Unido hay una profunda disyuntiva con respecto al sentido que un monarca gobierne –hasta de manera simbólica- una nación. Pero la popularidad de Isabel II mantuvo la estabilidad del sistema monárquico durante todo su reinado. Su presencia en los actos oficiales y sus muestras de afecto, aunque reguladas por un estricto código protocolar, lograba simpatía entre sus súbditos.
Si alguna vez el rey fue designado por Dios, hoy debe buscar su legitimidad como símbolo, lo que los asemeja a la figura de una estrella de cine cuya aprobación está en manos del público. Este hecho estimula el interés por la intimidad de la realeza y por conocer el detrás de escena de los discursos que pueden tornarse superfluos. Uno tiende a preguntarse ¿acaso estas personas tienen la sangre azul como se suele creer o son tan humanos como cualquier transeúnte?
La familia real se ha visto impregnada por los problemas que todo individuo propio de una sociedad posmoderna puede tener, y eso puede ser un desafío para la prolongación de una corona que presumía ser hermética y atemporal. La decisión de Eduardo VIII de abdicar para poder mantener su relación con Wallis Simpson, estadounidense y ¡divorciada!, abría una nueva etapa de la realeza en donde los problemas personales de la familia real eran los problemas de toda una nación. A este escandalo le sucederían otros, como el icónico caso de la princesa Margarita, hermana de Isabel, y su efímero romance con Peter Townsend, un coronel que no gozaba de su mismo rango social y además era también divorciado.

La historia de amor imposible comenzó cuando la Iglesia Anglicana imposibilitó su matrimonio. El efecto colateral fue que el público notara lo amohosado que el palacio de Buckingham y sus costumbres podían estar en comparación a la sociedad en general. El tradicionalismo, muchas veces caduco, en contraposición a los deseos y necesidades de cualquier humano eran el tema omnipresente en cada artículo sobre la realeza en The Sun o The Daily Mirror.
Como mencionábamos, la realeza ha tenido la difícil tarea de mantener la tradición con las menores asperezas posibles, pero sus posibilidades de mantener intactas las formas colisiona con el interés de la prensa y el público por conocer su lado más humano. Esto no significa que Isabel y su familia no se entreguen a la prensa con intereses mediáticos, pero los intereses pueden ser diferentes entre ambas partes.
Tal como sucedió en 1969, cuando la familia se encontraba en sus índices de popularidad más bajos y se enfrentaban al Flower Power que seducía a los jóvenes exhaustos de la rigurosidad del sistema monárquico. La reina, con incertidumbre, accedió a rodar un documental para BBC que siguiera su vida y la de su familia real, desde sus eventos oficiales hasta su vida cotidiana detrás de las paredes de Buckingham. El documental, aunque tuvo éxito, no volvió a ver la luz sino 50 años después ¿La razón?; la supuesta impertinencia de exponer la intimidad de la realeza. David Attenborough, documentalista de BBC, en su momento advirtió al director de ‘Royal Family’: “¿Sabe usted que está matando a la monarquía con esta película?”.
Como sabemos la monarquía no murió, pero en los años noventa tuvieron una mancha difícil de limpiar, otro desencuentro entre la prensa y la monarquía: el divorcio de Carlos y Diana revolucionó la “pureza” del linaje, la popularidad de esta última una vez fuera de la realeza colocó en una posición tan incómoda como inédita a la corona. Finalmente, su trágica muerte dañó la legitimidad de la reina y esta debió vérselas otra vez con una nueva excepción a los valores ancestrales. Por consejo de Tony Blair, un laborista prudente y defensor del consenso, Isabel II accedió a regañadientes a que la muerte de Lady Di fuera un asunto estatal; esto incluía un discurso por cadena nacional en donde la reina debía mostrar afecto, ya sea genuino o no.
Las dicotomías entre exposición ilimitada y formalismos emergieron nuevamente con ‘The Crown’. La familia Real la considera una profanación de los acontecimientos históricos acusando a los productores de tomarse demasiadas libertades creativas. Pero a pesar de lo que las personas implicadas puedan denunciar, lo importante es el efecto y muchas han sido las opiniones acerca de si la serie perjudicó o favoreció a la corona. Algunos testimonios recolectados por BBC dan a entender que la serie “humanizó” a los personajes e infundió empatía a la audiencia.

Todo este material hizo que ya no veamos a las personas que se asoman por el balcón de Buckingham como semidioses, sino como simples mortales (para bien o para mal). Durante las últimas dos semanas seguidas a la coronación de Carlos III los canales de documentales llenaron su programación con biografías de la realeza, los noticieros rememoraron las conflictivas relaciones que Carlos mantuvo entre Diana y Camila, los diarios analizaban el sentido de la monarquía, pero también las inocentes irreverencias de los hijos del príncipe Guillermo durante la coronación.
La familia Real aprendió progresivamente que su legitimidad ya no está garantizada por su mera existencia. En un mundo donde las democracias representativas son un bien que se anhela o se custodia a rajatabla, las monarquías deben buscar su lugar y obtener la autorización de sus súbditos
¿Qué podrían pedir a cambio? Sus vidas más íntimas, los divorcios, los noviazgos, las simpatías y las peleas con los Primeros Ministros y hasta su desayuno. La humanización de sus figuras es el puente que tienen para conectarse con su pueblo. El protocolo parece interrumpir esta comunicación, pero es el antagonista perfecto en esta narración. Su paulatino desgarro y la hipotética liberación de sus “prisioneros reales” hacen de la realeza británica una historia digna de contar. Una historia que puede funcionar como escudo contra el cuestionamiento a su legitimidad y como un cable a tierra que haga contacto con el público.
Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo
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