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¿Qué está sucediendo en Yemen?

La guerra civil de Yemen ha sido clasificada por la ONU como el peor desastre humanitario creado por el hombre.

Era 1990 cuando la República Árabe de Yemen (Yemen del Norte) y la República Popular Democrática de Yemen (Yemen del Sur) se unificaban bajo el mando de Alí Abdalá Salé, ex presidente de Yemen del Norte. Sin embargo, poco tardaron en aparecer los primeros conflictos. En 1993, luego de que Salé triunfara en las primeras elecciones presidenciales, los socialistas, bajo el liderazgo del vicepresidente Ali Salim al-Beidh (ex gobernante de Yemen del Sur) se retiraron a la ciudad de Adén declarando que no participarían del gobierno unificado por la marginación económica que sufrían. Solo pasaron unos meses de fallidas negociaciones hasta el comienzo de la guerra en abril de 1994. El conflicto duraría menos de 4 meses y terminaría con la toma del control por parte del gobierno oficial yemení y el exilio de los separatistas; no obstante, la fragilidad interna, la ausencia de instituciones fuertes y la incapacidad del gobierno por controlar todo el territorio nacional, nunca desaparecieron.

En este contexto, las relaciones gobernante-gobernado nunca funcionaron como tales en Yemen. Por el contrario, la estabilidad dependía del respeto de las tradiciones tribales por parte del gobierno y de constantes mediaciones y negociaciones con los líderes locales, por lo que en vez de un sistema de subordinación, ambos actores operaban como iguales. Por su parte, la desatención del régimen para con su población, las malas condiciones económicas, los aislamientos geográficos y los problemas institucionales, eran un escenario ideal para el establecimiento de grupos terroristas como Al Qaeda.

Así, luego de los atentados del 9-11, Estados Unidos comenzaría la guerra contra el terrorismo y uno de sus focos de atención sería Yemen. Esta ofensiva norteamericana le serviría al presidente Salé para cumplir sus fines autoritarios atacando a su población para establecer un efectivo control territorial. De esta forma, en 2004 los hutíes, un grupo de zaidianos chiíes, se levantaron en armas contra el gobierno con el fin de conseguir mayor autonomía en la provincia norteña de Sadá (que consideran como suya) y para proteger su rama religiosa y su cultura en un país con mayoría sunní. El resultado de esta situación fueron múltiples levantamientos hutíes hasta que se logró el alto al fuego en 2010.

Paralelamente, sucedían en el país otros conflictos que denotan la constante beligerancia e inestabilidad. En 2007 se reactivó el movimiento secesionista de Adén que busca el restablecimiento de Yemen del Sur como un Estado independiente. Por su parte, en 2009 se llevaron a cabo en el país los bombardeos con drones estadounidenses contra el grupo terrorista Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP).

Foto: Lorenzo Tugnoli (TWP)

Como si ello fuera poco, en 2010 comenzó una serie de revoluciones en la región en pos de la democracia y mayores derechos, conocida como “Primavera Árabe”. Estas protestas llegaron a Yemen en 2011 y fueron un “propulsor” semejante al de la guerra contra el terrorismo, pero esta vez en un sentido opuesto: ahora eran los hutíes quienes estaban a la ofensiva. Desde entonces hubo una serie de sucesos que sumergieron al país en una crisis más y más profunda:  Salé perdió poder y renunció en 2012; el grupo chií se expandió desde el norte hasta tomar la capital Saná en septiembre de 2014; se disolvió el parlamento; el presidente Abd Rabbuh Mansur al-Hadi fue puesto en arresto domiciliario por los propios hutíes; el personal diplomático abandonó Yemen; Hadi huyó a Adén para comandar desde allí una oposición que tomara nuevamente el control del país y más tarde el grupo insurgente llegó a esta ciudad pero no pudo tomarla gracias a las fuerzas separatistas que lo impidieron.

Entre tanto, desde una óptica regional, esta situación abrió la puerta a un nuevo escenario de la Guerra Fría Islámica, el conflicto en el cual Arabia Saudita e Irán se enfrentan indirectamente financiando a gobiernos o grupos de interés con el fin de alcanzar la hegemonía en la región. La guerra en Yemen supone un peligro para la frontera sur de Arabia Saudita, por lo que ellos han tomado, desde hace décadas, un papel fundamental en los conflictos yemeníes tanto financiando al gobierno como realizando bombardeos en el territorio y hasta formando una coalición en el 2015 para frenar la expansión hutí. Los iraníes, por su parte, ven en este grupo insurgente una posibilidad de desestabilizar a su rival regional e incluso introducirse en su territorio.

Foto: Lorenzo Tugnoli, premio Pulitzer

Esta constante puja de intereses y la diversidad de actores involucrados, ha convertido los enfrentamientos en un conflicto de alta intensidad y ha imposibilitado cualquier solución, incluso tratándose de altos al fuego bilaterales. En este contexto, es la población la que se ve completamente acorralada. Los habitantes encuentran muy difícil cualquier tipo de escapatoria considerando que es un Estado con salida al Golfo de Adén, donde operan grandes grupos traficantes; al Mar Rojo, aguas controladas por piratas; con cercanía al cuerno de África, donde se encuentran Estados inestables y pobres como Somalia, Eritrea y Yibuti; el noroeste del país dominado por hutíes, el centro controlado por AQAP, un pequeño territorio del sur en poder de separatistas —apoyados por los Emiratos Árabes Unidos— y tres grandes franjas —desconectadas entre sí— bajo el poder del gobierno central.

Al hacer un análisis profundo del conflicto se pueden destacar las claves a tener en cuenta para cualquier solución. En primer lugar, el pacto con las tribus y el respeto de sus tradiciones es primordial. Ellas controlan diversas regiones —sobre todo áreas remotas y de difícil acceso— y son quienes permiten operar o no a grupos en sus tierras, factor que fue fundamental para el establecimiento de AQAP. Por otra parte, el escenario más difícil y también necesario sería un plan económicamente inclusivo con el sur para detener los movimientos secesionistas como también la inclusión de los zaidianos en el esquema gubernamental, formulando políticas de conciliación nacional y apostando por la unidad. De esta forma se podrían centrar todos los esfuerzos en el control del terrorismo local, panorama que abriría nuevas bases para el desarrollo: generar un ambiente sin ataques a las empresas petroleras y sin la producción de kath (droga local) en los limitados territorios fértiles, permitiría un despliegue económico necesario para la modernización y para sacar a miles de personas de la pobreza en la que están sumergidas hace décadas.

«Yemen, una guerra a puertas cerradas», France24

No obstante, esto en la actualidad es solo un ideal. Los intereses emiratíes, saudíes e iraníes, entre otros, sumado a la desconfianza hacia el gobierno por el incumplimiento de los acuerdos alcanzados, son un impedimento para que el pueblo yemení consiga unidad y paz. Hoy en día los bombardeos han cesado y la guerra civil ha disminuido su intensidad a causa del COVID-19, sin embargo esto no significa ningún éxito ya que no asegura que no existan próximas reactivaciones. Mientras tanto, la población se deberá preparar para una nueva lucha, esta vez contra un enemigo invisible que acecha a cada rincón del planeta y que de expandirse en un país devastado y con escasos recursos como Yemen, sería catastrófico.


Columnista invitado

José Ignacio Teruel (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad de Congreso.

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