DIPLORAMA 59
«Estados Unidos quiere nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua. Estas no son amenazas vacías. Trump está intentando quebrarnos para que Estados Unidos pueda adueñarse de nosotros. Eso nunca sucederá«
Mark Charney
Edición N° 59
Esta semana se cumplieron 100 días desde que Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos. Lo sabemos.. parecieron años. Si hay algo de lo que podemos estar seguros, es que el señor Trump será noticia a toda costa, es su estilo. Y si hay alguien que va en contra del estilo Trump, ese es Mark Charney, el nuevo Primer Ministro de Canadá, el cual triunfó centrando su mensaje en la unidad nacional frente a las provocaciones de su vecino. Buena suerte Mark, la necesitarás. Mientras tanto, el presidente norteamericano desempolvó y puso en práctica las lecciones de su libro The Art of the Deal, en las negociaciones del acuerdo entre Estados Unidos y Ucrania para la explotación conjunta de minerales críticos. Anticipa una nueva fase en la guerra, en la que entran en juego contratos de extorsión, disculpen, de extracción.
Desde el lujo de las alfombras rojas donde habita el poder, hasta la suciedad de los escombros de la historia, en Diplomacia Activa leemos entre líneas, escuchamos entre bombardeos y traducimos los gestos para que nos ayudes a descifrar el panorama global. Es por esto que te invitamos a interactuar con nosotros mediante las «Notas al Editor», donde podrás dejarnos inquietudes, comentarios, o simplemente un análisis de los temas que tratamos semana a semana.
100 días y muchos más
Valentina Terranova

En Warren, Michigan, corazón de la industria automotriz, el presidente Trump celebra los primeros días de su gobierno entre elogios a sí mismo y afirmaciones de haber hecho un “trabajo estupendo”. Entre aplausos republicanos, reafirma el estilo y el perfil de su administración. Sin embargo, estos vertiginosos primeros 100 días ya se han hecho sentir tanto en el ánimo estadounidense como en el resto del mundo ¿Qué futuro le depara esta política de confrontación?
A pocos meses del inicio de su segundo mandato —aquel 20 de enero—, Estados Unidos parece enfrentarse al mundo bajo una estrategia de “todo para Estados Unidos y nada para el resto”. La guerra arancelaria, el rechazo hacia Europa y la OTAN, y una política migratoria cada vez más estricta colocan al mandatario en una posición drástica y aislada. Según una encuesta de The Washington Post/ABC News, solo el 39% de los ciudadanos aprueba su gestión.
El gobierno republicano abre demasiados frentes al mismo tiempo. El sector privado estadounidense expresa su descontento por los nuevos aranceles; China, que recibió un aumento del 135% en sus exportaciones, se prepara para una guerra comercial; y la Unión Europea busca debilitar una relación que alguna vez fue sólida. Desde los extensos y amigables llamados con Vladimir Putin hasta la humillante reunión con Volodomir Zelenski, pasando por el rechazo a la propuesta de exención arancelaria bilateral con la UE, cada paso lo aleja más del viejo continente, donde crece rápidamente el rechazo hacia la administración de Trump.
Mientras tanto, la Casa Blanca avanza con mano dura contra la migración sin importar su origen. En el centro de su ofensiva: nuevas restricciones de visado, límites a la permanencia y deportaciones masivas. Lo cierto es que los pilares de su segunda administración hasta el momento comprometen su popularidad y su vínculo con el mundo. Aunque aún es pronto para anticipar el desenlace, está claro que medidas extremas suelen traer consecuencias igualmente extremas. No todos estarán dispuestos a tolerar sus provocaciones.
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Elecciones en Canadá: Triunfo Liberal Anti-Trump
Santiago Leiva

Mark Carney, actual Primer Ministro de Canadá, se declaró victorioso en las últimas elecciones federales este 28 de abril, luego de una campaña decisiva por parte del Partido Liberal Canadiese (LPC) en una travesía llena de incertidumbre. Sin experiencia previa en cargos electivos, y habiendo ¨recibido la antorcha¨ como primer ministro por Justin Trudeau, Carney emerge como una figura de cambio en el escenario político canadiense.
A principios del año 2025, tras tres años y medio de administración y una popularidad decreciente a cada día, Justin Trudeau renunció como primer ministro. Su sucesor, el banquero y economista Mark Carney, decidió adelantar las elecciones al ver encuestas favorables. Con poco tiempo de campaña, Carney centró su mensaje en la unidad nacional frente a las provocaciones de Donald Trump con una posible anexión, mientras que el opositor del Partido Conservador (CPC), Pierre Poilievere, apuntó a la crisis económica con el lema ¨no podemos pagar otros 4 años liberales¨. La contienda, marcada por una gran polarización hacia los partidos hegemónicos, redefinió el parlamento como nunca antes se había visto.
Los resultados fueron contundentes: Mark Carney se consagró victorioso aun así habiéndose quedado a 3 escaños para formar un gobierno mayoritario en el parlamento. Con sus 169 asientos confirmados, el LPC busca fortalecer la figura canadiense frente a las incesantes amenazas del presidente estadounidense. La atracción de nuevos electores fue tal, que votantes fieles al Nuevo Partido Democrático (NDP), a excepción de los mismos en la provincia de Columbia Británica, decidieron poner su confianza en Carney. Lo mismo pasó con el Partido del Bloque de Quebec (BQ) quienes cedieron 11 de sus escaños divididos entre Liberales y Conservadores.
Es evidente que la polarización política en Canadá se hace cada vez más presente. Los partidos menores han perdido el apoyo popular y ocuparán menos del 10% de asientos en el próximo parlamento. Más que una victoria del Partido Liberal, el resultado parece haber sido una respuesta electoral frente a la retórica de Donald Trump, proyectada en la política canadiense. Quizás, si estas condiciones persisten, no sería sorprendente que futuras elecciones repliquen esta misma lógica polarizante y reactiva.
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“El mejor vendedor de la historia”
Luca Nava

“No estábamos eligiendo entre el bien y el mal, estábamos eligiendo entre lo malo y lo peor”, dijo Inna Sovsun, diputada de la oposición. “Lo que obtuvimos”, añadió, “es mejor que la oferta inicial«.
A pesar de haberlo tildado irónicamente el año pasado como “el mejor vendedor de la historia” por convencer al gobierno de Estados Unidos de financiar la defensa de Ucrania, el presidente Donald Trump retomó el rumbo de las negociaciones en Roma luego de un breve encontronazo con su homólogo Volodymyr Zelenskyy, y esta vez obtuvo una oferta muy difícil de rechazar.
La firma del acuerdo entre Estados Unidos y Ucrania para la explotación conjunta de minerales críticos marca un giro geoeconómico clave en el contexto de la guerra. En juego no sólo está el acceso occidental a las codiciadas tierras raras ucranianas —esenciales para la transición energética y la industria de defensa—, sino también el modo en que se redefine la soberanía ucraniana bajo condiciones de guerra y ocupación parcial del territorio.
La presencia de empresas estadounidenses en el desarrollo de estos yacimientos implica más que una apuesta económica, en realidad también figura un gesto de anclaje estratégico en Europa del Este. Para la administración Trump, que busca reposicionar la política exterior con un pragmatismo económico y una diplomacia unilateral medida por el interés nacional, el acuerdo constituye una doble jugada. Por un lado, reduce la dependencia de China en el suministro global de minerales estratégicos; por otro, consolida influencia en un país y región claves sin necesidad de mayor compromiso militar directo.
Pero la letra chica del pacto abre interrogantes. Las zonas identificadas para exploración —algunas cercanas al frente de batalla— podrían convertirse en puntos calientes de disputa. A su vez, la creciente presencia de intereses privados estadounidenses en territorio ucraniano plantea riesgos de neocolonialismo económico encubierto bajo promesas de reconstrucción, y eso puede verse en la insistencia de EEUU de asegurarse un compromiso firme y sumiso de la otra parte del tratado. El equipo de Scott Bessent (Secretario del Tesoro de EEUU) dijo a los ucranianos que Yulia Svyrydenko (Ministra de Economía de Ucrania) debería «estar lista para firmar todos los acuerdos (el tratado en cuestión y un anexo técnico) o regresar a casa».
Ucrania, necesitada de inversión y de respaldo político frente a Rusia, ha optado por ceder terreno estratégico para garantizar su supervivencia y que su mayor y más importante aliado siga comprometido y no congele el apoyo militar. Sin embargo, esta alianza con Washington no va a ser gratuita, ya que redefine prioridades de desarrollo y puede llegar a condicionar el uso soberano de los recursos naturales ucranianos.
El acuerdo aún requiere de la ratificación del Parlamento Ucraniano y aún se trabaja en su implementación. No obstante, sella una nueva fase en la guerra: la del control sobre el subsuelo. Y anticipa un escenario donde las fronteras ya no sólo se disputan con armas, sino con contratos de extracción.
Te dejamos más contenido sobre la firma del acuerdo sobre minerales:
Great-Power Diplomacy
¿Qué hacen las grandes potencias cuando no pueden ganarlo todo por la fuerza? Negocian con cálculo.
Para el Diploconcepto de la semana, desglosamos un concepto planteado por el exsubsecretario de Estado de Estados Unidos para Asuntos Europeos y Euroasiáticos, A. Wess Mitchell: la great-power diplomacy.
La diplomacia de las grandes potencias es la práctica mediante la cual los Estados más influyentes del sistema internacional usan la negociación como una herramienta de poder, no como un gesto idealista. A diferencia de enfoques que buscan la armonía universal o la expansión de valores, esta diplomacia parte del reconocimiento de que el mundo está regido por las premisas del realismo: competencia, conflicto y supervivencia del Estado.
Durante décadas, especialmente tras la Guerra Fría, Estados Unidos abandonó en gran medida este enfoque. Creyó que podía transformar a sus adversarios mediante el comercio o las instituciones multilaterales. Pero China no se convirtió en una democracia, Rusia no se occidentalizó, e Irán no se rindió. Hoy, frente al regreso de la rivalidad entre potencias, Washington empieza a redescubrir el valor de la diplomacia clásica: una que negocia desde la fuerza, que divide coaliciones enemigas, gana tiempo para fortalecerse y forma alianzas por interés, no por afinidad.
Este tipo de diplomacia no busca eliminar los conflictos, sino administrarlos. Es lo que hizo Archidamus II en Esparta para retrasar la guerra con Atenas; lo que logró Bismarck al aislar a Francia en el siglo XIX; y lo que hoy intentan Estados Unidos, China y Rusia: negociar con sus rivales, presionar a sus aliados y utilizar la diplomacia como una extensión de su estrategia en el tablero global.
La diplomacia de las grandes potencias deja una lección clave: no solo es una herramienta para evitar el conflicto, sino para prepararse mejor para enfrentarlo o, en el mejor de los casos, para no tener que librarlo.
¿Qué pesa más en la balanza del poder: las armas o los acuerdos?

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