El Juego de Tronos turco
Por Lautaro Bermudez
En los desiertos y las ciudades devastadas de Siria, el colapso del régimen de Bashar al-Assad se instaura como un momento decisivo, no solo para el país, sino para todo Medio Oriente.

Durante más de una década, Assad mantuvo un precario control, sostenido por alianzas con Rusia, Irán y Hezbollah, mientras el país se desangraba en una guerra que parecía interminable. Sin embargo, su régimen cayó con una rapidez sorprendente, desmoronado por una ofensiva rebelde que transformó, casi de la noche a la mañana, las dinámicas de poder en la región.
En el tablero geopolítico de esta tragedia, Turquía no fue un simple espectador. En un movimiento cuidadosamente orquestado, Ankara se posicionó como un jugador clave, manejando con astucia los hilos del conflicto. Desde las sombras y en el frente, el gobierno de Recep Tayyip Erdogan actuó como un estratega ambicioso, guiado no solo por las urgencias del momento, sino por una visión más profunda y calculada: un retorno a la influencia que una vez definió al antiguo Imperio Otomano.
Respaldada por la doctrina de Profundidad Estratégica de Ahmet Davutoğlu, Turquía tejió una narrativa de liderazgo histórico y cultural, al tiempo que desplegaba tácticas militares y diplomáticas que moldearon y ayudaron con el desenlace en Siria. ¿Qué motivaciones impulsaron estas acciones? ¿Qué riesgos y promesas encierra este juego de poder? Y, lo más importante, ¿qué revela esta intervención sobre las ambiciones de Turquía en un Medio Oriente en transformación?
Entre bastidores: Turquía y el avance rebelde
El régimen de Bashar al-Assad no cayó de un solo golpe, sino bajo la fuerza de una ofensiva meticulosamente planeada. Liderada por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), un grupo rebelde que sorprendió al mundo con su capacidad de coordinación, la insurgencia capturó en pocas semanas ciudades estratégicas como Alepo, Hama y Homs. Fue un ataque fulminante que dejó al ejército del régimen en retirada, desmoronándose como un castillo de naipes.

Detrás de este triunfo, Turquía jugó un papel fundamental, aunque desde las sombras. Desde los primeros días de la guerra civil siria en 2011, Ankara apoyó abiertamente a la oposición, proporcionando armamento, entrenamiento y un flujo constante de suministros logísticos. Si bien su respaldo a grupos como el Ejército Nacional Sirio (SNA) fue evidente, su relación con HTS fue más compleja, pero no menos estratégica. Aunque HTS tiene un pasado vinculado a Al Qaeda, su utilidad como fuerza efectiva contra Assad alineaba sus objetivos con los intereses inmediatos de Turquía.
La retirada parcial de los aliados de Assad también allanó el camino para la ofensiva. Rusia, distraída por la guerra en Ucrania, y un Irán asediado por sanciones y conflictos internos, dejaron un vacío que Ankara explotó con habilidad. Desde sus bastiones en el norte de Siria, Turquía consolidó su control territorial, convirtiendo estas zonas en plataformas para el avance rebelde.
En paralelo, la diplomacia turca operó con la misma precisión calculada. En foros como las conversaciones de Astaná, Ankara equilibró relaciones con Moscú y Teherán, mientras cultivaba una colaboración táctica con Estados Unidos en la lucha contra el Estado Islámico. Fue un delicado juego de equilibrios que reforzó su influencia en la región y que ahora le asegura un papel protagónico en la era post-Assad.
Ahmet Davutoğlu y la visión de un poder expansivo
Para entender la política turca en Siria, es indispensable explorar la doctrina de Profundidad Estratégica, formulada por Ahmet Davutoğlu, exministro de Relaciones Exteriores, primer ministro de Turquía y el arquitecto intelectual de la política exterior moderna de Turquía. En su obra Stratejik Derinlik (2001), Davutoğlu presenta a Turquía como una potencia natural, destinada a liderar debido a su ubicación única entre Europa, Asia y Medio Oriente, y su legado histórico como núcleo del antiguo Imperio Otomano.
La doctrina redefine el papel de Turquía, instándola a trascender su posición como un actor periférico y a asumir un liderazgo activo en su entorno inmediato. Según Davutoğlu, el poder de Turquía no solo debe residir en su capacidad militar, sino en su habilidad para proyectar influencia a través de herramientas diplomáticas, culturales y económicas.
Un aspecto central de esta teoría es el concepto de “profundidad histórica”. Como heredera del Imperio Otomano, Turquía tiene, según esta visión, la responsabilidad de liderar en las regiones que una vez estuvieron bajo su dominio. Este mandato histórico no es solo una cuestión de legitimidad, sino una estrategia para garantizar la estabilidad de Turquía a través del control de su entorno geopolítico inmediato.
De esta manera, este Neo-Otomanismo ofrece la dimensión y justificación ideológica y simbólica de las acciones de Turquía. El enfoque, promovido por Erdogan, busca restaurar la influencia cultural y política de Turquía en los antiguos territorios otomanos. No mediante conquistas militares, sino a través de una hegemonía blanda que combina diplomacia, economía y narrativas históricas.
En Siria este enfoque se manifestó claramente. Erdogan presentó la intervención turca como un acto de responsabilidad histórica, una misión moral para proteger a las comunidades suníes frente al régimen alauí de Assad y la creciente influencia chií de Irán. La narrativa no solo buscó justificar la intervención a nivel interno, sino que reforzó la aspiración de Turquía de liderar el mundo musulmán en un momento de profundas divisiones sectarias.
No obstante, este enfoque no está exento de tensiones. Países como Arabia Saudita y Egipto ven con recelo las ambiciones de Ankara, mientras que actores internacionales, incluidos aliados de la OTAN, cuestionan si las intenciones de Turquía no están más orientadas hacia la hegemonía que hacia la estabilización.
Estrategia, ambición y un nuevo orden regional
A partir de lo anteriormente expuesto, se puede argumentar que la caída de Assad proporcionó a Turquía el escenario ideal para aplicar los principios de la Profundidad Estratégica. Desde su posición privilegiada en el norte de Siria, Ankara estableció zonas de influencia que no solo sirvieron como plataformas logísticas esenciales para las fuerzas rebeldes, sino que también cumplieron un propósito estratégico clave: contener la amenaza kurda. Para Turquía, el fortalecimiento de las milicias kurdas en Siria, vinculadas al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), representaba un peligro existencial para su seguridad nacional. Al consolidar un control efectivo en estas áreas, Turquía no solo neutralizó en parte esta amenaza, sino que también proyectó su poder más allá de sus fronteras inmediatas.

Diplomáticamente, Turquía demostró un notable pragmatismo. Mientras colaboraba con Estados Unidos en la lucha contra el Estado Islámico, negociaba con Rusia e Irán en las conversaciones de Astaná, utilizando su habilidad para equilibrar relaciones entre actores con intereses contradictorios. Este enfoque permitió a Ankara mantener su influencia sin comprometerse con alianzas rígidas o arriesgar conflictos directos con potencias mayores. Así, Turquía no solo aseguró su relevancia en el conflicto sirio, sino que también se consolida como un mediador indispensable en la configuración del orden regional post-Assad.
No obstante, la narrativa histórica y cultural que Ankara utilizó para legitimar sus acciones no está exenta de desafíos. Como se mencionó más arriba, al posicionarse como un protector de las comunidades suníes y defensor de la estabilidad en Siria, Turquía apeló a un discurso que resuena profundamente con su ideario neo-otomano. Este enfoque, aunque efectivo para justificar sus intervenciones y atraer simpatías en ciertos sectores, genera desconfianza en actores clave de la región ya que son percibidos como intentos de una nueva forma de hegemonía regional.
Más allá de la victoria
De esta forma, el éxito de Turquía en la caída de Assad es solo el comienzo de un nuevo y complejo capítulo. La fragmentación de Siria, con su mosaico de etnias y religiones, plantea riesgos de violencia sectaria y extremista que podrían desestabilizar las áreas bajo influencia turca. Además, la administración prolongada de estas regiones demandará recursos en cantidad, una carga considerable para una economía ya presionada por la crisis interna y la gestión de millones de refugiados.
Por otro lado, en el plano internacional, Ankara debe manejar cuidadosamente las tensiones con aliados y rivales. Rusia e Irán, aunque debilitados, siguen siendo actores relevantes que buscarán recuperar influencia en Siria. Mientras tanto, países como Arabia Saudita observarán con atención los movimientos de Turquía, buscando contrarrestar cualquier indicio de hegemonía regional.
Así, la intervención de Turquía en Siria refleja una estrategia ambiciosa que combina legado histórico, visión ideológica y pragmatismo político. Pero esta victoria táctica aún plantea preguntas fundamentales sobre la sostenibilidad de su influencia en un Medio Oriente profundamente fragmentado. El verdadero desafío para Ankara será convertir su éxito en una paz duradera, equilibrando sus aspiraciones con las complejidades de un sistema internacional en constante cambio ¿Será Turquía capaz de redefinir el orden regional o quedará atrapada en el laberinto de sus propias ambiciones?
Lautaro Bermudez (Argentina): Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de San Martin. Miembro de Diplomacia Activa.
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