La economía del «Terror»
Por Tomás Peña
El terrorismo internacional, que tiene un auge desde comienzos del Siglo XXI, no es gratis. A lo largo de los años, desarrolló métodos para obtener la financiación que le permita mantener sus actividades en todo el mundo. Ante este escenario, la comunidad global tiene la obligación de identificar, comprender y desmantelar estos mecanismos desde su origen.

Según la definición de Naciones unidas, el terrorismo es cualquier acto destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a civiles, con el propósito de intimidar a la población, o de obligar a un gobierno o una organización internacional a realizar o abstenerse de realizar un acto. La presencia de este fenómeno, si bien no es exclusiva de la contemporaneidad (ya para 1793 Robespierre se cargaba en la guillotina las cabezas de los ciudadanos opuestos a la revolución), ha tomado vital relevancia luego de los atentados del 11 de Septiembre del 2001.
Esta nueva forma de amedrentar a la sociedad, que se aleja de los esquemas convencionales del uso de la fuerza, sigue patrones claves, visibles en tres esferas fundamentales: la política (centralización del poder), la economía (financiación, reclutamiento y asociación con Estados de bajo desarrollo), y la cultura (secularización religiosa y sectarización del terrorismo).
Las facciones que infunden terror suelen estar impulsadas por una ideología, en muchos casos extremista y fundamentalista, que justifica la violencia en el marco de una estructura corporativista. Estas organizaciones, similares a un organigrama empresarial, cuentan con estructuras organizativas, tácticas de comunicación y objetivos estratégicos bien definidos.
De esta manera se explica la centralización del poder en ISIS con Al-Baghadi (director), un consejo consultivo propio conocido como “Shura” (asesores), las diferentes Wilayas (gerentes regionales y supervisores de operaciones, logística y propaganda), el departamento de finanzas (encargados del petróleo, los impuestos y el contrabando) y los combatientes (empleados) que son la base de la organización.

En este contexto, es esencial que la comunidad internacional aporte soluciones efectivas. Un ejemplo de ello es el Comité contra el Terrorismo de la ONU, establecido por la Resolución 1373 del Consejo de Seguridad en 2001. Este órgano se encarga de combatir el terrorismo a nivel global mediante la implementación de medidas legales, financieras y de cooperación internacional. De manera similar, la Financial Action Task Force (FAFT) promueve el multilateralismo para establecer normativas y actuar contra el lavado de dinero y la financiación del terrorismo. La coordinación transfronteriza y el intercambio de información son fundamentales para desmantelar las estructuras terroristas.
La economía del terrorismo se financia de diversas formas. Un ejemplo notable son las donaciones. Khalid bin Mahfouz, un millonario banquero saudí, fue señalado por financiar parte de Al-Qaeda, además de la fortuna heredada por Bin Laden. También se han identificado organizaciones benéficas en países del Golfo y simpatizantes del islamismo, como la «Al-Haramain Islamic Foundation» y la «Revival of Islamic Heritage Society», que han sido acusadas de desviar fondos hacia la red de Al-Qaeda.
Por otro lado, los secuestros y extorsiones de extranjeros son parte de la recaudación, históricamente millonaria, de dólares a través del cobro de rescates. Entre ellos, Daniel Pearl, el periodista estadounidense del Wall Street Journal, capturado en Pakistán en 2002 por militantes afiliados de Al-Qaeda y siendo asesinado poco tiempo después, utilizándose la tragedia como medio propagandístico. También encontramos la ejecución de Alan Henning, un trabajador humanitario británico capturado y asesinado en Irak por ISIS. El caso de Ingrid Bentarcourt, capturada por las FARC es uno de los más paradigmáticos en Latinoamérica.
El control de recursos naturales también constituye una fuente de financiamiento. ISIS ha explotado el contrabando de petróleo en Medio Oriente, vendiéndolo en el mercado negro, además de controlar yacimientos de gas, minas de fosfato y fábricas de cemento en sus territorios. Por su parte, Al Shabaab ha generado ingresos ilegales en Somalia mediante el cobro de impuestos a agricultores y comerciantes locales.
El tráfico de personas, armas y drogas también contribuye a la financiación del terrorismo. Células de Al-Qaeda radicadas en Afganistán y Pakistán han participado activamente en el tráfico de heroína.

Las soluciones prácticas para desfinanciar el terrorismo comprenden: congelar activos y sanciones financieras; el régimen de sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU ha sido efectivo al limitar el acceso de recursos financieros, ha sancionado a Al-Qaeda y a ISIS, congelando activos y restringiendo transacciones financieras internacionales.
Otra de las soluciones es la de regular a las organizaciones benéficas; La comisión de Caridad del Reino Unido establece regulaciones estrictas para prevenir el uso indebido de fondos para la financiación del terrorismo. Estas incluyen la revisión de transparencia financiera y supervisión de actividades benéficas. Además, el desmantelamiento de redes de contrabando y tráfico terroristas puede ser neutralizado a través de la cooperación de agencias e inteligencia, como en 2017 cuando EE.UU. y México trabajaron conjuntamente para romper con la red de tráfico y contrabando del Hezbollah situados en México y Colombia, o el trabajo entre EE.UU. y las fuerzas Kurdas para neutralizar el contrabando de petróleo de ISIS, en 2015.
Por último, el sistema de seguimiento de transferencia informal de dinero. Las acciones deben orientarse a registrar y monitorear los agentes de Hawala (un sistema de transferencia de fondos) para rastrear y bloquear los flujos del capital terrorista.
Culturalmente, la secularización religiosa en la política implica entender, desde una mirada occidental menos acostumbrada, que existen espacios del globo donde la Constitución Nacional y el Corán significan lo mismo. Este es el caso de Arabia Saudita, Pakistán, Irán, Afganistán, entre otros, donde la ley islámica (Sharia) rige constitucionalmente. Con diversas interpretaciones, ramas y doctrinas, desde ya, pero que hacen al orden interno de estos Estados. Dicho esto, debe entenderse que la religión ocupa un rol imperante, sobre todo en medio oriente y partes de África, debiéndose entender que el fundamentalismo islámico se inmiscuye en motivos que exceden los debates político-institucionales y encuentra sus raíces en la interpretación del texto religioso.

El terrorismo internacional se ha convertido en una urgencia en la época contemporánea. El componente religioso ha sido el catalizador de la violencia desmedida ejercida en numerosos atentados a nivel mundial, generando una profunda inestabilidad política en la región de Oriente Medio.
Si bien las guerras del siglo XVI estuvieron protagonizadas por la Iglesia, y aunque la guerra ha cambiado su idiosincrasia a lo largo del tiempo, hoy parece que Dios tiene su revancha. O, mejor dicho, son Alá y Mahoma quienes inspiran nuevos comportamientos humanos, poniendo en jaque a la comunidad internacional en su intento por contener esta amenaza. Como afirmó el Ayatolá Jomeini en 1989, tras destituir al Shah Reza Pahlavi por sus intentos de occidentalizar Irán: «América es el Gran Satán, la fuente de todo mal en el mundo.»
Tomas Peña (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad de San Andrés. Miembro de Diplomacia Activa.
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