Los peligros de la palabra «guerra»
Por Axel Olivares
La experiencia nos demuestra que los términos no se pueden leer en inmanencia, es decir, no se puede hablar de palabras que tengan en esencia un significado absoluto e independiente a su contexto, mucho menos asumir que cada sujeto absorberá su sentido de la misma forma. Es inevitable en la belleza, en la política o en la moral, pero hay un lugar en donde no siempre lo vemos: la guerra.

Parece ingenuo preguntarse qué significa la guerra, sobre todo en un contexto internacional marcado por la misma. Sin embargo, con el paso del tiempo, las implicancias que la guerra debe tener para considerarse como tal han variado a tal punto de pasar a ser un término de muy fácil acceso, como también un instrumento retórico librado a diferentes usos arbitrarios.
El término no está exento de definiciones que la hacen, al menos parcialmente, identificable. Maquiavelo ve a la guerra como una herramienta política para la adquisición y el mantenimiento del poder la cual siempre debe estar disponible para sus gobernantes a la hora de proteger sus dominios.
Para Sun Tzu, la guerra está por encima del conflicto armado en sí. Al igual que el título de su libro, el “arte de la guerra” implica una serie de tácticas destinadas a alcanzar la victoria con la menor cantidad de conflictos directos. Aquí vemos que ambos términos son complementarios y tienen en común la importancia del objetivo por encima de cualquier medio. ¿Pero cuáles son sus “formalidades”?
A pesar de la complejidad de la historia bélica vemos, por ejemplo, como una constante el hecho de que un conflicto que comienza a partir de un ambiente hostil entre dos frentes, luego sea formalizado por una declaración de guerra. Pero, paulatinamente, esta última ha sido una instancia cada vez menos necesaria. En 1941, el ataque japonés a Pearl Harbor no sorprendió solo por ser el primer ataque extranjero en territorio estadounidense, sino también por su imprevisibilidad. La sorpresa fue tal que la declaración de guerra contra Japón no tardó en llegar y EE UU se unió a las fuerzas aliadas 4 días después para combatir las Potencias del Eje.
Una vez finalizada la Segunda Guerra se redacta la Carta de las Naciones Unidas en la cual el artículo 51 abre un nuevo capítulo en los asuntos bélicos. El mismo avala la legitima defensa de las Naciones en caso de ser atacadas. La nación afectada debe comunicárselo inmediatamente al Consejo de Seguridad para tomar medidas con el fin de reestablecer la paz. Pero en la práctica, teñida por los intereses de sus actores, la defensa pasa muchas veces a ocupar una posición conmutable con la agresión.

Por otra parte, la historia muestra los alcances que la guerra puede tener como sello. En los años de la posguerra, la “Guerra Fría” imperó como conflicto omnipresente en todos los enfrentamientos de la época. El término acuñado por Walter Lippmann en su libro “La Guerra Fría: un estudio de la política exterior de EE UU” (1947) abrió una puerta que exponía la amplitud semántica de la palabra. Sin embargo, hasta ese momento aún nos referíamos a un enfrentamiento entre dos naciones, pero ¿se puede hablar de guerra si no es entre dos Estados?
Teóricos de tradición realista como Carl von Clausewitz o Hans Morgenthau han defendido una concepción de guerra cuyos actores deben ser únicamente Estados soberanos. Bajo esta premisa, la guerra propiamente dicha no podría ser reconocida como tal si se tratase de un conflicto con grupos no estatales o entidades no reconocidas. Autores posteriores como Robert Keohane y Joseph Nye cuestionaron esta concepción al prestar más atención a otros aspectos además de solo la dimensión militar y de seguridad. Observarían a otros actores -tales como las empresas, las organizaciones no gubernamentales y los sujetos individuales- que podían tener un protagonismo igual de alto que los Estados.
Es en la misma década de los ’70 que el concepto “guerra” toma otra dimensión. La “Guerra contra las drogas”, declarada por el presidente Richard Nixon, presenta un paradójico campo de batalla en el cual los beligerantes son un conjunto de naciones frente al más disperso narcotráfico mundial. A pesar de no haber sido su título oficial, el seudónimo que ganó el paquete de medidas le permitió calar en la sociedad como una nueva idea de guerra frente a un nuevo tipo de adversario.
Sin embargo, las leyes implementadas no lograron reducir el consumo de drogas en la población ni su tráfico internacional. De hecho, ambos índices aumentaron desde el día en que Nixon afirmo que las drogas eran el “enemigo público número uno”. Enfrentarse a las drogas es enfrentarse a una compleja red sin nacionalidad, sin ley ni rostro, sumamente escurridiza y que tiene entre sus manos a diversos fragmentos de la administración pública de varias naciones. La noción de guerra era quizás el instrumento equivocado.

La teoría realista vuelve a salir de su tumba en la actualidad con las guerras en Medio Oriente y en Ucrania. Luego del ataque del grupo terrorista Hamas del 7 de octubre, Israel se ha inclinado a una guerra sin retorno para desarticular a todas las células terroristas en cuyas bases se encuentra la eliminación de Israel. A pesar de justificar su accionar como un modo de defensa, declararle la guerra a Hamas presenta dificultades similares a declararle la guerra a las drogas, porque ¿qué es el terrorismo? No son civiles, no es un ejército propiamente dicho, no es una institución, no es una entidad fácilmente identificable.
En el caso de Hamas, hablamos de una organización cuyo accionar está en manos de redes familiares y de clanes. La dispersión con la que se manejan y la forma poco aparente con la que se presentan hacen casi imposible para Israel abolir al grupo terrorista, lo mismo sucede con Hezbollah y con los Hutíes, sus tácticas guerrilleras persuaden las nociones básicas de una guerra tradicional.
Las consecuencias para el gobierno de Netanyahu son tanto externas como internas. La estrepitosa cantidad de civiles palestinos asesinados en la Franja de Gaza le quita cada vez más legitimidad a su causa a los ojos de la comunidad internacional. Por otro lado, las expectativas de los israelíes han ido decayendo al punto de comenzar a emerger la idea de que Israel necesita una nueva administración, sobre todo por la incapacidad de las fuerzas armadas de recuperar a los rehenes.
Quizás la declaración formal de una guerra por parte de Netanyahu haya perjudicado las posibilidades de Israel de defenderse de las embestidas de sus vecinos, quienes han sabido aprovecharse de la invisibilidad de su red terrorista. En línea con la “Doctrina Bush”, definida con posterioridad a los ataques del 11 de septiembre y que permitiría atacar a aquellos países patrocinadores del terrorismo, Israel corre el riesgo de vivir la fatídica experiencia que Estados Unidos vivió en Irak. Pero la peor consecuencia es que al desdibujarse los límites claros entre defensa y agresión se desvanece aún más la configuración de la guerra como herramienta legítima.
Por otro lado vemos un uso más cuidadoso, como también perverso, de la “palabra maldita”. Según Vladimir Putin, Rusia se encuentra realizando una “Operación Militar Especial” en Ucrania. El esquivo de usar la palabra guerra le ha permitido conservar una relativa calma entre los rusos. Al no acudir a declaraciones alarmistas hace pasar el conflicto como un trámite administrativo un poco más complejo que lo normal.

La presencia o ausencia del término guerra ha pasado a ser parte del plan persuasivo de un Estado para alcanzar sus objetivos. Clausewitz definía justamente la guerra como “un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario”. Pero también, la guerra se ha constituido como un instrumento a veces poco indicado para la problemática que una nación enfrenta. En muchas ocasiones la mera declaración de guerra configuró el destino del conflicto de forma contraproducente para la nación que la promulgó.
El uso apresurado de la guerra como instrumento para solucionar un problema internacional pero no interestatal puede escalar progresivamente a un conflicto que termine incluyendo a dos naciones o más. Las células terroristas que Israel combate fueron fortaleciendo aún más el corazón que las mantiene con vida: Irán comenzó a tomar el protagonismo en representación de todo el terrorismo esparcido en Medio Oriente. Luego del ataque sin precedentes en territorio israelí el pasado 13 de abril, Irán toma oficialmente posesión de un frente reconocible, lo que paradójicamente hace que la guerra pueda retomar una estructura más tradicional.
Esto nos hace reflexionar en cómo la guerra, ya sea como instrumento o como concepto en sí, se enreda cada vez más en las prácticas de sus beligerantes. La práctica humana más ancestral no tiene una estructura rígida, siempre está abierta a nuevas formas, sin embargo, no deja de ser un escenario que pone en juego los recursos más esenciales de un país. Pensarlo dos veces nunca es en vano.
Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo. Redactor y columnista en Diplomacia Activa.
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