Saltar al contenido

La ciencia del clima: Un arma geopolítica

Por Arturo Bautista

En un mundo multipolar cada vez más competitivo, el conocimiento sobre el funcionamiento de nuestro planeta volverá a convertirse en una herramienta de poder con valor estratégico, como durante la guerra fría. La investigación centrada en el clima, lo queramos o no, será una cuestión de seguridad nacional.

Ilustración | Alejandro Sviz

La ciencia del clima es más importante de lo que se piensa. Ha marcado el ritmo y los objetivos de la transformación económica más ambiciosa desde la revolución industrial: la transición a una economía libre de carbono.

Desde que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente crearon el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) en 1988, los datos y modelos climáticos son un bien público mundial, un instrumento de poder económico con un valor normativo creciente. Los objetivos climáticos se consagran cada vez más en la legislación y se citan en la jurisprudencia.

La ciencia del clima es también una disciplina necesariamente global porque utiliza la física matemática para predecir el comportamiento combinado de la atmósfera y los océanos del planeta, dos bienes comunes que no conocen fronteras. En las dos últimas décadas, el campo se ha ampliado para incorporar la hidrología, la ecología y la biogeoquímica en una ciencia interdisciplinaria de los sistemas terrestres que requiere una infraestructura sustancial, desde sistemas de observación para vigilar el estado de todo el planeta hasta vastos recursos computacionales para integrar modelos cada vez más sofisticados.

Es una ciencia muy adecuada para un mundo globalizado, y los científicos del clima llevan mucho tiempo centrando su atención en la agenda establecida por las instituciones internacionales desde la OMM y el IPCC hasta la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (creada en 1992) para guiar a la humanidad hacia la descarbonización.


Ilustración | Naciones Unidas

Durante muchos años la ciencia del clima se ha enfrentado a graves amenazas, sobre todo por los intentos de desacreditar sus principales afirmaciones por motivos políticos y económicos. Pero los “mercaderes de la duda”, como los llamaron los historiadores Naomi Oreskes y Erik M. Conway, han fracasado en gran medida. Los negociadores de la Convención Marco han hecho progresos constantes, superando obstáculos y recuperándose de los reveses. Por supuesto, sigue habiendo debates sobre lo que debemos hacer. Pero, en general, los responsables políticos y las empresas han pasado de la parálisis a los compromisos, aunque no a la acción a gran escala.

Pero ahora se vislumbra un tipo de amenaza diferente. La agitación internacional, el aumento del autoritarismo y el nacionalismo, así como el incumplimiento de normas antiguas y ampliamente acordadas están alejando a los países del orden internacional que ha prevalecido desde el colapso de la Unión Soviética. La guerra de agresión entre Palestina e Israel es el ejemplo más reciente y evidente de una serie más amplia de fracturas geopolíticas que están complicando el trabajo de los científicos del clima.

El peligro es que, en un mundo multipolar cada vez más competitivo, los países se apresuren a nacionalizar, consolidar y aislar las observaciones planetarias y los recursos computacionales. No solo se fracturará la agenda científica, sino que los responsables políticos empezarán a ver el cambio climático a través de la lente más estrecha de la seguridad nacional y otros intereses provincianos. Los gobiernos se preguntarán qué significa el cambio climático, o las respuestas tecnológicas al mismo, para su país y sus adversarios, en lugar de para el planeta en general.

En la última década de la guerra fría, los imperativos científicos cambiaron a medida que los intereses militares se centraron más en la carrera tecnológica entre EEUU y la URSS. La ciencia del clima se orientó hacia una agenda más explícitamente civil, utilizando modelos cada vez más sofisticados para entender qué gobernaba el clima a nivel planetario y cómo podría cambiar el clima con el tiempo. Este cambio requería una potencia de cálculo mucho mayor, pero se produjo en un momento en que la capacidad tecnológica estaba preparada para satisfacer la demanda. Desde mediados de la década de los cincuenta, la potencia de cálculo ha aumentado en diez órdenes de magnitud, lo que ha permitido producir un enorme número de simulaciones climáticas.

Las fracturas geopolíticas actuales aparecen en un momento en que la infraestructura de modelización de las ciencias de la tierra nunca ha sido tan compleja. A medida que la computación con semiconductores complementarios de óxido metálico (CMOS) alcanza sus límites de velocidad, la computación se ha ampliado a un número cada vez mayor de procesadores, lo que ha dado lugar a una infraestructura a escala industrial, que la convierte más en el dominio de instituciones que de departamentos académicos.


No hay tiempo que perder

Toda la humanidad pierde si el clima cambia radicalmente, pero no todos los cambios serán iguales. A los países menos desarrollados les resultará mucho más difícil sacar a la gente de la pobreza y evitar migraciones o crisis profundas. El deshielo del Ártico creará ganadores y perdedores, provocando cambios en las rutas comerciales y nuevas competencias por los recursos que alterarán los lugares de donde podemos obtener productos básicos. Al igual que nuestros esfuerzos por evitar el cambio climático reconfigurarán la economía mundial, también lo hará el propio cambio climático.

Científicos y responsables políticos deben hacer más para adelantarse al cambio climático y a los cambios geopolíticos. El dinero está empezando a moverse, con grandes financiadores, como la UE, que destinan más recursos a la gestión de los efectos del calentamiento global. Pero las evaluaciones recientes de la disciplina sugieren que la atención de la comunidad científica sigue dirigida a otra parte. Se publica mucho más sobre el comportamiento planetario del sistema climático que sobre la ingeniería regional y local o las soluciones institucionales a los retos socioeconómicos y de seguridad derivados del cambio climático.

Pero son esas innovaciones regionales y locales las que crearán una ventaja comparativa relativa y las que constituyen la frontera del conocimiento en un mundo multipolar, si estamos respondiendo a la pregunta equivocada, apenas importa que tengamos mejores instrumentos y mayor poder para calcular las soluciones.

La historia de la ciencia del clima ejemplifica el poder de la investigación dirigida por el Estado. Los responsables políticos deben reconocer qué, de forma análoga a las inversiones del siglo XX, la investigación centrada en el clima y las capacidades operativas se están convirtiendo en una cuestión de seguridad nacional.

La ciencia que nos ayuda a comprender los bienes comunes de la Tierra ya no es solo una herramienta para la defensa del medio ambiente, cuanto antes reconozcamos este cambio, más fácil será prepararse para lo que viene.


Arturo Martínez Bautista (México): Estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Tecnológica de México y pasante en la secretaria de Relaciones Exteriores de México.

Deja un comentario

Descubre más desde Diplomacia Activa

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo