Tiroteos masivos: el diagnostico de Freud
Por Axel Olivares
Ante el desborde de violencia cometida en los ataques a mano armada en escuelas, oficinas, bares y en las calles, es inevitable preguntarse cuáles son las razones del atacante y por qué los atentados persisten en el tiempo. Frente a la complejidad del problema, el padre del psicoanálisis puede ofrecer su diagnóstico.

Un tiroteo en Maryland, que dejó como resultado dos muertos y veintiocho heridos, se suma a una abundante cantidad de tiroteos masivos registrados en Estados Unidos en las últimas semanas como en los estados de Idaho (cuatro muertos), Illinois (un muerto, veinte heridos), Colorado (nueve heridos), Washington (cinco heridos), y Milwaukee (seis heridos). Pero la tendencia trascendió las fronteras llegando a Paraná, Brasil, con un tiroteo en una escuela a manos de un ex estudiante. Los hechos reabren una vez más el debate sobre la tenencia de armas y su fácil acceso. Además, ahora se suma el papel que las redes sociales cumplen como medio para la difusión de los planes de los perpetradores en pequeñas comunidades y la posibilidad de que puedan estar alentándose entre sí a cometer masacres.
A pesar de que los medios materiales tienen un gran protagonismo en las masacres en las que Estados Unidos -especialmente- está acostumbrado, la cultura circundante de los atacantes ha estado en el ojo de la lupa, pero de forma equívoca. Ese fue el caso de la Masacre de Columbine en 1999, en la cual dos estudiantes entraron a su escuela con pistolas de 9mm, carabina Hi-Point, 100 explosivos, cuatro cuchillos y dos escopetas de 12mm. matando a quince personas (incluido a ellos) e hiriendo a veinticuatro. Las pericias encontraron suficiente evidencia para saber que ambos jóvenes retenían un peligroso rencor a la sociedad, pero además encontraron videojuegos que implicaban tiroteos y posters de bandas de heavy metal. Los dedos apuntaron a la industria cultural por “incitar a la violencia”. Sin embargo, el error podía recaer en que se planteaba un lugar de total pasividad al receptor frente a los productos culturales subestimando el marco interpretativo de los sujetos.
La motivación de ocasionar una masacre puede ser más profunda. No obstante, no parece perder conexión con el contexto. La regulación de armas significaría un paso sustancial para acabar con los tiroteos, pero no con el origen de la pulsión que hace a la mano apretar el gatillo. Ante semejante complejidad, Sigmund Freud ofrece una base conceptual que puede ayudarnos.
En su ensayo “El malestar en la Cultura” (1930), Freud indaga en la psicología social las limitaciones que la cultura le impone a las pulsiones del individuo y cómo este las transforma en sentimiento de culpa. La dicha es planteada como la principal fuente de satisfacción, y se alcanzará satisfaciendo las pulsiones de placer, o al menos evitando el dolor. Pero el individuo no quiere perder el amor de la sociedad, sentimiento originado en la relación paternal, por lo que accede a reprimir sus pulsiones. Sin embargo, el deseo persiste y se convierte en una lucha interna frente a un superyó –instancia moral y enjuiciadora del yo- al que no se le puede ocultar nada. No es trascendental saber que nadie escapa de este mecanismo que Freud plantea, pero es quizás en su colapso donde se encuentran los rasgos más recurrentes de los atacantes.

Para José Ramón Ubieto, profesor de psicología de la UOC, los perpetradores «tienen un sentimiento de la vida a veces muy precario» y si reciben violencia desde afuera, la duplican en su interior. El gobierno de la vida pulsional es esencial para el desarrollo del infante para canalizar sus pulsiones en acciones acordes a la cultura. Pero, según Freud, todos los estadios anteriores de una persona se conservan junto a la forma última y el estado anímico puede ir deteriorándose a causa del sufrimiento. La hostilidad de un tercero puede ser sumamente nocivo para alguien que no logró ‘administrar’ sus pulsiones. “La agresión es introyectada, interiorizada, reenviada a su punto de partida. Ahí es recogida por una parte del yo que se contrapone del resto como superyó y entonces como ‘conciencia moral’”. El yo es agredido de la misma forma que habría imaginado agredir. Es aquí que se da la ‘conciencia de culpa’, es decir, el sometimiento del superyó al yo.
Freud mantiene como premisa que la agresividad es “una disposición pulsional, autónoma, originaria, del ser humano”. Este carácter sería después inhibido por la cultura para mantener el orden ¿Cómo evoluciona esta disposición? La psicóloga y profesora de la Universidad Nebrija Ana Isabel Beltrán-Velasco afirma que los atacantes perciben que otras personas han sido injustas en algún momento con ellos, lo que desemboca en una reacción violenta. Si la injusticia la entendemos como desdicha, y teniendo en cuenta que la dicha es el principal objetivo del sujeto, Freud afirma que “el impedimento de la satisfacción erótica provoca una inclinación agresiva hacia la persona que estorbó aquella, y esta a su vez es sofocada y endosada por el superyó”. Pero en el caso del neurótico la aspiración pulsional y sus componentes libidinosos son transpuestos en síntomas, que siguen evolucionando.
«La mayoría de las víctimas son sus propios compañeros o incluso niños más pequeños, lo que nos indica que, en realidad, lo que están matando allá es su propia infancia» afirma Ubieto. ¿Para qué matarían a su propia infancia? ‘El malestar…’ da dos respuestas: la falta de amor paternal, e incluso el odio, puede haber provocado culpa durante su niñez, culpa que ataca con todo su armamento al yo. Según The Violence Proyect, el 42% de los tiradores en Estados Unidos experimentó traumas en la infancia y exposición a la violencia a temprana edad, incluyendo abuso físico o sexual, negligencia, violencia doméstica o tener un padre que se suicidó. Por otro lado, el sentimiento de culpa puede ser a causa de que durante su infancia el niño no logró soltarse de la cohesión familiar para ingresar en una comunidad más amplia produciéndole inconvenientes para adaptarse que en el peor de los casos terminó en bullying. El acoso escolar fue la causa del 17% de los casos, según el reporte.

Los especialistas informaron que el 38% de los autores se suicidaron en la escena del tiroteo y en dos casos lo hicieron después de ser juzgados. Si la causa de su suicidio fue el arrepentimiento, sobre todo en el caso de los tiradores que fueron condenados, Freud encontraría la respuesta en la culpa: “la expresión del conflicto de ambivalencia, de la lucha eterna entre el Eros (amor) y la pulsión de destrucción o muerte”. Es aquí donde cita al famoso Complejo de Edipo: “los hijos odiaban al padre, pero también lo amaban; satisfecho el odio tras la agresión, en el arrepentimiento salió a la luz el amor por vía de identificación con el padre, instituyó el superyó”.
El odio religioso y la xenofobia han sido otra de las variables identificadas en las intenciones de los atacantes. El concepto “narcicismo de las pequeñas diferencias” parece echar luz sobre el tema. Freud plantea que “siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos, con tal que otros queden fuera para manifestarles la agresión”. La inclinación agresiva, según Freud, es irrenunciable y los círculos culturales reducidos pueden ofrecer un punto de fuga a esa agresividad dirigiéndola al exterior.
Los últimos casos dieron cuenta también de un factor determinante: la aceptación de sus intenciones por parte de otras personas que comparten su interés en redes sociales. Por ejemplo, días antes de la masacre de Uvalde, Salvador Ramos publicó en Instagram el armamento con el que mataría a veintiún personas. A causa del incremento de tiroteos masivos en Brasil, las autoridades decidieron tener más cautela al difundir la información para evitar una “apología a la violencia”. Los grupos organizados que puedan estar ocultos en la red pueden ser relevantes para la teoría freudiana. “Es licito desautorizar la existencia de una capacidad originaria o natural para diferenciar el bien y el mal. Malo no es lo dañino o perjudicial para el yo; al contrario, puede serlo también lo que anhela y depara contento. Aquí es donde se manifiesta una influencia ajena que determina lo que debe llamarse malo y bueno”. La obediencia a esa influencia se debe al miedo de perder su amor.
A pesar de la imposibilidad de ofrecer soluciones inmediatas a un problema tan complejo, Freud advierte un aspecto sustancial del dilema psicológico. El superyó no tiene en cuenta la intensidad del ello ni la capacidad del yo para cumplir las exigencias. Freud afirma que la tarea del terapeuta es combatir al superyó y a sus exigencias dado que, al proclamar un mandamiento, no se pregunta si será posible obedecerlo. Toma por obvio que el ser humano tiene un «gobierno irrestricto» de su ello. La cúspide del problema es que, si se le exige más de lo posible, se produce en el individuo no solo desdicha, sino también rebelión y neurosis que puede desembocar en una gran gama de resultados destructivos. La intención de provocar una masacre puede ser uno de los más extremos.