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El fin de la agencia humana

Por Luca Nava

El concepto del Antropoceno, que designa la era geológica marcada por el impacto humano en el planeta, se ha vuelto crucial en Relaciones Internacionales. No es solo un conjunto de nuevos problemas a resolver, sino una condición inherente que obliga a la disciplina a revisar sus bases epistemológicas y ontológicas.

Ilustración | Revista Anfibia

La historia reciente de nuestra disciplina, especialmente luego de la guerra fría, fue testigo del giro liberal de la política internacional, donde se asumió que los comportamientos erráticos e indeseables en el globo podían ser domesticados bajo regímenes de buen gobierno y principios democratizantes.

Estos imaginarios modernistas de progreso y soluciones universales, sin embargo, han sido puestos en boga por la emergencia de una nueva época, caracterizada por los cambios radicales que ha causado la actividad humana en los ecosistemas y en la biodiversidad del planeta.

Las RRII, que tradicionalmente se estructuraron sobre la división binaria entre naturaleza y humanidad, enfatizando que el drama político y social se desarrollaba en una esfera autónoma de la natural, se encuentra ahora ante un colapso conceptual.

Si los procesos naturales ya no pueden separarse del impacto histórico del desarrollo humano, y la naturaleza no opera bajo leyes fijas, entonces la concepción modernista del binomio naturaleza/cultura, que separaba las ciencias sociales de las naturales se ha vuelto obsoleta.

Esta nueva condición problematiza tanto con la noción tradicional de seguridad, que situaba su objeto referente en la protección de los Estados contra amenazas externas, y más recientemente, con la concepción crítica de las RRII que sitúa su foco en el cuidado de los seres humanos. El Antropoceno sugiere que somos el problema tanto como la solución; el ellos como el nosotros

Esta reflexión sobre la agencia y la identidad revela que la modernidad, con su antropocentrismo y excepcionalismo humano, podría haber sido una «narrativa ficticia» con uso limitado para enfrentar los problemas globales desde un principio.


Ilustración | Technology Insights

La lentitud de la disciplina para adoptar las implicaciones del Antropoceno no es una mera resistencia académica, sino una consecuencia directa del ocaso del paradigma modernista liberal para reconocer la agencia no humana. Al enfocar su atención en la seguridad nacional y las respuestas simplistas a problemas complejos, las doctrinas clásicas ignoraron los procesos planetarios que estaban ocurriendo en el «telón de fondo», haciendo que sus marcos conceptuales se vuelvan arcaicos ante crisis sistémicas que ahora demuestran que la naturaleza y los entornos aún poco explorados no son pasivos. 

En su lugar, nuevas miradas de la disciplina plantean un enfoque holístico, que descentra la política de las preocupaciones estatocéntricas y las concepciones liberales universalistas. Este enfoque, alineado con las posturas críticas de las RRII, cuestiona la idea binarista del hombre ajeno al mundo, revisando marcos ontológicos y epistemológicos y adaptandolos a las necesidades tácitas del nuevo siglo.

Los desafíos del Siglo XXI

La complejidad, la contingencia y la naturaleza interrelacionada del mundo en el Antropoceno han hecho insostenibles las concepciones de causalidad reduccionista y las generalizaciones. El enfoque se ha desplazado de las narrativas sobre un mundo operable, justo o equitativo, para enfocarse en el rastreo de los bucles de efectos y las consecuencias no deseadas.

Esto implica que el conocimiento ya no es principalmente sobre nosotros, sino sobre el mundo mismo, reconociendo la obsolescencia de las perspectivas tradicionales que ignoraban procesos alternos a los convencionales. En lugar de controlar un entorno manso y receptivo, la gobernanza en el Antropoceno se enfoca en gestionar las consecuencias imprevistas de la incursión humana en la Tierra.

Para abordar la crisis del conocimiento, han surgido modos de gobernanza que trabajan a un nivel más profundo que el epistemológico, a menudo denominados “ontopolíticos”. Estos enfoques buscan descentrar al ser humano de las estrategias de conocimiento y control, y trabajan a través de la modulación o transformación de fenómenos complejos en el proceso de su emergencia.

En este sentido, tres conceptos clave toman protagonismo en este nuevo modo de comprender lo que nos rodea. Mapear asume una causalidad no lineal, reconociendo que un mismo estímulo externo puede producir respuestas diferentes dependiendo de las relaciones sociales, históricas y económicas internas de una entidad. La detección representa un cambio metodológico crucial: abandona la búsqueda de la causalidad para centrarse en la correlación, privilegiando el uso de nuevas tecnologías como el big data.

Y por último, el hackeo busca activamente reelaborar o transformar las nuevas condiciones del Antropoceno hacia fines favorables, fomentando la experimentación creativa y tratando de movilizar formas contextuales de conocimiento en un proceso iterativo y lúdico. La ontopolítica, por lo tanto, busca modular los efectos, no resolver problemas puntuales con lógicas hechas a medida, entendiendo que muchas veces las causas de los conflictos provienen de estímulos multiescalares y multifactoriales.


Ilustración | Ford Foundation

Humanos, medusas y algoritmos

Un ejemplo puntual de gobernanza antropocéntrica es el océano. Es un espacio híbrido y dinámico, donde los flujos de materia, vida no humana y tecnologías están intrínsecamente interconectados, desafiando la distinción entre espacios terrestres, marítimos y productivos. 

Fenómenos como el aumento de las floraciones de medusas son un síntoma emblemático de esta condición, a causa de múltiples modificaciones antropogénicas, incluyendo el cambio climático, la sobrepesca y la contaminación. Las medusas no atacan; simplemente interactúan con el sistema ensamblado de acuicultura, infraestructura costera y flujos oceánicos de manera compleja e impredecible.

El entrelazamiento expone esta relación, donde las distintas agencias (humana y no humana) se resignifican y retroalimentan a través de su propia interacción. Las medusas son inherentemente inseparables de su mundo acuoso, y su agencia disruptiva es una manifestación de la pérdida de control en este entorno complejo.

Sin embargo, las respuestas para lidiar con esta clase de problemas han estado siempre ligadas a una ecología de guerra. Materialmente, todas las propuestas resolutivas redundaron en la lógica de la «eliminación» de una amenaza ecológica bajo una narrativa bélica que crea un espejo tecno militar para el mundo oceanico.

Sistemas como Jellyfish Elimination Robotic Swarm (JEROS; una red de robots exterminadores de medusas desarrolladas en Corea del Sur) responden a esta dialéctica, donde un invasor se percibe como un enemigo a erradicar, siendo que la mayor floración de estas criaturas es causa directa de la influencia humana en el planeta.


Ilustración | Foreign Policy

Similar al océano, también podemos tomar el ciberespacio como arena paralela de batalla. Ambos dominios son espacios fluidos, desterritorializados y definidos por el entrelazamiento de agencias humanas y no humanas, donde el control territorial tradicional es ineficaz. Al igual que el océano, el ciberespacio se constituye como un entorno de entrelazamiento donde lo «más que humano» ya que abarca la vida no orgánica de datos, bioinformación y tecnoidentidades. 

La IA y las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) son agentes transformadores que redefinen las prácticas de seguridad, desafiando las líneas de demarcación tradicionales (público/privado, civil/militar, nacional/internacional) de manera similar a como el aumento del nivel del mar difumina las fronteras terrestres y marítimas.

El ciberespacio es el dominio donde la agencia emergente del código se hace más evidente. El software y los algoritmos no son herramientas pasivas; poseen capacidades de autoorganización y propiedades autónomas que coproducen activamente las lógicas de ciberseguridad.

Este fenómeno da lugar a una “ontopolítica de la ciberseguridad” donde las prácticas de conocimiento (como el monitoreo y la recopilación de datos) producen la realidad de la seguridad digital, transformándola en una seguridad emergente definida por las consecuencias no intencionadas del entrelazamiento de la agencia humana y el código.

La ontopolítica se aplica directamente a la gestión de riesgos en el ciberespacio, buscando la modulación y la adaptación en tiempo real a la fluidez del código, de manera análoga a la gestión de las floraciones de medusas.

En este sentido, la IA se presenta como un Leviatán digital que aunque esté diseñada para romper los bucles recursivos de las falencias humanas, su propia complejidad interna y agencia poco estudiada la convierten en una amenaza propiamente dicha, donde los errores o sesgos inherentes se replican y escalan, generando inseguridades impredecibles y sistemáticas.

Por otro lado, la lógica de guerra identificada en la respuesta tecnológica en el océano se replica, e incluso se intensifica, debido a las heterogeneidades de amenazas y riesgos que surgen en el ciberespacio, como así las respuesta de los Estados nación a estos problemas.


Ilustración | Active Fence

En el dominio digital, la disputa por el control se articula a través del concepto de “soberanía digital”. Esto se manifiesta en tensiones claras, como el bloqueo del acceso a ciertas tecnologías para desarrolladores en regiones específicas. La búsqueda de algoritmos soberanos refleja el deseo de los actores nacionales de ser los generadores de su propia tecnología, plataformas y datos, resguardándose de sesgos y protegiendo la autonomía estratégica.

Este impulso hacia el control tecnológico y de datos es un esfuerzo por reestablecer fronteras en un dominio inherentemente fluido y desterritorializado, que nos devuelve a la idea misma del Antropoceno, es decir, reconocer que la complejidad sistémica se resiste al control estatal absoluto.

Sumado a la complejidad de abordar el ciberespacio, se le añade la militarización de sus instrumentos, por ejemplo, el uso de la IA para identificar y atacar objetivos de manera independiente sin intervención humana. En este contexto, se automatiza la toma de decisiones, ofreciendo respuestas rápidas basadas en la velocidad inigualable de la IA.

El desarrollo de estos algoritmos plantea una profunda crisis ética y legal en la disciplina, específicamente en el ámbito del Derecho Internacional Humanitario. A pesar de los avances tecnológicos, organismos defensores de DDHH exigen que los Estados mantengan el papel fundamental del ser humano en esas decisiones para garantizar la proporcionalidad, el principio de distinción y la rendición de cuentas, sin embargo, la carrera armamentística ejerce una presión contraria, favoreciendo la autonomía algorítmica. 

En el mar, la biopolítica coexiste con la necropolítica. Conjuntamente, la IA permite la optimización selectiva de la vida y, simultáneamente, la delegación de la muerte. La decisión algorítmica sobre quién es un objetivo legítimo se convierte en la máxima expresión de la necropolítica delegada, donde la agencia no humana ejecuta la diferenciación entre las categorías que merecen protección y aquellas expuestas a la violencia automatizada.

La incertidumbre que plantea la IA en el Antropoceno se vuelve exclusivamente ontológica, ya que cuestiona la viabilidad de la agencia humana en un mundo regido por la ontopolítica digital. Las dificultades más grandes para abordar este tópico incluyen la falta de representación, coordinación e implementación a escala global. 

Esto genera un riesgo significativo de fallo de gobernanza, que se encuentra entre los subdominios de riesgo de IA más cubiertos en la documentación, junto con las vulnerabilidades de seguridad y la falta de transparencia.


Ilustración | Foreign Affairs

La Gobernanza Algorítmica plantea una amenaza directa a la autonomía humana. Los algoritmos de “machine learning”, al basar sus predicciones en el pasado, anticipan las propensiones futuras de los individuos. Sin embargo, esta capacidad de anticipación y modulación amenaza la posibilidad de futuros alternativos, aun con los errores y falencias propias de los seres humanos.

La esfera de la cultura y la política, que el modernismo intentó separar como dominio de autonomía y libertad, se ve limitada por el código predictivo. La agencia humana se subordina a la lógica recursiva del dato, donde el futuro se convierte en una extensión modulada del pasado, reduciendo la capacidad de la especie para decidir su propio camino en la nueva condición planetaria.

La crisis del Antropoceno y la IA acentúan la complejidad, la diferencia y el problema de la escala en la construcción teórica de RRII. La tarea de la disciplina será navegar la realidad de la agencia distribuida entre humanos, medusas y algoritmos, sin caer en un nuevo determinismo dogmático. Se requiere una mirada abierta y desideologizada que aborde la realidad tal como es, sin obviar las relaciones contemporáneas de poder, jerarquía y dominación entre sujetos humanos y no humanos.

La tarea primordial será entonces resistir la tentación de la «solución» estatocéntrica, que a menudo recae en la militarización, y mantener la crítica reflexiva sobre cómo se construyen, multiplican y reescriben las divisiones de poder y las exclusiones en esta nueva era de entrelazamiento planetario.


Luca Nava (Argentina): Estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de San Martín. Columnista de Diplomacia Activa.

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