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DIPLORAMA 69

Si él (Trump) nos cobra 50 por ciento (de aranceles), nosotros les cobraremos 50 por ciento […]. El respeto es bueno. Me gusta ofrecer el mío y me gusta recibirlo

Lula da Silva

Edición N° 69

Si la ASEAN fue el teatro de la diplomacia, esto es el cabaret de la realpolitik: todos bailan, nadie confía, y la música no para. Marco Rubio, estrenando su rol como secretario de Estado, intentó recomponer los platos rotos por la política arancelaria de Trump. Pero cuando seis países del bloque ya miran con cariño a China, hablar de «confianza» suena más a comedia que a diplomacia.

Al otro lado del mapa, Rusia da la nota al reconocer oficialmente al Emirato Islámico de Afganistán, como si las órdenes de arresto de la CPI fueran simples papeles mal archivados. En una jugada que mezcla oportunismo y memoria selectiva, Moscú abre sus brazos al Talibán prometiendo desarrollo… aunque más bien parece buscar socios que no pregunten demasiado. Mientras tanto, Ucrania vive su peor noche desde 2022 y Trump, con su habitual coherencia elástica, decide ahora enviar armas «defensivas». En este desfile de cinismo y cálculo, lo único estable parece ser la inestabilidad.


Necesitamos hablar: Las grandes potencias en la Cumbre de la ASEAN

Luca Nava

La reciente cumbre de la ASEAN en Kuala Lumpur ha evidenciado, una vez más, la importancia del sudeste asiático como escenario clave en la geopolítica actual, ya que se ha convertido en el epicentro estratégico de una diplomacia a múltiples bandas. La visita de Marco Rubio a la región, su primer viaje como secretario de Estado, tuvo como leitmotiv una tensión incipiente causada por la agresiva política arancelaria de la administración Trump. Son más de seis los países miembro de la ASEAN afectados por los nuevos gravámenes estadounidenses, motivo que ha obligado a varios de ellos a diversificar sus vínculos comerciales, particularmente hacia China, consolidando así la presencia del Gran Dragón como socio económico y garante de estabilidad.

En ese clima de desconfianza hacia Washington, Rubio arribó a la Cumbre con el desafío de recomponer relaciones. El anuncio de que Vietnam ha firmado un acuerdo bilateral con EEUU, uno de los pocos junto con el Reino Unido, intenta compensar el vacío creado por una estrategia exterior errática, marcada por la unilateralidad tan característica de Trump. Sin embargo, un simple perdón no basta, y el daño ya está hecho. Los países del bloque regional no sólo han estrechado lazos con Beijing, sino que observan con atención la narrativa rusa de un orden mundial multipolar, respaldado también por China. El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, aprovechó su presencia en Malasia para consolidar esta visión, en abierto contraste con el intento de Rubio por mostrar a EEUU como un socio confiable en seguridad e inversión.

En paralelo, el compromiso chino con la firma del Tratado de la Zona Libre de Armas Nucleares del Sudeste Asiático se impone como una jugada diplomática significativa. Si bien su existencia data de 1997, el apoyo explícito de una potencia nuclear como China fortalece su vigencia en un mundo donde los equilibrios de poder son cada vez más inestables y parecen resquebrajarse velozmente.

En este contexto, el diálogo entre EEUU y Rusia que tuvo lugar en los márgenes de la cumbre, donde se tocaron temas como los conflictos con Ucrania, Irán y Siria, valió más por su carácter simbólico que por su contenido. Rubio calificó la conversación como “franca e importante” y subrayó la necesidad de consolidar una hoja de ruta para concluir el conflicto ucraniano.

Quizá, en medio de la creciente polarización internacional, la ASEAN se presenta como uno de los últimos espacios donde las potencias todavía parecen dialogar, aunque sea por necesidad más que por voluntad.

Te dejamos más información sobre la 58.ª reunión de la ASEAN:

Nuevo episodio: Lionel Curtis


Afganistán: de cementerio imperial a amistad regional

Iker Escobar León

Imagen | Associated Press

Es oficial, la Federación de Rusia ha reconocido oficialmente al Emirato Islámico de Afganistán, convirtiéndose en el primer país en reconocer al gobierno talibán. Se trataba de cuestión de tiempo luego de la desclasificación del régimen talibán como un grupo terrorista dentro de los registros del Servicio Federal de Seguridad (FSB), en el pasado abril. 

La urgencia eslava por aliados en Asia Central pesó más que las memorias de las históricas derrotas en Afganistán, especialmente tras el debilitamiento de Irán en la efímera guerra con Israel. El intercambio diplomático entre Afganistán y Rusia ha alcanzado un nuevo nivel, con la declaración promulgada el jueves, 3 de julio. El Ministerio ruso de Asuntos Exteriores congratuló el evento con la promoción de relaciones que fomenten la cooperación y el desarrollo. 

Esto ha despertado tanto euforias como escepticismos por el acercamiento del gigante euroasiático. Por un lado, se estima que la vinculación diplomática traiga consigo un desarrollo económico e infraestructural que aminore las carencias afganas. En el aire circula la expansión ferroviaria, energética, comercial, agrícola y petrolera. Aunque, la otra cara de la moneda contempla que la aproximación sirva a propósitos particulares de Rusia, doblegando a Afganistán para dichos fines y sin una mejoría para el país talibán. 

Aunque, el escenario para el regreso afgano podría derrumbarse tras las órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional contra Haibatullah Akhundzada y Abdul Hakim Haqqani, altos mandos del talib. ¿Los cargos? “Ordenar, inducir o solicitar el crimen de lesa humanidad de persecución contra niñas, mujeres y otras personas que no se ajustan a la política de los talibanes en materia de género, identidad o expresión de género”, según la CPI. Por su parte, el grupo islamista ha desconocido a la organización internacional. 

Naturalmente, se podía esperar que el reconocimiento ruso no llegará sola, aunque las órdenes de la CPI podrían retrasar o interrumpir los intentos de reconectar con la paria asiática. Aunque, también esto es seguro: reconocer a Afganistán no será del agrado de EE. UU., mucho menos después de la orden de la CPI. ¿Qué opinas? ¿Afganistán se reincorporará al teatro internacional? ¿Demasiada bondad rusa para ser verdad? Mientras tanto, te invitamos a leer nuestras recomendaciones: 


Ucrania: ¿borrón y cuenta nueva?

Valentina Terranova

Imagen | Diego Herrera

En la noche del 8 al 9 de julio en el oeste ucraniano el cielo se tiñó de rojo cuando Rusia desplegó el ataque aéreo más grande desde el inicio de la guerra en 2022. Fuentes ucranianas afirman haber resistido a 730 drones y a alrededor de una docena de misiles balísticos y de crucero en la ciudad de Volinia. Sin embargo, dicen que luego de la oscuridad llega la luz, y al Trump que poco parecía interesarle el futuro de Kiev, hoy vuelve a extenderles la mano.

Desde el recorte en el envío de armas y ayuda militar al inolvidable encuentro en el Despacho Oval donde Zelensky terminó acorralado y humillado, el último tiempo los movimientos de la Casa Blanca se vieron marcados por un gran desinterés en torno al destino de Kiev. Incluso, los reiterados llamados entre Putin y Trump llegaron a alimentar la posibilidad de que ambos líderes se repartirían a Ucrania en partes como un pastel. 

Hoy, justo cuando la defensa ucraniana podría flaquear en los meses venideros, la política de Washington da un giro repentino. El hecho es que incluso el mismísimo Donald Trump parece haberse cansado de la ambición sin fin de su par Vladimir Putin, quien se resistió a todo alto al fuego y a todo intento de negociaciones. “Vamos a enviar más armas. Tenemos que hacerlo; ellos deben poder defenderse” afirmó Donald Trump – y agregó- “Principalmente armas defensivas, pero están siendo golpeados muy, muy fuerte”.


Las conversaciones para enviar más sistemas Patriot a Kiev —los únicos capaces de interceptar ciertos misiles rusos que han provocado grandes pérdidas— retomaron impulso tras el desalentador panorama para conseguir un acuerdo de paz. La urgencia no es menor: solo en el último mes, el ejército ruso logró ocupar 556 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano. Aunque especialistas afirman que la reanudación de apoyo militar se trata de una demostración de fuerza de Estados Unidos hacia países amenazantes como China, para la realidad ucraniana se trata de seguir en pie en una guerra que se aleja cada día más de una solución diplomática.

Si te interesa saber más sobre el futuro de Ucrania, te recomendamos el siguiente contenido:


Tecnonacionalismo

En un mundo donde el poder ya no solo se mide en ejércitos o reservas energéticas, el tecnonacionalismo —nuestro diploconcepto de la semana— emerge como una estrategia clave de competencia internacional. 

Este concepto describe cómo los Estados promueven el desarrollo, control y protección de tecnologías estratégicas como una cuestión de seguridad nacional y liderazgo geopolítico. Ya no se trata solo de quién inventa primero, sino de quién lo produce, lo controla y lo regula.

El caso de NVIDIA, que recientemente superó los $4 billones de valor bursátil y se convirtió brevemente en la empresa más valiosa del mundo, ilustra esta dinámica con precisión quirúrgica. Su dominio en procesadores de alto rendimiento para inteligencia artificial la ha convertido en pieza central de la carrera por la supremacía tecnológica. 

Empresas como Microsoft, Amazon, Alphabet y Meta compiten ferozmente por sus chips para liderar la era del machine learning. Pero el ascenso meteórico de NVIDIA no solo se explica por la demanda privada: también está profundamente entrelazado con decisiones geoestratégicas.

Washington ha limitado la exportación de sus chips más avanzados a China, generando tensiones comerciales que reflejan una lógica de tecnonacionalismo defensivo. La preocupación no es solo económica, sino de control tecnológico. Para EE. UU., permitir que un rival geopolítico acceda a procesadores clave sería como entregar planos de misiles en la Guerra Fría. Así, la tecnología se convierte en frontera, en escudo y en campo de batalla.

En este contexto, el tecnonacionalismo redefine las reglas del juego global: ya no basta con innovar, hay que proteger la innovación. Los Estados invierten, regulan y restringen no solo para fomentar industrias locales, sino también para impedir que sus adversarios escalen en la cadena de valor.

El tecnonacionalismo sugiere que la soberanía ya no se defiende solo con fronteras, sino con chips y algoritmos.


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