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DIPLORAMA 53

“Estamos enfrentando una gran tiranía, pero quiero que sepan que no me voy a desanimar”

Ekrem Imamoğlu, alcalde de Estambul

Edición N° 53

¡Qué gran invento los teléfonos celulares! Desde su creación, han evolucionado de manera impresionante, sumando funciones que facilitan nuestra vida diaria. Un claro ejemplo: esta semana, gracias a la tecnología, Donald Trump y su compañero de juegos, Vladimir Putin, pudieron conversar durante horas, aunque… ¿de qué hablaron? Por otro lado, Javier Milei también se beneficia del celular, pasándose horas en X compartiendo selfies generadas por IA. Aunque, entre tanto filtro, parece haberse olvidado de escuchar los reclamos de los jubilados en las calles.

Pero, claro, no todos los avances tecnológicos tienen el mismo impacto. El alcalde de Estambul fue víctima de uno de esos casos: la alarma de su celular no tuvo oportunidad de sonar, ya que la policía, enviada por Erdoğan, lo despertó mucho antes. Probablemente, para llevarlo a dar un «paseo» a alguna de las prisiones turcas.


Putin toma el control

Valentina Terranova

Ilustración | Financial Times

Como en un partido de fútbol, tras idas y venidas, Ucrania parece jugar un encuentro en el que la pelota oscila entre dos potencias y Kiev no logra encontrar un hueco para marcar el gol que le permita un respiro. La tregua de 30 días terminó a la deriva, sin acuerdos sólidos y con Moscú imponiendo cada vez más condiciones en un escenario donde nadie parece poder –o querer– detenerlo. ¿Qué será de Ucrania, o mejor dicho de Occidente?

Aunque la antipatía entre Zelensky y Putin parece haberse disipado en el plano diplomático, el presidente ucraniano se encuentra en una situación precaria: depender exclusivamente de la afinidad de la Casa Blanca lo deja en un terreno incierto. Boris Johnson lo resumió de manera cruda: “Putin se ríe de nosotros”, y el desequilibrio de poder comienza a sentirse en el mapa. Entre las demandas de Putin se incluyen el cese de la ayuda militar extranjera y el fin del entrenamiento de soldados ucranianos por parte de fuerzas occidentales. ¿La contraparte? Ninguna de estas restricciones aplicaría al Kremlin, consolidando aún más su dominio. 

En simultáneo, Donald Trump y Vladimir Putin sostuvieron una llamada telefónica de dos horas, donde el Kremlin logró desviar el foco de la conversación sobre Ucrania y, en su lugar, estrechar lazos diplomáticos con Estados Unidos. Como único resultado tangible, se acordó una pausa en los ataques a infraestructuras eléctricas. Trump, por su parte, sugirió que las centrales nucleares ucranianas pasen a manos estadounidenses para su “protección” y mencionó la posibilidad de obtener misiles Patriot desde Europa. Sin embargo, en público, ha evitado respaldar las exigencias más severas de Putin sobre Ucrania. La estrategia rusa parece clara: convencer a Trump de que, juntos, son más fuertes, más allá del destino de Kiev.

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En respuesta, los aliados de Ucrania planean un despliegue militar limitado de unos 20.000 soldados con apoyo naval y aéreo. La reorganización de la Unión Europea aún no se ha convertido en un factor decisivo, pero todo indica que podría serlo en breve.Mientras tanto, el reloj sigue corriendo y, en este partido, la ventaja sigue del lado de Putin.

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La detención de Imamoğlu

Iker Escobar León

Imagen | Al Majalla

El pasado miércoles 19 de marzo, el alcalde de Estambul, Ekrem Imamoğlu, perteneciente al Partido Republicano del Pueblo (CHP) y opositor del oficialismo de Erdoğan, fue aprehendido en su domicilio, tras una serie de malabares políticos que apuntaban a su difamación como posible candidato presidencial. Durante su detención, fue acusado de corrupción y vínculos con organizaciones terroristas. Se trata así de una situación que ha movido a la población turca a las calles, reclamando por la liberación del ejecutivo local. 

La detención de Imamoğlu se transformó en una cacería de brujas que llevó a la aprehensión de cien políticos, empresarios y funcionarios locales, bajo los mismos cargos del alcalde estambulí. El ataque escaló también contra la firma constructora de Imamoğlu, acusada de promover la corrupción, malversación y sobornos, según funcionarios públicos. Asimismo, la fiscalía de Estambul acusó al regente de apoyar al Partido de los Trabajadores del Kurdistán, siendo los kurdos una minoría étnica marginada y antagonizada en varios países de Medio Oriente. Por último, las acciones en contra de Ekrem apuntaron también a la revocación de su título universitario, como una contramedida para evitar su participación como candidato presidencial; por tanto, no sorprende que sea una estrategia del oficialismo. 

En los últimos 22 años, Recep Tayyip Erdoğan ha dirigido al país y su gobierno ha sido criticado como autoritario y represivo, con diversas acusaciones de violaciones de derechos humanos. En tanto a Imamoğlu, empezó a perfilarse como un contendiente serio y con un creciente apoyo popular que amenazaba al oficialismo, buscando así competir en las nominaciones como candidato opositor en las próximas elecciones presidenciales, las cuales están programadas para 2028; aun así, se teme que se convoquen anticipadamente. 

Este clima de tensión política ha llevado a que la gente salga a protestar contra la detención de Imamoğlu, generando detenciones de simpatizantes. Las trabas contra el funcionario local no son recientes, pues hubo antecedentes similares desde 2022. Resulta inquietante el curso actual, pues una escalada en la situación podría conmemorar a la Primavera Árabe, corriente que destituyó a gobiernos autoritarios en la región del Oriente Próximo y desató crisis internas como en la vecina Siria. 

Entonces, ¿podemos esperar una transición democrática en Turquía o se avecina el estallido de algo peor? Mientras tanto, te invitamos a leer nuestras recomendaciones: 


Jubilados en las calles

Marko Sal

Imagen | Infobae

Miles de personas se movilizaron el pasado miércoles 19 de marzo frente al Congreso en Buenos Aires en apoyo a los jubilados. La manifestación, organizada por sindicatos estatales, movimientos sociales y partidos de oposición, se desplegó estratégicamente en distintos puntos de la capital para evitar los disturbios que marcaron las protestas de la semana anterior, cuando se reportaron decenas de heridos y cientos de detenciones.

La tensión, sin embargo, era latente. El clima estuvo marcado por un fuerte operativo de seguridad y una campaña de advertencia por parte del gobierno de Javier Milei. Mensajes como “la protesta no es violencia” y “todo atentado contra la República será reprimido” fueron proyectados en las pantallas de estaciones ferroviarias, en un intento por disuadir la participación ciudadana. Pese a ello, los comunicados oficiales no frenaron la convocatoria.

Así como la semana anterior, hinchas de fútbol que protagonizaron enfrentamientos con el gobierno de Javier Milei volvieron a hacerse presentes. Antes de la marcha, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, difundió en redes sociales imágenes de una treintena de supuestos barras bravas, a quienes acusó de haber provocado los disturbios previos, y ofreció una recompensa de 10.000 dólares para quienes los identificaran durante la manifestación. La posibilidad de confrontaciones y la criminalización de las protestas conformaban el caldo de cultivo perfecto para una catástrofe. Sin embargo, la jornada no desembocó en el caos.

La situación de los jubilados en Argentina sigue siendo crítica. La jubilación mínima no alcanza los 300 dólares mensuales y, según datos recientes, tres de cada diez personas mayores de 65 años viven en situación de pobreza. Mientras estos sectores reclamaban en las calles, el presidente Milei obtenía una victoria política en el Congreso: la Cámara de Diputados aprobó un decreto que lo autoriza a negociar un nuevo rescate financiero con el Fondo Monetario Internacional, una iniciativa con la que busca mitigar el clima de incertidumbre financiera.

En paralelo, distintos sectores de la oposición han visto en estas movilizaciones una oportunidad para reforzar su visibilidad y posicionamiento político, en un contexto de creciente tensión social y polarización, y con la mirada puesta en las próximas elecciones legislativas. ¿Te interesa saber más? Consulta las siguientes recomendaciones:


Smart Power

¿Qué hace a una política exterior inteligente? Líderes, analistas, profesores y estudiantes por igual se hacen esta pregunta al observar que la realidad internacional está dominada por políticas exteriores caóticas. Volver a lo básico puede ayudar a la humanidad a priorizar la inteligencia sobre la estupidez. Para el diploconcepto de la semana, exploramos el “smart power”.

El smart power o poder inteligente es una estrategia que consiste en combinar de forma efectiva el hard power (fuerza militar, presión económica u otro tipo de coerción) con el soft power (diplomacia, atracción cultural y valores) para lograr objetivos de política exterior. Esta ruta busca recordar a quienes toman decisiones que, más que elegir entre uno u otro tipo de poder, hay que apostar por su uso equilibrado y estratégico con miras a que un Estado pueda alcanzar sus fines en la escena global.

El término cobró popularidad a causa de la presidencia de George W. Bush (2001-2009), cuyo manejo de la política exterior de Estados Unidos fue percibido como torpe. Ahora, con el regreso de Donald Trump, quien ha dado un lugar predilecto a la coerción en su política exterior, el sistema internacional parece dirigirse a una “era de la estupidez de las grandes potencias” en la que la inteligencia parece no tener mucho lugar. En este sentido, el profesor en Relaciones Internacionales y política exterior de la Universidad de Chicago, Paul Poast, quien dio nombre a esta era de estupidez, considera que la idea del smart power ha vuelto a los debates sobre política exterior ante la urgencia de decisiones inteligentes.

Poast considera que se ha difundido que una buena política exterior debe basarse en amplios beneficios, como la paz y la prosperidad. También, resalta que es generalmente aceptado que la política exterior debe basarse en la racionalidad, un factor popular entre los internacionalistas. Ahora bien, Poast argumenta que una agenda exterior no se juzga simplemente por sus resultados o por su grado de racionalidad. 

Por ejemplo, cuando Bush invadió Irak en 2003, Estados Unidos estaba tan desesperado por prevenir la proliferación nuclear que estaba dispuesto a provocar guerras para cumplir sus objetivos. Si bien su decisión fue “racional” y se buscaba la “paz” como fin último, las consecuencias de la guerra en Irak y otras guerras que Estados Unidos ha emprendido bajo esta fórmula, persisten hasta la fecha. Bajo esta lógica, la racionalidad y los resultados por sí solos no determinan si una política exterior es inteligente.

Partiendo de la realidad convulsa que atraviesa el mundo, Poast sostiene que lo más inteligente para una política exterior consiste en evaluar si los responsables de la toma de decisiones eligen acciones que se alinean lógicamente con los objetivos que desean alcanzar y que aumentan la probabilidad de lograrlos, teniendo en cuenta las limitaciones que enfrentan. Además, el autor señala que la inteligencia en política exterior no se reduce a maximizar ganancias, sino también a evitar los peores escenarios para un Estado. No obstante, —advierte Poast— incluso este estándar fundamental parece estar fuera del alcance de muchos tomadores de decisiones hoy en día.

Y vos ¿Cómo consideras que se formula una política exterior inteligente?


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