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¿Una guerra preventiva contra Irán?

Por Lautaro Bermúdez

Si el choque es inevitable, ¿es mejor actuar antes o después? Eso es lo que se debate en las mesas chicas de la seguridad global. Con un Medio Oriente cada vez más tenso, donde la política interna israelí y la alianza militar entre Moscú y Teherán están cambiando rápidamente el panorama, la opción de un ataque preventivo parece más probable que nunca.

Ilustración | The Economist.

Una escalada constante

¿Estamos al borde de un enfrentamiento inevitable? Si es así, ¿tiene sentido esperar o es mejor actuar ahora, cuando aún hay margen para contener el avance militar de Irán? Estas preguntas no solo rondan dentro de la política israelí, sino que también están moldeando el debate sobre la estabilidad en Medio Oriente y podrían definir el próximo gran conflicto en la región.

El conflicto entre Israel e Irán está entrando en una peligrosa espiral de escalada. Cada acción parece exigir una respuesta aún más contundente, alimentando un ciclo de violencia que está empujando a ambos países hacia un enfrentamiento directo de gran magnitud.

El asesinato del líder político de Hamas, Ismail Haniyeh, en Teherán el 31 de julio, puso a Irán en una situación difícil. Ahora, el régimen iraní se ve obligado a reaccionar en cada nueva acción de Israel, no solo para mantener su credibilidad interna, sino también para enviar un mensaje claro a sus enemigos en la región. En este contexto, la falta de acción sería interpretada como una debilidad, algo que Teherán no puede permitirse.

Sin embargo, la respuesta de Irán no puede ser meramente simbólica. Debe ser lo suficientemente fuerte como para disuadir futuros ataques israelíes y, al mismo tiempo, satisfacer a los sectores más conservadores del régimen. El ataque con misiles y drones de abril contra Israel ya demostró que Irán está dispuesto a intensificar el conflicto cuando se siente amenazado. Ahora, con este nuevo ataque, la presión para que Irán responda de manera más contundente es aún mayor.


Imagen | NBC. Ismail Haniyeh, líder de Hamas, fue dado de baja el 31 de julio de este año mediante un ataque a su residencia mientras se encontraba en la capital iraní para asistir a un evento oficial.

Las opciones que tiene Irán para escalar son variadas, pero todas implican riesgos importantes. Un ataque directo con misiles o drones podría enviar un mensaje claro, pero también podría provocar una respuesta masiva de Israel, que ha dejado en claro que no tolerará ataques en su territorio, perpetuando así la necesidad de respuesta.

Otra opción sería utilizar a sus aliados en la región, como lo es Hezbollah, para llevar a cabo ataques indirectos (como sucedió el domingo pasado). Sin embargo, dado que estos actores ya se encuentran involucrados en un conflicto de baja intensidad con Israel, cualquier intensificación podría rápidamente desencadenar una guerra abierta.

En el caso de Israel, la escalada también está impulsada por su propia política interna y la ventana de oportunidad que perciben sus líderes. Con la sociedad israelí completamente movilizada debido a la guerra en Gaza, y con una opinión pública dispuesta a aceptar acciones decisivas, los funcionarios israelíes se encuentran ante un momento de  “ahora o nunca”. La presión para aprovechar el momento y enfrentarse a Irán antes de que su poderío militar crezca aún más es palpable.

De esta forma, el ciclo de escalada se ve agravado por la falta de opciones viables que no impliquen el riesgo de un conflicto mayor. Irán e Israel están atrapados entre la necesidad de mostrar fuerza y el deseo de evitar una guerra total, una situación que crea una inestabilidad peligrosa y que podría ser el preludio de una confrontación mucho más amplia.


Imagen | Foreign Policy.

Moscú y el dilema de seguridad

Aunque las tensiones internas y la histórica rivalidad entre Israel e Irán son factores relevantes para anticipar un posible ataque preventivo por parte de Israel, no se puede ignorar la competencia geopolítica entre las grandes potencias. En este contexto, la creciente cooperación militar entre Rusia e Irán sitúa a Estados Unidos e Israel en un clásico dilema de seguridad, con implicaciones potencialmente profundas para la estabilidad en el Medio Oriente.

Con el suministro constante de armamento avanzado ruso a Teherán, la preocupación en Washington y Tel Aviv no hizo más que aumentar. La lógica es clara, aunque inquietante: si Irán está fortaleciendo su capacidad militar con la ayuda de Moscú y un enfrentamiento parece inevitable, ¿no sería más prudente actuar antes de que el poder de Irán se convierta en una amenaza aún mayor? (incluido el potencial nuclear).

Rusia, que durante años mantuvo una postura relativamente neutral en el Medio Oriente, modificó su enfoque a raíz de la invasión de Ucrania y las subsiguientes sanciones internacionales. Esta situación llevó al Kremlin a estrechar lazos con Irán, transformando una relación que solía ser principalmente comercial en una alianza estratégica con amplias repercusiones.

Uno de los aspectos más preocupantes de esta relación es la transferencia de sistemas avanzados de armamento ruso a Irán, como los misiles balísticos Iskander y los sistemas de guerra electrónica Murmansk-BN.

El Iskander, con su capacidad para portar ojivas convencionales o nucleares y un alcance de hasta 500 kilómetros, representa una amenaza para cualquier adversario en la región. Por otro lado, el sistema Murmansk-BN, especializado en interrumpir las comunicaciones del enemigo, mejora la capacidad defensiva de Irán. Estos sistemas no solo refuerzan la capacidad de Irán para defenderse, sino que también le otorgan un mayor poder de disuasión y desafío, especialmente contra Israel.


Imagen | AP. Vladimir Putin y Ebrahim Raisi durante una visita del mandatario ruso a Teherán en 2022.

La posible entrega de cazas Su-35 y helicópteros de ataque Mi-28 a Irán refuerza aún más esta alianza. Para un país como Irán, cuya fuerza aérea fue históricamente débil en comparación con sus vecinos, estos aviones de combate representarían un gran avance. Aunque la entrega de estos helicópteros podría retrasarse debido a las necesidades de Rusia en Ucrania, la mera posibilidad de que Irán reciba estos sistemas es suficiente para alterar los cálculos estratégicos en Tel Aviv y Washington.

Asu vez, la colaboración cada vez más estrecha entre Moscú y Teherán también plantea la posibilidad de que Rusia suministre sistemas de defensa aérea avanzados a Irán. Aunque también en la actualidad las defensas aéreas de Rusia están concentradas en Ucrania, es posible que, si la intensidad del conflicto disminuye, Moscú decida transferir estos sistemas a Irán. Tal movimiento haría que cualquier ataque aéreo futuro por parte de Israel contra objetivos iraníes sea mucho más complicado y arriesgado, lo que podría acelerar la toma de decisiones en Tel Aviv.

Así, desde la perspectiva de Israel, esta creciente capacidad militar de Irán no puede ignorarse. Tel Aviv mantiene desde hace mucho tiempo una política de acción preventiva frente a amenazas existenciales, como lo demuestran sus ataques aéreos contra instalaciones nucleares en Irak en 1981 y en Siria en 2007. Si Irán sigue fortaleciendo su capacidad militar con el apoyo de Rusia, Israel podría sentirse tentado a actuar antes de que la situación se salga de control. De nuevo, la lógica detrás de esta postura es clara: si un conflicto es inevitable, es preferible enfrentarlo en un momento en que las probabilidades estén a favor de Israel.

Para Estados Unidos, la situación es igualmente alarmante. Aunque la política exterior de Washington tiende a ser más cautelosa y orientada hacia la contención, el fortalecimiento de Irán podría verse como un riesgo intolerable a largo plazo. La administración estadounidense podría llegar a la conclusión de que, para preservar la estabilidad regional y proteger a sus aliados, una acción decisiva contra Irán podría ser necesaria antes de que Teherán complete su fortalecimiento militar. Esto es algo que seguramente beneficiaría enormemente a Putin al mejorar su posición en Ucrania y, al mismo tiempo, aumentaría el riesgo de entrelazar los conflictos regionales, acercándolos peligrosamente a una guerra de escala global.

De esta forma, la creciente posibilidad de una guerra preventiva contra Irán marca una cruda realidad: Medio Oriente se encuentra ante un escenario peligroso. Las tensiones están al límite, y cada actor en este escenario parece estar sopesando sus opciones con una mezcla de urgencia y temor. Israel, con su historial de tomar medidas preventivas ante amenazas existenciales, podría ver en esta coyuntura un último momento para actuar antes de que el poderío militar de Irán se vuelva inabordable. La alianza entre Irán y Rusia introduce un nuevo y peligroso nivel de complejidad. Ya no se trata solo de dos naciones enfrentadas en una disputa regional, sino de un escenario en el que las grandes potencias se alinean, entrelazando una red de intereses y amenazas que podría fácilmente desbordarse.


Imagen | New Lines Magazine.

En este juego de poder y supervivencia, ¿es la escalada la única opción? ¿Es inevitable el enfrentamiento, o estamos pasando por alto la posibilidad de que la diplomacia aún pueda ofrecer una salida? En un mundo donde las decisiones precipitadas pueden tener consecuencias catastróficas, es esencial reflexionar sobre las verdaderas implicaciones de un conflicto preventivo.

¿Están los actores en disputa preparados para lidiar con las ramificaciones de un enfrentamiento que podría reconfigurar no solo la geopolítica del Medio Oriente, sino también la estabilidad global? La historia nos enseña que las guerras, en su esencia, son el fracaso de la imaginación, de la incapacidad de prever sus verdaderos costos. Es en este momento que los líderes deben detenerse, mirar más allá de las presiones inmediatas y considerar el legado de las decisiones que están a punto de tomar.


Lautaro Bermudez (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de San Martin. Miembro de Diplomacia Activa.

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