Estados Unidos ¿el hijo prodigio de América?
Por Juan Manuel Aranda
Tocqueville se refiere a uno de los mayores peligros de su democracia, el despotismo: la tiranía del pueblo como consecuencia del “gobierno de las mayorías.” Lo que el filósofo francés advertía es que el todopoderoso gobierno terminaría por socavar las libertades individuales, convirtiendo al pueblo en ovejas y al estado en su pastor. A Washington no le bastaría con ser el pastor de su pueblo, y buscaría convertirse en el pastor del mundo entero.

Una vez que Cristóbal Colón pisó el continente en 1492, los territorios al sur de su avistaje fueron colonizados por las coronas ibéricas, y al norte por la corona británica. El crecimiento de las colonias, por lo tanto, se daría en contraste, y el norte siempre parecería estar un paso adelantado al sur. Las trece colonias del norte serían las primeras en exclamar el grito de libertad, al llevar a cabo una revolución disparada, entre otras cosas, por los altos impuestos al té. Es así que el 4 de julio de 1776, se firmaría la Declaración de Independencia, estableciendo de tal forma, el ejemplo para el resto de América que también ansiaba su libertad.
Una de las primeras figuras en destacarse en la América independiente fue el pensador francés, Alexis de Tocqueville. En su ensayo De la Democracia en América (1835), se hace un análisis del éxito de la democracia representativa republicana establecida en los Estados Unidos. El ilustre es capaz de interpretar el importante rol que iba a jugar Estados Unidos en el futuro del mundo. Sus predicciones se cumplirían tal profecía, desde la abolición de la esclavitud hasta su inminente guerra civil. En su opinión, uno de los mayores destaques de la América independiente y su motor de progreso era la transformación del derecho individual al colectivo con las asociaciones. De todas formas, Tocqueville, como buen amigo, no se limitó a mencionar los puntos fuertes de la democracia estadounidense, sino que fue un paso más adelante al destacar con total sinceridad las debilidades de su forma de gobierno.
“He querido conocerla, aunque no fuera más que para saber, al menos, lo que debemos esperar o temer de ella.”
Admite Tocqueville en su ensayo De la Democracia en América (1835)
Tocqueville se refiere a uno de los mayores peligros de su democracia, el despotismo: la tiranía del pueblo como consecuencia del «gobierno de las mayorías». Lo que el filósofo francés advertía es que el todopoderoso gobierno terminaría por socavar las libertades individuales, convirtiendo al pueblo en ovejas y al estado en su pastor. Así establece que mientras más avanza el rol del estado menos libertad tiene el pueblo, porque los problemas dejan de interpelarlos, se acaba la razón por la cual participar, y es según él en la participación donde encontramos nuestra mayor libertad. Lo que Tocqueville no alcanzó a predecir fue que al gobierno de los Estados Unidos de América no le bastaría con ser el pastor de su pueblo, y buscaría convertirse en el pastor del mundo entero.
Casi un siglo después, el prodigio de América se convertía en el prodigio del mundo. Tras una posición desfavorable de Europa posterior a la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos de América se posicionaron como la potencia global de mayor ascenso, y se pusieron al hombro el devenir de un nuevo sistema internacional. Eventualmente, todo caería como fichas de dominó, al explotar la burbuja de progreso estadounidense y comenzar la Gran Depresión, que no sólo afectaría al país americano sino a Europa, que había quedado debilitada tras la Gran Guerra. El ambiente de hostilidad que generó la crisis en el viejo continente terminó siendo ni más ni menos una de las causas de un conflicto con una escala y crueldad inimaginable hasta entonces. Sorprendentemente, Estados Unidos, tras unirse a la batalla a la mitad de la guerra, como lo fue en la primera, salió victorioso, poniendo el fin definitivo al conflicto con el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, Little Boy y Fat Man, simbolizando una vez más su poder al mundo.

Mario Vargas Llosa en su autobiografía intelectual “La llamada de la tribu” (2018), al opinar sobre lo establecido por el pensador español José Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas” (1929) con respecto a que Estados Unidos, el paraíso de las masas, nunca sería capaz de desarrollar por sí solo la ciencia como lo había hecho Europa, y sin el viejo continente, nunca serían capaces de desarrollarla – a lo que Vargas Llosa llamaría el “único desacierto en un libro lleno de profecías”.
Sin embargo, se podría discutir que tan acertado estaba Ortega y Gasset sobre los Estados Unidos, y argumentar si verdaderamente se ha probado que Estados Unidos se desarrolle independientemente de Europa, o cualquier otra región del mundo. Tomemos por ejemplo lo mencionado anteriormente, el desenlace de la Segunda Guerra Mundial con el bombardeo de Washington a las ciudades japonesas. Eso fue posible gracias al desarrollo del Proyecto Manhattan, encabezado por el físico J. Robert Oppenheimer, que en tiempo récord se hizo de los primeros ejemplares del arsenal más destructivo hasta el momento.
Sin embargo, este desarrollo se debe a lo previamente estudiado en Europa, pues Oppenheimer se encarga de traer los nuevos avances en física nuclear y las mentes más brillantes del viejo continente para ejecutar el proyecto. La mayor demostración de poder de los Estados Unidos fue, en parte, gracias a Europa. Y sus posteriores años de progreso también contarían con otras regiones, como lo fue Latinoamérica en el marco de la Guerra Fría. Por lo tanto, los Estados Unidos eran nuevamente interdependientes, sólo que esta vez había un cambio en el poder, a partir de ese momento serían ellos quienes actuaran como colonizadores.
El filósofo contemporáneo argentino Walter Mignolo bien expresó que el elemento colonizador de los Estados Unidos era la expansión de la democracia. Y es que, una vez en el marco de la Guerra Fría, el mundo se polarizó entre quienes apoyaban a EEUU, al capitalismo democrático, y quienes estaban del lado del comunismo de la URSS. De esa manera Estados Unidos comenzaría una colonización ideológica, y su principal blanco serían sus olvidados vecinos del sur a quienes considera su «patio trasero».

Lo cierto es que las repúblicas que nacieron en Latinoamérica lo hicieron, en parte, gracias al ejemplo del hijo prodigio de América. Es tal el caso que la Constitución Argentina, está basada en la noble Constitución estadounidense. La cuestión radica en la metamorfosis a la que se sometió Estados Unidos con el tiempo, donde pasó de ser el hijo prodigio al hijo problemático. La democracia en América nace con las más nobles de las intenciones: la independencia del poder hegemónico, el fin de los monopolios y el nacimiento de las libertades. Pero la democracia que los Estados Unidos buscó imponer en el marco de la Guerra Fría no era aquella de intenciones puras, si no una democracia marchita, una democracia desmejorada, que había terminado por cumplir la profecía de Tocqueville, un despotismo socavador de libertades. Lo que sucede es que, en comparación al irrealizable proyecto comunista de nación, la democracia desmejorada estadounidense era el mal menos peor.
Los años que siguieron fueron unos en los que la geopolítica se estructuró en base al nuevamente victorioso Estados Unidos de América. La democracia liberal triunfó como sistema político, y una nueva era comenzó, algunos osados la llamaron «El fin de la historia». El ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, inauguró una nueva etapa, la multilateral, y nuevos desafíos para el hijo prodigio. En el nombre de su democracia, Washington continuó su avance sobre países y sociedades enteras. Hoy, sin embargo, las cosas las tiene más difíciles; la existencia de potencias como China, Rusia o la India enfrentan la idea de que una sola nación decida el camino de las demás.
Lo que le depara a los Estados Unidos en el futuro es incierto. Podrá no ser el único poder hegemónico, pero no ha perdido protagonismo. A pesar de su incipiente crisis democrática y la polarización de su sociedad, los próximos años podrían demostrarlo nuevamente como el victorioso si regresa a las lecciones que lo vieron nacer en el respeto de la independencia y libertades de otros estados.
Juan Manuel Aranda (Argentina): Representante argentino en la 31° Olimpiada Internacional de Filosofía en Grecia (IPO) y estudiante de Ingeniera Industrial, Universidad de Mendoza.
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