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Arendt, hoy más que nunca

Agustina Miranda Giordano

A cincuenta años de la muerte de Hannah Arendt, su concepto de natalidad vuelve a interpelar nuestro presente. Pensar la política como acción, pluralidad y posibilidad de nuevos comienzos se revela hoy como una tarea urgente frente a la crisis del juicio, la democracia y el mundo común.

Cada 4 de diciembre, desde 1975,  retorna una fecha que, más que marcar un cierre, continúa invitándonos a pensar.  “Aniversario”, del latín anniversarius: ‘annus’ (año) y ‘verto’, del verbo ‘vertere’ (girar, volver, cambiar, etc.). Es entonces el ‘aniversario’ lo que vuelve cada año. Conmemoramos los cincuenta años de la muerte de Hannah Arendt y proponemosuna invitación siempre actual y vigente de pensar con y desde la pensadora alemana, haciendo especial hincapié en el concepto de “natalidad”.

Arendt manifestó, en su modo de pensar, la necesidad de hacerle frente al presente histórico sin ilusiones, evasiones o distorsiones, especialmente, cuando éste se encuentra sin amparos, por carecer de antecedentes históricos que sean la guía del pensar.  Furet, en su texto El pasado de una ilusión. Es un ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX que sitúa a la obra de Hannah Arendt, su mirada atenta sobre los hechos del presente y su búsqueda en los acontecimientos del pasado en:  “La confluencia de la actualidad y de la reflexión filosófica”.

Se trata de un modo de pensar ligado a los hechos vitales: ante la ruptura del hilo de la tradición y la pérdida de la autoridad del pasado sobre el presente, la pensadora busca dotar de nuevos significados a la acción humana y, en este sentido, a la política.  En la obra de Arendt encontramos un sostenido esfuerzo por comprender el pasado con el propósito de reconciliarse con su propio presente, un tiempo transido por la irrupción del nazismo y por la imposibilidad de interpretar, aprehender y juzgar los hechos en términos de las categorías habituales heredadas e impuestas por la tradición del pensar.  Esta experiencia da lugar a lo que Arendt denomina como la ruptura de nuestra tradición, donde el pasado deja de arrojar luces para interpretar el presente.

Frente a esta fractura, su reflexión busca pensar el mundo de los hombres, es decir, busca posibilitar un pensamiento de la acción conjunta de los hombres: esto es, de la política.  Como afirma  la pensadora, en su obra Entre el pasado y el futuro, que: “el propio pensamiento surge de los incidentes de la experiencia viva y debe seguir unido a ellos a modo de letrero indicador exclusivo que determina el rumbo”.

El sentido arendtiano de la “natalidad”.

La natalidad, en tanto condición existencial, es el hecho mismo de haber arribado al mundo como «portadores de algo nuevo«. Se trata de una categoría que remite a la condición más básica de la vida humana y que, en Arendt, no se reduce al mero hecho biológico del nacimiento de una nueva vida, sino que adquiere múltiples dimensiones ligadas a la acción y a la pluralidad

Podríamos definirla como: la capacidad específicamente humana de iniciar nuevos comienzos, de introducir algo inédito en el mundo y de aparecer ante otros en un determinado tiempo histórico y en un espacio compartido. A través de la acción, cada recién llegado despliega su potencia de comenzar, la cual solo puede realizarse entre una pluralidad de seres humanos únicos y, a la vez, distintos. La pluralidad implica la presencia de individuos singulares que se manifiestan como tales en un espacio de interacción común y dentro de una trama de relaciones humanas. Para Arendt, la pluralidad posee un carácter doble: igualdad y distinción. Como afirma en el prólogo de la Condición Humana:

“Si los hombres no fueran iguales, no podrían entenderse ni planear y prever para el futuro las necesidades de los que llegarán después. Si los hombres no fueran distintos, es decir, cada ser humano diferenciado de cualquier otro que exista, haya existido o existirá, no necesitarían el discurso ni la acción para entenderse.”: 

La acción, en el sentido arendtiano, es la actividad humana que se despliega en la esfera pública y que tiene como condición existencial a la natalidad y la pluralidad. A diferencia de la labor y del trabajo, la acción no sigue una lógica medios-fines ni está orientada a producir objetos de uso, sino que su actividad es la libertad y la reciprocidad entre seres dotados de lenguaje (lógon éjon). En esta interacción e intercambio discursivo entre iguales  surge el mundo común y se reactualiza la capacidad humana de comenzar algo nuevo, siempre impredecible, no controlable y manipulable en sus consecuencias

La natalidad no implica la mera oposición a la mortalidad, sino que se erige como una categoría central del pensamiento arendtiano. La podemos ubicar en íntima relación con la célebre cita de San Agustín presente en la Ciudad de Dios:  “Initium ut esset homo creatus est” (“para que un comienzo se hiciera fue creado el hombre”). En su lectura de Agustín, Arendt sostiene que el ser humano ha sido creado por Dios como posibilidad de un comienzo: con cada nueva llegada al mundo, irrumpe la capacidad de iniciar algo verdaderamente nuevo, inexistente antes de su aparición.

En su filosofía de la natalidad, cada inicio, es decir, cada acción humana situada en un tiempo y en un espacio de encuentro común porta en sí misma la potencia de trascender lo dado y comenzar algo nuevo. La natalidad, como capacidad suprema del hombre de actuar, implica el inicio de la acción y, a la vez, la posibilidad radical de un inicio que implica de suyo una reactualización y renovación del espacio de común encuentro entre los sujetos.

De este modo, la natalidad se encuentra ligada al mundo. Entre ambos se establece una relación de mutua correspondencia, donde el mundo es legado mediante la natalidad a  quienes nacen, y cada recién llegado aporta, mediante su actuar, nuevos inicios al mundo. Así,  los seres humanos, a través de su capacidad de actuar, pueden trascender lo dado y modificar su situación presente, incluso en medio de las circunstancias políticas más adversas que se despliegan en el escenario político. Cada nuevo integrante contribuye en la continua fundación del mundo, constituyéndose así como como cofundadores de la configuración del espacio común.  En palabras de la pensadora, Arendt expresa en La condición humana:

El milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y «natural» es en último término el hecho de la natalidad, en el que se enraíza ontológicamente la facultad de la acción. Dicho con otras palabras, el nacimiento de nuevos hombres y un nuevo comienzo es la acción que son capaces de emprender los humanos por el hecho de haber nacido.

Algunas reflexiones finales...

Como indicamos al comienzo y tal como lo expresa Ernest Gellner: “Si Hannah Arendt no hubiese existido, hubiésemos tenido que inventarla”. La presencia y vigencia de su pensar constituye una necesidad histórica e intelectual. Arendt ofreció categorías y modos de reflexionar los acontecimientos y las experiencias más decisivas del siglo XX. Su aporte no fue accesorio o secundario, sino que emergió como una respuesta inédita a las grietas teóricas y morales de su tiempo, las cuales devinieron en auténticos horrores profundamente deshumanizantes para la existencia de los individuos.

Cincuenta años después de su muerte, la coyuntura internacional marcada por guerras, desplazamientos humanos masivos, retrocesos en materia de democracia y una creciente fragilidad del juicio público en medio de la desinformación, confirma de manera contundente la pertinencia de su diagnóstico y nos convoca a seguir pensando con y desde la pensadora alemana. 

En la obra de Hannah Arendt convergen la lectura crítica de su presente histórico, la revaloración del espacio propio de la acción humana, la propuesta de la categoría de natalidad como fundamento ontológico y existencial que permite la irrupción y la apertura a lo inédito, y la convicción de que el pensamiento permanece siempre abierto y exige el ejercicio constante de nuestra facultad de juzgar. Estos elementos deben abordarse mediante una interpretación integral y dinámica, evitando tratarlos como conceptos aislados, descontextualizados o desprendidos de la experiencia vital que les dio origen.

Desde esta perspectiva, un mundo atravesado por tensiones geopolíticas, vertiginosas transformaciones tecnológicas y crisis socioambientales requieren algo más que administrar las situaciones emergentes. Se precisan prácticas que no sólo administren crisis, sino que promuevan nuevos comienzos; es decir:  propiciar condiciones para que surjan  nuevos actores e iniciativas en el escenario de la vida compartida entre sujetos que, aunque esencialmente iguales, se expresan en una pluralidad de manifestaciones. 


Agustina Miranda Giordano (Argentina): Profesora Universitaria en Filosofía, Universidad Nacional de Cuyo, y columnista en Diplomacia Activa.

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