In memoriam de Joseph Nye
Por Estanislao Molinas y Santiago Leiva
El poder es como el amor, dijo el profesor Nye en su libro Poder blando, es más fácil de experimentar que de definir o de medir, pero eso no hace que sea menos real. Lo mismo sucede con el alcance de este campeón de las relaciones internacionales, que con sus ideas formó, y seguirá formando, a nuevas generaciones de profesionales.

El protagonista de este artículo nació el 19 de enero de 1937 en South Orange, Nueva Jersey, en el seno de una familia de clase media. Criado en un ambiente protestante-liberal, Nye creció en un mundo marcado por el final de la Gran Depresión y los resabios de la Segunda Guerra Mundial. Estas circunstancias lo expusieron desde joven al debate entre el idealismo moral y el pragmatismo político. Por lo que, dicha encrucijada fue la que luego articularía gran parte de su obra seminal.
«La habilidad de una nación para contar su historia en forma atractiva puede ser tan importante como su poder económico o militar» .
Joseph Nye
Estudió en la Universidad de Princeton, casa de estudios de la cual se graduó con honores en 1958. Luego, obtuvo la prestigiosa Beca Rhodes, que le permitió realizar una maestría en Filosofía, Política y Economía (PPE) en la Universidad de Oxford. Finalmente, en 1964, alcanzó su doctorado en Ciencia Política en la Universidad de Harvard. Lugar donde años más tarde se convertiría en profesor emérito y decano de la Kennedy School of Government.
Respecto a su vida privada fue discreta, pero estable: estuvo casado con Molly Harding Nye durante más de cincuenta años y tuvo tres hijos. Su perfil público, sin embargo, estuvo compuesto por un loable repertorio. Además de su extensa labor docente, Joseph Nye se desempeñó como presidente del Consejo Nacional de Inteligencia de EE. UU. entre 1993 y 1994, y como subsecretario de Defensa para Asuntos de Seguridad Internacional bajo la administración Clinton, entre 1994 y 1995.
Estas funciones lo situaron en la intersección entre academia y los tomadores de decisiones de la cocina política americana, experiencias que ayudaron sin dudas al florecimiento de elaboraciones teoréticas.

Pero si ampliamos, más allá de ser un académico prolífico, consultor estratégico y defensor de una política exterior equilibrada, Nye fue miembro de organizaciones como el Council on Foreign Relations y cofundador de la Comisión Trilateral. Su estilo sobrio y argumentado le permitió pivotar tanto en círculos liberales como en el ámbito realista, sin caer en reduccionismos ideológicos sin sustento.
Hacia el final de su trayectoria bibliográfica, una de las contribuciones más influyentes de Joseph Nye en el siglo XXI fue The Future of Power (2011). En esta obra, Nye actualiza su clásica distinción entre “poder duro” y “poder blando”, incorporando el concepto de “poder inteligente” (smart power).
Allí propone que, en un mundo hiperconectado y multipolar, el poder no puede limitarse únicamente a los recursos económicos o militares, sino que reside también en la capacidad transversal de construir narrativas atractivas, gestionar redes globales y adaptarse al dinamismo tecnológico del nuevo milenio.
En este marco, Nye advierte sobre lo que denomina “nuevos ecosistemas de poder”, donde actores hasta entonces periféricos en las relaciones internacionales —como actores no estatales, corporaciones tecnológicas e incluso individuos influyentes— compiten y desplazan a los Estados-nación tradicionales en la disputa por la influencia. Fue en consecuencia su diagnóstico, novedoso y lúcido, el que anticipó muchos de los dilemas contemporáneos, desde la diplomacia digital hasta la guerra informativa.
El legado de Nye no se limita a su juventud ni a su etapa de mayor producción académica; incluso en sus últimos años, mantuvo una presencia activa en los debates estratégicos globales.
Cuando sucedió el ascenso de la República Popular China y el surgimiento del llamado “Siglo Chino”, la crisis de legitimidad del orden liberal occidental y desafíos emergentes como el cambio climático o la inteligencia artificial, Nye defendió una política exterior estadounidense que equilibrara pragmatismo y valores. Según su visión, el liderazgo del “mundo libre” no debía ejercerse mediante la disuasión o la intimidación, sino a través de la generación de confianza, el fortalecimiento de instituciones inclusivas y la construcción de objetivos compartidos.
Hablar de Nye no es solo referirse a una inspiración para nuevas generaciones de académicos, sino que, también es evocar a un reformador profundo de la doctrina diplomática, cuyas ideas impregnaron discursos contemporáneos y estrategias internacionales de largo alcance.

Interdependencia compleja, tercer debate y el institucionalismo neoliberal.
Uno de sus primeros grandes aportes que hizo a la disciplina, fue el desarrollo de la Teoría de la Interdependencia Compleja (TIC), junto a Robert Keohane.
Frente a los enfoques realistas clásicos y aquellos estructurales, que priorizaban la anarquía ordenadora del Sistema Internacional y el equilibrio del poder duro, Keohane y Nye propusieron una mirada que visibilizaba la multiplicidad de canales entre los actores, la ausencia de jerarquía entre temas (seguridad, medioambiente, economía) y la menor utilidad de lo coercitivo. Su enfoque desafió la ortodoxia neorrealista y abrió la puerta a una concepción liberal renovada de las Relaciones Internacionales.
En efecto, esta perspectiva se convirtió en la base del Institucionalismo Neoliberal, escuela de pensamiento que sostiene que incluso en un sistema anárquico, los Estados pueden cooperar racionalmente a través de instituciones y regímenes internacionales que reducen los costos de transacción, aumentan la transparencia y generan expectativas estables.
Es que para Nye, la interdependencia también suponía una redefinición del poder: ya no solo como imposición directa, sino como capacidad para estructurar las condiciones de posibilidad de las decisiones ajenas.
Por su parte, Del Arenal y Sanahuja, destacan que este giro institucionalista fue clave en el tercer gran debate de las Relaciones Internacionales, enfrentando al Neorrealismo de Waltz con el Neoliberalismo Institucional.
Mientras que el primero enfatizaba la estructura del sistema y la distribución de capacidades, el segundo recalcaba la importancia de la cooperación racional bajo normas. De hecho, Nye, junto a Keohane, se ubicó en una posición que equilibraba el pesimismo empirista realista haciendo uso de la normatividad racional, como medio prescriptivo. Desafiando la reducción del análisis al puro foco en la estructura del sistema.
Del soft power al smart power.
Por otra parte, debemos mencionar el concepto de soft power, el cual fue introducido por Nye en la década de 1990 para describir una dimensión del poder internacional basada en la atracción y la legitimidad.
A diferencia del hard power, que opera mediante la coercitividad militar o los incentivos económicos, el soft power reposa sobre la capacidad de inspirar, convencer mediante la cultura o las políticas exteriores percibidas como justas.

Esta redefinición del poder fue central para comprender la hegemonía estadounidense tras la Guerra Fría y su capacidad de irradiar influencia más allá de los medios materiales.
Nye afirmaba que «la habilidad de obtener lo que uno desea mediante la atracción en lugar de la coerción o el pago», es una herramienta tan o más eficaz en ciertos contextos que el poder militar. En ese sentido, el soft power reside en la percepción ajena: no se impone, sino que se proyecta y se acepta. Por lo que, esta teoría tuvo un impacto significativo en la forma en que se entienden hoy los recursos intangibles del poder en términos internacionales.
A pesar de lo anteriormente expuesto, Nye también reconoció los límites del soft power. En su artículo “Security and Smart Power”, propuso la noción de smart power, entendida como la combinación estratégica de hard y soft power según el contexto y los objetivos políticos.
Este enfoque integrador adquirió especial relevancia tras los fracasos de la política exterior estadounidense en Irak y Afganistán, al evidenciar que el poder militar sin legitimidad no solo es costoso, sino también contraproducente. Para Nye, el reto del siglo XXI era articular una diplomacia eficaz que combinara capacidades materiales con una narrativa legítima, sostenida en instituciones, valores y liderazgos compartidos.
En las primeras dos décadas del siglo XXI, la noción de smart power trascendió el plano teórico y fue adoptada por distintas instituciones y gobiernos. La administración de Barack Obama (2008–2016) fue una de las que más visiblemente buscó plasmar esta doctrina, combinando acciones militares selectivas con el uso estratégico del poder duro y blando a través de la diplomacia pública, la cooperación internacional y la promoción de valores democráticos.
Ejemplos claros de esta orientación fueron las negociaciones con Irán (2015) y el “reset” diplomático con Cuba (2015), donde el enfoque de Nye sirvió como base conceptual para apostar a la construcción de consensos en lugar de recurrir a la imposición coercitiva.

Por otra parte, el soft power y el smart power no quedaron limitados a los gobiernos estadounidenses. China, por ejemplo, adoptó y reconfiguró este paradigma a través de iniciativas como el Instituto Confucio, la Franja y la Ruta, y la expansión global de sus medios de comunicación estatales.
La Unión Europea, por su parte, convirtió al poder blando en uno de sus principales instrumentos de proyección, transformándolo en poder inteligente mediante el establecimiento de sedes culturales y la promoción de valores democráticos en distintos países del hemisferio sur. En todos los casos, el legado de Nye no se refleja únicamente en cómo los Estados buscan ampliar su influencia, sino también en cómo narran su lugar en el mundo y construyen legitimidad a partir de ese relato.
Joseph Nye no solo definió conceptos fundamentales para comprender al fenómeno internacional en este complejo siglo XXI, sino que desafió a generaciones de teóricos y decisores políticos a pensar el poder como una relación compleja y cargada de significantes. Su fallecimiento marca el fin de una era, pero también la vigencia de su opus magnum, cuya profundidad intelectual trasciende las coyunturas del estado del arte académico.
Santiago Leiva (Argentina): Estudiante de Gobierno y Relaciones Internacionales, Universidad Argentina de la Empresa. Columnista de Diplomacia Activa.
Estanislao Molinas (Argentina): Estudiante avanzado en Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Santa Fe, y columnista en Diplomacia Activa.
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