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¿La nueva “potencia colonial” en África?

Por Víctor Figueroba

Durante las últimas décadas los lazos entre Beijing y los países del África subsahariana se han estrechado vertiginosamente, uniéndose en un matrimonio casi perfecto forjado por los intercambios comerciales y el deseo de progresar conjuntamente. Desde el año 2000, la inversión china en el continente no ha hecho más que acrecentarse, financiando más de 500 proyectos de infraestructura en 35 países africanos y abriendo nuevos mercados en la región. ¿Coerción o bilateralidad?

Según informa Nikkei Asia, la inversión china ya habría alcanzado los 155.000 millones de dólares y más de 10.000 firmas chinas se han asentado en África, lo que supone un elemento clave para la expansión de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda (BRI). Una estrategia propuesta por China en 2013 que tiene como objetivo el desarrollo de la conectividad global y la cooperación económica, pero que a ojos de occidente es vista como un vehículo para el expansionismo geopolítico del gigante asiático. 

Gracias a los fondos y a la colaboración con empresas chinas, países como Angola, Etiopía, Kenia, Sudáfrica o Zambia, entre muchos otros, han podido incrementar exponencialmente su desarrollo, renovando sus industrias, aumentando su empleo y explorando nuevas oportunidades comerciales. De hecho, el impacto chino en África se ve reflejado en el aumento del comercio del 2000% desde principios de siglo y en la construcción de 61 puertos y más de 10.000 km de rutas ferroviarias. Sin embargo, la lluvia de dinero chino no es desinteresada, y también exige algo a cambio a los dirigentes africanos: sus recursos naturales. 

Dinero a cambio de recursos

A diferencia de las políticas que ha llevado a cabo la Unión Europea durante los últimos años, atrayendo olas migratorias, enviando ayuda desinteresada y condonando la deuda a países africanos, China ha optado por una relación bilateral menos humanitaria y más focalizada en las relaciones comerciales. Tanto Hu Jintao – presidente de China al inicio de las relaciones – como Xi Jinping – actual presidente – supieron ver en África un socio comercial con el que cooperar y beneficiarse mutuamente. Así pues, la ecuación en la que se asentarán sus vínculos es sencilla: China inyecta dinero en las economías africanas y les brinda apoyo logístico para engrosar su desarrollo, y a cambio, África exporta sus reservas de petróleo e hidrocarburos y permite a los empresarios chinos explotar su minería. Dado que China necesita de estos recursos para el sustento de su industria tecnológica y los países africanos han tenido enormes agujeros presupuestarios durante años, todos salen ganando. 


La clave del éxito está en repetir el “Modelo Angola”, una fórmula de intercambio económico que se remonta a la independencia del propio país en 2002, donde tras una dura guerra civil y ante la necesidad urgente de capital, el gobierno angolés cedió parte de sus reservas de petróleo – las segundas más grandes de África – al gobierno de Beijing a cambio de que este financiara la renovación del país.

¿Neocolonialismo chino?

Desde entonces, el gobierno chino ha seguido esta misma fórmula aplicada a los distintos países que le han ofrecido explotar sus tierras a cambio de inyecciones de deuda. Por este motivo, algunos analistas internacionales han calificado la huella de China en África como una nueva forma de colonialismo, con el que se aprovecharían de la inestabilidad de las economías subsaharianas para extraer sus materias primas y obtener engrosados márgenes de beneficios, reemplazando así al antiguo colonialismo europeo.

Según explica Óscar Garrido, analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos, hay expertos que afirman que Beijing les estaría ofreciendo unos intereses que jamás podrán llegar a pagar, y los acuerdos supuestamente incluirían como respaldo al impago de la deuda concesiones de propiedad sobre las tierras, control sobre las refinerías de petróleo e incluso capacidad para influir en la gestión presupuestaria de estos países. Por lo que, más allá de los acuerdos comerciales, se trataría de una red de telaraña diplomática conocida como “Trampa de la deuda”, con la que China estaría tomando el control sobre África, obteniendo mayor poder e influencia a costa de su incapacidad para asumir los pagos. Una hipótesis que situaría a la administración de Xi Jinping como una superpotencia imperialista que utiliza la coerción para alcanzar la dominancia.

Más allá del lucro económico y la obtención de recursos, al ejercer semejante influjo sobre los países endeudados, China obtiene un incentivo igualmente importante: el rédito político. El uso político de la deuda a cambio de una extensión de las condiciones o una mejora en los plazos de pago, se ha vuelto una poderosa arma con la que el gobierno chino saca provecho en las votaciones de las instituciones y organismos internacionales.

En 2020, cuando 54 países firmaron una declaración de apoyo a China en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU tras la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong, se vio que 25 eran africanos. Lo mismo ocurrió con las denuncias contra la persecución a los uigures y otras minorías étnicas. Además, los votos de los países africanos también han estado respaldando la elección de representantes chinos para la dirección de importantes instituciones internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, que obtuvo un dirigente chino en 2019 gracias a estos.


El mito de la “Trampa de la deuda”

Si bien es innegable admitir el lucro político y económico que China obtiene de sus relaciones con África, existen expertos que niegan la teoría de la “trampa de la deuda” – un concepto difundido por Trump en su intento por desmantelar la imagen internacional de Beijing – y la califican de mito. Según explica el analista Eric Olander, redactor jefe de The China Project, si nos remitimos a los datos observaremos que China solo es poseedora del 12% de la deuda externa africana, y en la mayoría de países – en excepción de Angola – la deuda oscila entre el 4% y el 10%. En consecuencia, pese a las exageraciones de algunos, es imposible que un país pueda controlar a otro con estos porcentajes, y solo quitando Angola, la deuda se reduce un 30%. Además, las cláusulas contractuales que engloban los 1.206 préstamos chinos, aun siendo secretas, no demuestran haber configurado una estrategia para la expropiación de territorios africanos. Por lo que África no tendría razones claras para ver al gobierno chino como un enemigo, sino como a un socio con el que crecer al unísono. 

Dada la agudización en las relaciones entre China y África, la Unión Europea ve amenazada su influencia en el continente y comienza a tomar cartas en el asunto. La innegable falta de sintonía entre las políticas exteriores chinas y europeas, sobre todo respecto a la forma de inversión en el continente, ha sido foco de debate y ha supuesto confrontaciones diplomáticas a lo largo del siglo XXI. Ahora, el choque de ideologías entre ambas caras de la moneda de la dominancia, ha encontrado un punto de fuga tras haberse volcado del lado oriental. Por lo que, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció en 2022 una inversión europea de 150.000 millones para infraestructura en África bajo su programa Global Getaway, la alternativa occidental a la “Nueva Ruta de la Seda” china. Europa se da cuenta de que no puede descuidar su presencia en la región, pues el espacio que ocuparon durante más de 70 años pareciera haber sido tomado por una nueva potencia completamente ajena a sus intereses. 

“Europa es muy buena financiando carreteras, pero no tiene ningún sentido construir una ruta entre una mina de propiedad china y un puerto de propiedad china. Debemos ser inteligentes ante este tipo de inversiones”

Ursula Von Der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea

En definitiva, si bien el gobierno chino obtiene evidentes beneficios de su asentamiento comercial en el continente africano, muchos de los países que lo componen también ganan en desarrollo y progresan gracias a la mano asiática. Se trata de un “toma y daca” donde ambas regiones se benefician de las relaciones bilaterales y sacan rédito económico de ellas. Si bien China puede estar ocultando objetivos expansionistas tras su amigable fachada diplomática, la mayoría de gobiernos africanos todavía no se han dejado apretar lo suficiente como para que los observadores internacionales puedan demostrar la existencia de un estructurado plan para dominar África. En consecuencia, habrá que esperar al avance futuro de las relaciones para determinar cuáles son los planes de ambas partes y qué esperan uno del otro. 


Víctor Figueroba (España): Estudiante de Relaciones Internacionales y Periodismo, Universidad Autónoma de Barcelona

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