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Propaganda rusa: entre el Cielo y el Infierno

Por Tomas Peña

Los medios rusos atraviesan una paradoja: mientras son sancionados y bloqueados en Occidente, despliegan una expansión sin precedentes en África, Asia y América Latina. Entre la legitimidad conquistada en el Sur Global y la censura impuesta en Europa y Estados Unidos, Moscú está reescribiendo las reglas de la guerra informativa del siglo XXI.

En los últimos tres años, los medios estatales rusos RT y Sputnik ha consolidado una red internacional que abarca África, los Balcanes, el Medio Oriente, el Sudeste Asiático y América Latina. Esta expansión global contrasta con el infierno que atraviesan en Occidente: sanciones, bloqueos y prohibiciones que los han marginado de los principales mercados mediáticos en Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Reino Unido. La paradoja entre el “cielo” de la influencia en el Sur Global y el “infierno” de la censura occidental marca las bases y condiciones de la actual estrategia rusa.

RT y Sputnik han llenado los vacíos dejados por medios occidentales debilitados. En África, operan en más de 40 países. En Etiopía, Sputnik inauguró una redacción en Adís Abeba, mientras que en Mali impulsaron programas de formación periodística que funcionan como plataformas de influencia. En Argelia, RT estableció una oficina para producir contenidos en árabe dirigidos a todo el Magreb. Estos ejemplos muestran cómo Rusia invierte en infraestructuras mediáticas duraderas, que no dependen de la coyuntura política inmediata.

En América Latina, Actualidad RT y Sputnik Mundo son percibidos como fuentes legítimas. En Venezuela, RT colabora con Telesur, generando un bloque informativo común de narrativa antioccidental. En Argentina, Sputnik mantiene acuerdos con medios digitales alternativos, mientras que en Chile el canal local Telecanal fue sancionado por retransmitir programas de RT sin autorización, un episodio que expuso la profundidad de la penetración rusa en los sistemas mediáticos locales. En México, varios portales reproducen cables de Sputnik como fuentes noticiosas, insertando perspectivas rusas en la conversación pública.

Por su parte, en los Balcanes Serbia se ha convertido en un punto clave: allí RT abrió oficinas en Belgrado con transmisiones en serbio, aprovechando la simpatía histórica hacia Rusia. En Medio Oriente, Siria e Irán retransmiten sus contenidos como parte de un ecosistema mediático alineado con Moscú. En Turquía, aunque no existe una oficina formal, Sputnik Turquía es muy popular en redes sociales, alcanzando a millones de usuarios a través de contenidos en lengua local. En India, RT lanzó producciones en hindi e inglés que buscan competir directamente con la BBC y Al Jazeera.

Por el contrario, desde la invasión rusa a Ucrania en 2022, RT y Sputnik fueron vetados en la Unión Europea, bloqueados en redes sociales como YouTube, Facebook y TikTok, e incluso expulsados de tiendas de aplicaciones. En Estados Unidos, RT America fue cerrada y sus periodistas debieron registrarse como “agentes extranjeros”. En Canadá, las cadenas fueron eliminadas de las grillas televisivas, mientras que en Reino Unido la Ofcom retiró sus licencias de transmisión. Alemania y Polonia se sumaron a la prohibición, reforzando un cerco mediático sin precedentes. Estas sanciones financieras y regulatorias complicaron su operación, obligándolos a replegarse hacia canales alternativos y a disfrazar su marca bajo proyectos pseudoindependientes.


Imagen | The Moscow Times

Bases y condiciones de una estrategia global

La dualidad entre cielo e infierno define el plan del Kremlin: mientras enfrenta cierres y censura en Occidente, despliega influencia cultural, política y mediática en el Sur Global. Mientras que sus “bases” son las oficinas y alianzas locales que construyen legitimidad en países como Etiopía, Serbia, Argelia, Venezuela, Chile o India, sus “condiciones” son las limitaciones regulatorias que los empujan a innovar en plataformas emergentes como Rumble o Telegram, en podcasts distribuidos sin marca RT, o en redes sociales alternativas que escapan al control de Occidente.

El resultado es una maquinaria mediática que no necesita ya del beneplácito occidental. RT y Sputnik han encontrado en el Sur Global no sólo refugio, sino también un espacio donde su discurso se convierte en parte de la conversación dominante. En África, su narrativa antiimperialista refuerza resentimientos históricos contra Europa. En América Latina, se insertan en debates sobre soberanía y multipolaridad. En Asia, compiten con China y medios árabes por moldear la agenda regional.

El cielo y el infierno coexisten: para Moscú, las prohibiciones en Occidente se han transformado en un incentivo para invertir en nuevos territorios de influencia. En esa tensión, se definen las nuevas coordenadas de la guerra informativa global, con bases sólidas en el Sur y condiciones adversas en el Norte.

De un modo analítico, debiera pensarse a los medios rusos como un arma estratégica de la guerra la cual le ha permitido a Rusia conseguir simpatizantes a lo largo del globo. En algunos casos apoyo y en otros neutralidad para votaciones clave, socavando la narrativa ucraniana en parte del Sur Global y suavizando los efectos del aislamiento económico y diplomático ruso, hoy mucho más apaciguados que en febrero de 2022. 

Desde el plano narrativo, la expansión de RT y Sputnik han buscado un consenso o legitimación internacional más allá de occidente. En África, Asia y América Latina se relata a la guerra no como una  invasión rusa sino como una “operación especial” defensiva contra la OTAN. Dichas sutilezas narrativas intentan captar neutralidad o simpatía en el plano geopolítico, condenando las sanciones de la ONU o mostrando a Rusia como un agente confiable para mantener relaciones económicas.


Ilustración | Euroradio

En la resolución ES-11/1 “Aggression against Ukraine” emitida por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 2 de marzo de 2022, de los 54 países africanos 28 votaron a favor, 17 se abstuvieron, Eritrea votó en contra y 8 se ausentaron. Ahora bien, el 12 de octubre de 2022, en una sesión de emergencia de la Asamblea General de la ONU, la resolución ES-11/4 “Territorial Integrity of Ukraine” fue aprobada con amplia mayoría. En el caso de África, 30 países votaron a favor, 19 se abstuvieron, ninguno votó en contra y 5 estuvieron ausentes.

La erosión del consenso occidental, que mantiene sanciones duras contra Rusia, radica en la capacidad de los medios de transmitir mensajes alternativos a los medios locales, debilitando la percepción de aislamiento total. El Kremlin, en RT y Sputnik, no parece estar solo, sino que se refuerza internamente y junto al apoyo logístico y armamentístico chino frente a un “Occidente hostil”.

La estrategia comunicacional de Rusia debe entenderse como parte integral de una guerra híbrida, en la que la dimensión informativa complementa a la militar. A través de sus medios estatales y redes digitales, Moscú busca condicionar la percepción internacional del conflicto y debilitar el apoyo a Ucrania.

En este marco, la narrativa oficial se articula en tres niveles. Primero, se procura legitimar la ofensiva rusa presentando los ataques como respuestas inevitables a “provocaciones ucranianas”. Segundo, se recurre a teorías conspirativas —como la supuesta existencia de biolaboratorios occidentales en Ucrania o la caracterización del gobierno de Kiev como heredero de un “nazismo latente”— que buscan sembrar desconfianza y deslegitimación. Finalmente, estas operaciones se consolidan en un frente informativo paralelo cuyo objetivo es erosionar la credibilidad del gobierno ucraniano y proyectar una imagen de equidistancia en amplias regiones del Sur Global.

De este modo, la propaganda no se limita a la manipulación discursiva, sino que opera como un instrumento estratégico de guerra, diseñado para influir en la opinión pública, moldear votaciones en organismos internacionales y suavizar los efectos del aislamiento impuesto por Occidente.

Es una ganancia en el terreno diplomático, una especie de soft power diseñado para países del Sur Global que han intensificado sus vínculos comerciales, militares y geopolíticos en los años previos y posteriores al inicio de la guerra (tanto en el terreno de las armas, como de la energía como el comercio) sin adoptar sanciones.

El relato contribuye a que dichos lazos no signifiquen la colaboración con un agresor, sino la resignificación de soberanía frente al dominio occidental. Esto se ve en la colocación de granos, energía y armamento ruso en África, en la cooperación en materia de petróleo y gas en Oriente Medio, y en las alianzas de comunicación y política en América Latina. Estos ejemplos demuestran la estrategia de Moscú para obtener contrapesos a las sanciones impuestas por Europa y EE.UU. y al bloqueo del gas ruso. 

En síntesis, el cielo y el infierno tienen bases y condiciones. El Kremlin busca poner los términos y no es casualidad. Cuando el arquetipo de una guerra territorial típica del siglo XIX o XX se encaja en el Siglo XXI, la legitimidad flagela, entonces hay que salir a contar una historia. 


Tomas Peña (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad de San Andrés, y columnista de Diplomacia Activa.

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