El legado de Francisco
Por Estanislao Molina y Marko Sal
«A las 07:35 el Obispo de Roma ha regresado a la Casa del Padre». Estas fueron las palabras del Cardenal Farrell para anunciarle al mundo el desceso a la edad de 88 años de la cabeza de la Iglesia Católica, el Papa Francisco. El Sumo Pontífice se encontraba en una condición delicada luego de haber estado casi 40 días internado en el Hospital Gemelli de la capital italiana. Su vida y obra al mando de la máxima institución católica ha marcado una era en la política de la Santa Sede y de la Iglesia Católica.

Jorge Mario Bergoglio nació un 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen piamontés. Hijo de Mario José Bergoglio y Regina María Sívori, su formación doméstica estuvo marcada por una fuerte impronta religiosa y una educación disciplinar.
Avanzando en su línea temporal, antes de ingresar al sacerdocio, estudió química y trabajó como técnico en un laboratorio de alimentos. Sin embargo, en 1958 decidió entrar en la Compañía de Jesús, donde inició su formación filosófica y teológica. Estudió filosofía en el Colegio Máximo de San Miguel y obtuvo una licenciatura en teología en la Universidad del Salvador. Durante su formación, se destacó como docente, enseñando literatura y psicología en diversos colegios jesuitas. En 1964 fue enviado a Santa Fe como maestrillo en el Colegio Inmaculada Concepción, donde, en una muestra de su interés por el diálogo entre fe y cultura, invitó a Jorge Luis Borges a dar una conferencia ante sus alumnos.
Ya en 1973, con apenas 36 años, fue nombrado provincial de los jesuitas en Argentina, en un contexto de alta tensión política. Su gestión se caracterizó por un enfoque prudente y alejado de los sectores más militantes de la Compañía, lo que generó divisiones internas. Con el paso del tiempo, su liderazgo fue objeto de críticas dentro de la orden, lo que lo llevó a un progresivo aislamiento hasta su salida definitiva de la estructura jesuítica.
En lugar de ser destinado a nuevas responsabilidades dentro de la Compañía, fue enviado a Córdoba en una suerte de exilio eclesiástico, donde pasó varios años en una posición marginal, dedicado a la dirección espiritual y el estudio. Su salida definitiva de la orden se produjo cuando Juan Pablo II lo rescató de este período de relegación y lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992.
A partir de ese momento clave, inició un ascenso sostenido dentro de la jerarquía eclesiástica. En 1998 fue designado arzobispo de Buenos Aires y en 2001, creado cardenal por Juan Pablo II. Desde su posición en la Arquidiócesis porteña, Bergoglio se distinguió por un estilo pastoral austero, cercano a los sectores más desfavorecidos y alejado de la ostentación eclesiástica. Al mismo tiempo, dentro del ámbito teológico, se identificó con la «teología del pueblo», una corriente derivada de la teología de la liberación, pero con una perspectiva más centrada en la cultura y religiosidad popular, sin una marcada impronta marxista.

El 13 de marzo de 2013, tras haber renunciado de Benedicto XVI el 28 de febrero del mismo año, fue elegido Papa, convirtiéndose en el primer pontífice latinoamericano y de formación jesuita en la historia de la Iglesia Universal. Su elección fue interpretada como un signo de cambio dentro de la Curia, que esperaba de él una reforma estructural del gobierno eclesiástico, en particular en lo relativo a la transparencia financiera y la descentralización del poder vaticano.
Desde el inicio de su pontificado, Francisco mostró una voluntad clara de transformar la Iglesia, lo que quedó plasmado en la constitución apostólica Praedicate Evangelium (2022), que reconfiguró la Curia Romana para darle mayor protagonismo a las conferencias episcopales y reforzar la sinodalidad como modelo de gobierno. No obstante, estas reformas encontraron una fuerte resistencia dentro de los sectores más tradicionales de la Iglesia, que vieron en su liderazgo una amenaza a la estructura clerical establecida.
Hablando en términos doctrinales y teológicos, Francisco no fue un innovador en el sentido clásico, pero sí dejó una impronta particular en el modo en que la Iglesia abordó temas como la justicia social, la ecología y la migración. Su perspectiva, influida por su origen en el Sur Global, se caracterizó por fuertes críticas al capitalismo descontrolado, las desigualdades y en la defensa de los más vulnerables. Cuando expresó el lema “hagan lío”, Francisco no solo exhortaba a los fieles a transformar las prácticas de la Iglesia Católica, con el objetivo de que se convirtiera en una institución más inclusiva y justa. En parte, la voz de Francisco tenía como intención “hacer lío” en la escena internacional, particularmente una revolución del status quo de la globalización económica.
Por ejemplo, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (2013), Francisco formuló una crítica al individualismo extremo y a la mercantilización de la vida humana, señalando que las desigualdades eran producto de una estructura económica avariciosa. En Evangelii Gaudium, el Papa expresó: “Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata”.
Por otro lado, en Laudato Si’: Sobre el Cuidado de la Casa Común (2015), el Papa dedicó una encíclica al deterioro ambiental provocado por las actividades humanas y cómo esta crisis afecta a los más pobres y marginados. Además de señalar la responsabilidad del ser humano en la crisis climática, el Sumo Pontífice propone la noción de “ecología integral”, en la que pide que la persona humana entienda su profunda interconexión con la naturaleza, así como promover la transición a una economía sostenible en la que personas, empresas, gobiernos y el sector financiero basen su actuar en prácticas responsables con el medio ambiente, la equidad social y el progreso económico.
No menos importante, en la encíclica Fratelli Tutti: Sobre la Fraternidad y la Amistad Social (2020), Francisco propuso la fraternidad y la amistad social como caminos para construir un mundo con menos divisiones y desigualdades. La encíclica aborda la indiferencia de la comunidad internacional ante los problemas globales, la deshumanización de los migrantes, las devastadoras consecuencias de las guerras y la necesidad de fortalecer el diálogo interreligioso y ecuménico.

Si bien no se le asocia con un corpus filosófico o teológico original, ha manifestado su admiración por autores como Romano Guardini, Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar, figuras clave de la renovación teológica del siglo XX. Su pensamiento se inscribe en una línea pastoral y pragmática, más que en una elaboración especulativa o doctrinal profunda.
Desde una perspectiva geopolítica, se encargó de consolidar a la diplomacia vaticana como un tomador de decisiones relevante en el sistema internacional. Su mediación en el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos en 2014, su liderazgo en la cuestión medioambiental, su promoción del diálogo interreligioso con líderes budistas, ortodoxos, judíos y musulmanes —tanto chiitas como sunitas— y su insistencia en el multilateralismo evidenciaron su apuesta por un papado con incidencia en la política global.
Sin embargo, su postura frente a la guerra en Ucrania y su reticencia a condenar explícitamente a Rusia generaron interpretaciones divergentes: mientras algunos destacaron su insistencia en el diálogo, otros lo criticaron por una excesiva neutralidad. En cambio, en la recta final de su papado, mantuvo una profunda crítica por la situación de Gaza, condenando tanto la ofensiva del 7 de octubre perpetrada por Hamás como los ataques israelíes sobre la población civil en la Franja.

El cónclave
Ahora, con el fallecimiento de Francisco, se ha activado el protocolo de Sede Vacante. Tras la verificación oficial de su muerte, se sella su aposento en el Palacio Apostólico, se suspenden todas las audiencias y se inicia el proceso de elección del nuevo Pontífice: el Cónclave, la elección a puertas cerradas donde el Colegio Cardenalicio elige, en la Capilla Sixtina, el nuevo «sucesor de Pedro». Este instituto, que ha perdurado por más de ochocientos años, se considera un pilar fundamental para la estabilidad de la Iglesia Católica.
El ritual del Cónclave sigue un estricto sentido de confidencialidad. De los 252 Cardenales de la Iglesia, 138 cumplen con el requisito de ser menores de ochenta años para participar en la votación. El Cónclave Papal oficial comienza entre quince a veinte días, plazo establecido en 1922 para que los cardenales tuvieran tiempo suficiente para viajar a los procedimientos. Los cardenales electores permanecen en aislamiento, sin acceso a la comunicación exterior, hasta la elección de un nuevo Papa.
La votación se divide en tres fases: el preescrutinio, en el que se reparten las papeletas y se designan los encargados de contabilizar los votos; el escrutinio, proceso en el que los Cardenales escriben su voto de forma secreta y lo depositan en una urna; y el postescrutinio, fase en la que se tabulan los votos y se queman las papeletas. Para que un nuevo Papa sea elegido, debe obtener al menos dos tercios de los votos emitidos.
Si tres días de votaciones no ofrecen ningún nuevo pontífice, los miembros del cónclave se toman un día entero de oración y contemplación. Si el ciclo de cuatro días se repite siete veces más, se celebra una segunda vuelta entre los dos candidatos que hayan recibido más votos. El resultado de la votación se anuncia mediante la señal de humo que proviene de una chimenea especial instalada en la Capilla Sixtina. El humo negro indica que aún no hay consenso, mientras que la fumata blanca confirma a los millones de fieles que se ha elegido un nuevo Papa que dirigirá la Iglesia.
Si bien el papa Francisco evitó alinearse con ideologías políticas, el Vaticano no es ajeno a las dinámicas de la política internacional. Con el Cónclave en marcha, su sucesión estará marcada por una intensa disputa en la que algunos buscarán consolidar su legado progresista, mientras que otros intentarán instaurar un papado alineado al tradicionalismo de la Iglesia Católica. No obstante, esta carrera no solo es importante dentro de la Iglesia, sino también para otros actores a nivel global. Tanto líderes progresistas como conservadores en diferentes partes del globo se mantienen expectantes ante quién asumirá el próximo papado.










En particular, hay que tener detenida atención sobre la nueva administración de Estados Unidos, la cual tuvo choques con Francisco antes de su fallecimiento. En febrero, el Sumo Pontífice realizó una reprimenda a la interpretación del Ordo Amoris por parte del vicepresidente norteamericano, JD Vance, un concepto teológico relacionado con el amor que Vance utilizó para justificar la política migratoria del presidente Donald Trump. La respuesta del Papa desató el descontento de la Casa Blanca, aumentando la posibilidad de una batalla de sucesión altamente politizada. El objetivo del trumpismo sería impulsar indirectamente a un nuevo pontífice menos confrontacional con el status quo y alineado a una agenda más conservadora. Cabe mencionar que la última visita oficial que recibió el Papa fue el Domingo de Pascuas, justamente con JD Vance.
Entre los posibles sucesores destacan figuras moderadas y progresistas, como el Cardenal Pietro Parolin, actual Secretario de Estado del Vaticano y una de las personalidades más influyentes de la Santa Sede; el Cardenal Luis Antonio Tagle, de nacionalidad filipina, quien, de ser elegido, se convertiría en el primer Papa asiático desde el fallecimiento desde el fallecimiento de Gregorio III en el año 741, y crítico de la postura de la Iglesia respecto a la comunidad LGBTQ+, las madres solteras y los católicos divorciados vueltos a casar; el Cardenal Peter Turkson de Ghana, con un enfoque moderado y una marcada sensibilidad social; y Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y considerado uno de los favoritos de Francisco.
Por otro lado, en el sector más conservador, sobresalen el Cardenal Péter Erdö, de origen húngaro y una de las voces más tradicionalistas dentro de la Iglesia; el Cardenal Raymond Leo Burke, estadounidense oriundo de Wisconsin, conocido por su postura marcadamente conservadora y su oposición a varias reformas impulsadas por Francisco; el Cardenal Willem Eijk, de los Países Bajos, férreo crítico de los cambios en la moral sexual dentro de la Iglesia; el Cardenal Gerhard Ludwig Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; el Cardenal Malcolm Ranjith, arzobispo de Colombo, quien ha cuestionado algunas reformas litúrgicas recientes; y el cardenal Robert Sarah de Guinea, quien a lo largo de su trayectoria ha destacado por su firmeza en temas doctrinales y su defensa al tradicionalismo dentro de la Iglesia.
Más allá de su papel institucional, el “Papa del Fin del Mundo” mantuvo una identidad marcadamente argentina. Hincha de San Lorenzo de Almagro, amante del tango y el mate, su estilo llano y directo le permitió conectar con sectores que tradicionalmente veían a la Iglesia como una institución distante.
“Siempre dio interés a temas que antes parecían tabú, como la postura de la Iglesia hacia la mujer o los temas LGBTQ+, aunque sin cambios radicales, sí con un enfoque más pastoral y menos condenatorio” señaló Gonzalo Fiore, Doctor en Relaciones Internacionales y coautor de ¡Hagan Lío! (2021), para Diplomacia Activa. “¿Qué es lo que le faltó? Hay varios temas que siguen dando vueltas, como la reforma de la curia. Quería cambiar cómo funciona el Vaticano internamente, hacerlo más transparente y menos burocrático, pero esa reforma fue más bien a medias. Y el tema de los abusos, aunque hizo avances en la lucha contra ellos, no logró resolverlo por completo”, añadió.
Según Fiore, “el verdadero éxito de Francisco lo conoceremos cuando conozcamos a su sucesor, y veamos si logró influir en la elección, o si su sucesor sigue su misma línea”. También añadió que “con los vientos políticos tan polarizados, no me sorprendería que algunos sectores de la Iglesia opten por elegir a alguien que frene algunas de las reformas que Francisco impulsó. Pero también es cierto que hay muchos que apoyan su estilo y su enfoque pastoral”.

El pontificado de Francisco será recordado como un intento de reformar la Iglesia desde dentro, tensionando los límites entre tradición y aggiornamento. Si bien su legado está marcado por una fuerte impronta pastoral y social, sus reformas dentro de la Curia y su influencia en la diplomacia nuncial, consolidaron su figura como un Pontífice de transición.
Queda claro que dedicó toda una vida a su vocación. Tanto su carrera sacerdotal hasta su papado estuvieron marcados por una imagen más que argentina, una vida con resiliencia, pasión y garra, siendo su última aparición en público el día de ayer en la celebración de la Pascua de Resurrección, a pesar de que su salud se encontraba notablemente deteriorada.
Ahora queda por ver el posicionamiento del nuevo Pontífice para determinar si realmente estamos ante un cambio de época dentro de la Iglesia, o si bien el paso de Francisco por la Santa Sede fue un oasis en la historia.
Estanislao Molinas (Argentina): Estudiante avanzado en Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Santa Fe, y columnista en Diplomacia Activa.
Marko Alberto Sal Motola (México): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad Anáhuac Querétaro. Jefe de Redacción en Diplomacia Activa.
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