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Milei, después del rugido

Por Axel Olivares

Tras un año y medio en el poder, el Gobierno de Javier Milei enfrenta el desgaste de su propio discurso. Lo que alguna vez fue una revolución libertaria, hoy busca adaptarse a un país que exige más certidumbre y menos consignas.

Ilustración | Revista Anfibia

“Voy a dejar de usar insultos a ver si están en condiciones de discutir ideas”, aseguró el presidente Javier Milei durante un discurso en agosto. ¿Cómo? ¿El mandatario eliminará su principal distintivo para acceder a “discutir ideas”? Para sorpresa de muchos, las palabras del presidente no son casuales y responden a una tormenta que, hasta no hace mucho, creían poder manejar.

Lejos de ser un mero cambio de estilo, el Gobierno dio muestras de ser consciente de un cambio de época. Luego de meses en el podio de las encuestas, dotado de un consenso social pocas veces visto y con la licencia para cuestionar a grandes instancias internacionales como la ONU o el WEF, “el león” llegó a un punto de inflexión en su gestión que lo obligó a replantear su rumbo político, económico y comunicativo. Pero ¿qué ocurrió para que uno de los líderes más populares del mundo pasará de revolucionar el sistema a “ceder” al diálogo con la oposición?

La estrategia retórica del economista fue su fórmula del éxito para sobresalir en el debate público. Su discurso era imbatible porque se hacía dueño de todo lo que se le acusaba. Mientras que por años, la dinastía Kirchner demonizó en el inconsciente colectivo las políticas pro mercado (la privatización de las empresas públicas, el ajuste fiscal y el desmantelamiento del Estado), Milei logró dar vuelta el tablero para presentar esas políticas como partes de la reforma que Argentina necesitaba.

El giro moral también alcanzó los pilares establecidos en varios temas como los derechos humanos, la historia del país, la defensa de las minorías y todo lo políticamente correcto. Apelando a las creencias de varios ciudadanos, Milei ofreció la posibilidad de salir de esa autocensura impuesta por los gobiernos anteriores. 

La Libertad Avanza logró así instalar un nuevo discurso en la sociedad, un discurso que retoma las bases del laissez-faire y la filosofía Reagan-Tatcher, pero con una nueva cara. A diferencia de la típica retórica de los partidos de izquierda, que se proyectan en la defensa de los más vulnerables ante un sistema arraigado en la derecha, Milei revirtió esa historia ubicándose en el lado de los verdaderos rebeldes ante un status quo secuestrado, según el relato libertario, por las garras del socialismo.

A través de este sendero, Milei sembró y cosechó grandes éxitos. La caída de la inflación, la liberación del mercado de divisas y los recortes al Estado le permitieron ser la luz al final del túnel para muchos productores y comerciantes. Asimismo, el país comenzó a verse como un destino tentador para grandes inversores que en el pasado se mostraban reacios ante la falta de estabilidad económica.


Imagen | The Economist

La comunicación como clave para la revolución cultural

En línea con un discurso que no da lugar a cuestionamientos, Milei trazó un camino claro a un país sumamente escéptico y acostumbrado al “todos los políticos son iguales”. Con un clima que evocaba la fuerza por encima de la compasión, Milei conquistó a todas las generaciones de todas las clases sociales. Y para resaltar la diferencia con la política tradicional, las “ideas de la libertad” no eran transmitidas por medio de tecnicismos ni comunicados de prensa, sino a través de un código que la gente pudiera entender.

El ascenso de Milei coincidió con la caída de las regulaciones en redes sociales y el auge de la inteligencia artificial generativa. Mientras que las grandes empresas desmantelaban los fact checking y la detección de fake news a favor de una libertad de expresión en bruto, Milei creó un canal de comunicación directo sin intermediación de los medios (parte de la “casta”) y sin ningún obstáculo para llegar a los votantes más fieles.

Al sostener un diálogo desprovisto de cualquier protocolo, Milei se tomó el privilegio de poder señalar con el dedo a sus adversarios y esperar a que la cacería de brujas iniciara. Lejos de perjudicarlo, el presidente ganó así más respeto entre sus seguidores.

Aún así, el fenómeno masivo de Milei no fue un hecho aislado. Su leitmotiv es parte de una red mundial de políticos outsiders de ultraderecha que buscaban desterrar la política convencional que, según ellos, se había empapado de corrección política y no lograba responder a las necesidades de sus países. Todas estas figuras pasaron a ocupar las redes como su trinchera ante la batalla cultural.

Como resultado, las redes, especialmente X, fueron escenario de la creación de“guerrillas digitales” que persiguió a los adversarios más directos, pero también a cualquiera que atentara contra la polarización total.


Imagen | France24

Un Poder Legislativo sin necesidad de mayorías

La polarización se hizo notar también en el Congreso donde Milei, con minoría en ambas Cámaras, logró dibujar una línea por encima de todos los partidos para separar el recinto en dos: los pro Milei y los anti Milei. Con la ayuda de los primeros, compuesto en parte por los llamados dialoguistas, el oficialismo logró obtener el apoyo necesario para aprobar las legislaciones que el Ejecutivo proponía o tumbar las leyes que la oposición impulsaba.

Así, el Gobierno pudo despegar acorde a las propuestas prometidas. La euforia por ver que el experimento estaba funcionando se reflejaba en las encuestas. No obstante, al igual que un cohete, comenzó a perder partes en el camino. Una de ellas fue ni más ni menos que la vicepresidenta Victoria Villarruel que desde los primeros meses de gestión cortó la relación con su compañero de fórmula y hoy se refugia en el Senado representando el lado más nacionalista de La Libertad Avanza. 

Luego, comenzaron a desprenderse muchas otras piezas, dejando a la vista la predominancia del “triángulo de hierro”, conformado por el presidente, su hermana y secretaria, Karina Milei y su asesor, Santiago Caputo. Actualmente, esta trinidad monitorea todo el gabinete y enciende las alarmas si alguien se sale por un segundo de la lógica libertaria.

Con una cúpula más centralizada, el gabinete continuó sin demasiados problemas la reforma del Estado. No obstante, la gestión sufrió una serie de tropiezos que no solo los alejó de las “fuerzas del cielo”, sino también de su vínculo con la sociedad, un pilar fundamental para la gobernabilidad.

Si el escándalo $LIBRA solo le costaría algunos puntos en las encuestas, el Gobierno no correría la misma suerte en agosto. El día que se rechaza el veto presidencial a la emergencia en Discapacidad en Diputados, salen a la luz una serie de audios del director de la Agencia de Discapacidad, Diego Spagnuolo, que destapan una presunta red de corrupción que involucra altos mandos del Gobierno, principalmente a Karina Milei.


Imagen | Vanity Fair

Lejos de mostrar signos de transparencia, el Gobierno despidió a Spagnuolo y negó la veracidad de las grabaciones. Pero, a medida que aparecían más audios, el Gobierno alimentó el “efecto Streisand” recurriendo a la fuerza para detener su difusión.

Verdaderos o no, los audios alcanzaron al Gobierno donde más le duele, en su legitimidad ante el ojo público. Más allá de las explicaciones, el accionar del Ejecutivo rememoró en la sociedad lo que la “casta” solía hacer en casos similares: adjudicar el acto de corrupción a la oposición como una estrategia electoral y seguir adelante.

Esta desafortunada experiencia tuvo consecuencias en las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires, donde La Libertad Avanza sufrió su peor derrota desde su asunción. El golpe fue doble teniendo en cuenta que la victoria se la llevó su principal adversario, el kirchnerismo.

Al día siguiente, la bola de nieve comenzó a crecer. El mercado respondió con hostilidad ante los resultados: el dólar subió, el Riesgo País subió, las acciones argentinas en Wall Street cayeron, y el Banco Central tuvo que salir a ofertar dólares para frenar la corrida cambiaria, la opción menos deseada por el Gobierno, sobre todo el de Javier Milei.

Las políticas al margen del plan continuaron. Luego de meses de presumir el equilibrio fiscal, el Gobierno tuvo que desembolsar reservas que tanto le costó recaudar. Para colmo, el Banco Central tuvo que retomar viejas restricciones cambiarias para comprar dólares, retrotrayendo una historia que el Gobierno celebraba haber dejado atrás.

Así y todo, la volatilidad del dólar seguía sin dar respiro. Fue ahí cuando el Gobierno recurrió a la firma de un swap por 20 mil millones de dólares con el Tesoro de Estados Unidos. Donald Trump no le haría ese favor a cualquiera, Argentina es actualmente un socio estratégico de la Casa Blanca y, por tal motivo, el nuevo swap busca destronar el swap chino que Milei firmó en 2024 en el contexto de la guerra comercial entre Estados Unidos y China.


Imagenes | US Embassy in Argentina

De todas formas, ese desembolso no alcanzó para calmar a los inversionistas que sentían un deja vu al presenciar nuevamente una economía basada en la improvisación. Es entonces cuando el Gobierno apostó por uno de los sectores más fieles quitando las retenciones al campo.

Los productores agropecuarios aplaudieron esta medida, pero tan solo 72 horas después del anuncio gran parte del sector quedó consternado al enterarse de la suspensión de las retenciones cero. ¿La razón? El Gobierno ya había obtenido el cupo de exportación de 7 mil millones de dólares que necesitaba para calmar la corrida cambiaria. Este giro abrupto hirió la confianza del campo con Milei.

Por otro lado, la volatilidad de los mercados reflejó una triste realidad para un Gobierno enfocado en la economía. Presentando al país como un destino seguro para invertir, Milei logró convencer a los mercados internacionales que Argentina era un país diferente. Sin embargo, la caída de las acciones producto de una elección provincial demostraron que la economía aún no tiene una base sólida y su estabilidad sigue dependiendo pura y llanamente de la confianza de los inversores.

El traspié fue también la oportunidad de los legisladores dialoguistas para emanciparse de La Libertad Avanza. A partir del debilitamiento del Gobierno, la aprobación de vetos presidenciales ya no era tan sencilla para el Poder Ejecutivo. Simultáneamente, el consenso con Gobernadores se volvió más complicado. Si al principio de la gestión, cada líder provincial debía pensar dos veces antes de cuestionar a la Casa Rosada, hoy, esa exclusividad le dio fuerza a varios gobiernos locales para formar una tercera fuerza y enfrentar tanto el oficialismo como al kirchnerismo.

Por si el “asunto coimas” no fuera suficiente, el candidato a diputado por LLA en Provincia de Buenos Aires, José Luis Espert, fue denunciado por estar vinculado con un narcotraficante con pedido de extradición desde Estados Unidos.

La situación del candidato, cuyo eslogan era «cárcel o bala», representa una nueva herida para la percepción de los votantes de LLA quienes, como dijo la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, son “votantes republicanos” que exigen explicaciones claras, a diferencia del “voto religioso” del kirchnerismo. Su renuncia a la candidatura podría restaurar la imagen del Gobierno, no así su destino en los comicios de la provincia.


Imagen | El Mundo

La sucesión de eventos desafortunados que el Gobierno, ya sea por soberbia o falta de capacidad, no supo afrontar, se vuelven serios inconvenientes de cara a las elecciones legislativas del 26 de octubre en las cuales el oficialismo se bate a duelo con la oposición por el respaldo de la ciudadanía.

Los resultados darán prueba de qué tan vapuleada se encuentra la confianza al Gobierno. Cualquiera sea el resultado, el Gobierno aprendió por las malas que la “primavera” que gozó durante su primer año de gestión ha terminado y ahora el diálogo con la ciudadanía y los otros partidos no podrá seguir atado sólo a sus reglas.

El Gobierno no se escapa de una disyuntiva. Si accede a romper el hermetismo y le da lugar a voces adversarias, ¿no pone en riesgo la legitimidad de su discurso? Tras un largo tiempo prometiendo a los argentinos un Gobierno lejos de todo lo que conocieron, cambiar repentinamente el código podría interpretarse como prueba de que esta administración no era tan diferente. Aun así, los efectos de la inestabilidad comienzan a ser vividos por el ciudadano de pie, y presionan a la gestión a replantear su estrategia.

Resolver este dilema se vuelve una tarea titánica frente a un kirchnerismo más fortalecido que, aferrado a las clásicas tácticas demagógicas, toma nota de cada tropiezo del Gobierno para convencer a su electorado.

El antipolítico que se metió en el corazón de la política es ahora esclavo de sus palabras. Ya no alcanza con el lema “violeta o nada”, Milei debe aprender a administrar la incertidumbre del electorado producto de todas las incógnitas que el Gobierno fue acumulando. Solo los resultados de las próximas elecciones tienen la fuerza para sacudir el orgullo del Gobierno o bien, reafirmar su fe ciega en que “La Libertad Avanza o Argentina retrocede”.


Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo. Redactor y columnista en Diplomacia Activa.

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