Un Kurdistán dividido y sin esperanzas
Por Paula Gomez
Sin un territorio delimitado que les sitúe en el mapa, los kurdos son la mayor nación sin estado del mundo. Con alrededor de treinta millones de habitantes repartidos entre Irak, Irán, Siria, Turquía y minoritariamente en Armenia y Azerbaiyán, los kurdos han sido vistos como una amenaza para la integridad territorial de estos países desde hace ya tiempo, pero ¿por qué son reprimidos sistemáticamente? ¿Cuál ha sido el papel de este pueblo en los intereses en la región?

Los kurdos constituyen un pueblo consolidado y étnicamente diferenciado en oriente próximo ya que no son ni árabes, ni turcos ni persas, hablan su propio idioma y cuentan con una religión propia, el Yazidismo que reza a Melek Taus y que ha sido perseguida sistemáticamente. El arraigo cultural de sus gentes se demostró tras las diferentes invasiones árabe-musulmanas. Aunque tras las cuales parte de la población sucumbió al sunismo como religión, los habitantes de Kurdistán no perdieron la identidad y cultura que les distingue del resto de la región
Este pueblo tiene unas bases libertarias que abogan por la igualdad de género, rompiendo con el esquema de los países musulmanes y autoritarios que les gobiernan y rechazando esta cultura patriarcal, ya que se distinguen por abogar por el protagonismo de la democracia y las mujeres en su sociedad. No hay mayor ejemplo de esto que las denominadas Unidades Femeninas de Protección, conocidas en kurdo como YPJ, las cuales han sido clave en la lucha contra el Estado Islámico y otros fundamentalistas islámicos operando en la zona.
Pero si es un pueblo tan grande y diferenciado del resto, ¿Por qué no se llegó a constituir un Estado independiente tras la desintegración del Imperio Otomano? ¿qué es lo que se lo impide? Como en la mayoría de los casos en los que actualmente hay un conflicto que atañe etnias y construcción de estados, hay que mirar hacia las grandes potencias del momento, encargadas de establecer las fronteras de los nuevos Estados westfalianos
En este caso, los impedimentos para constituirse como una nación independiente comenzaron bajo el contexto de la Primera Guerra Mundial, desde Europa se barajaba la posibilidad de la descomposición del Imperio Otomano que ocupaba gran parte de Oriente Medio. Esto se hizo en secreto mediante el acuerdo de Sykes-Picot, donde los franceses y británicos, bajo apoyo ruso, se repartían estratégicamente los territorios que pasarían a estar bajo su influencia en cuanto la guerra terminara y el imperio cayera.

En la conferencia de paz de 1919 los gobiernos franco-británicos más el presidente Wilson reconocieron este reparto secreto, el cual fue delatado por los rusos. Sin embargo, no fue hasta el acuerdo de Sèvres en 1920 donde se materializaría; designando territorios como la Gran Armenia y el Kurdistán como estados independientes mientras el resto árabe seguiría bajo influencia aliada y Turquía ocupada.
Pero esto no fue tan fácil, y las promesas europeas de construir un estado kurdo quedaron sepultadas. El auge nacionalista turco bajo el liderazgo del declarado “padre de los turcos Atatürk”, rechazó un reparto que consideraba una humillación para los herederos del Imperio Otomano, comenzando una guerra de independencia que llevaría a una nueva negociación de los aliados con los turcos y finalmente se ratificaría en el tratado de Lausana de 1923 sustituyendo al anterior y estableciendo las fronteras oficiales de la Turquía moderna.
El nacionalismo turco y la independencia final de su país de los aliados dejó atrás el sueño kurdo de obtener un estado como se planteó en los inicios del reparto, además el descubrimiento de la riqueza del territorio que constituiría el Kurdistán, tampoco permitiría que se aunaran todos esos recursos bajo un único poder.
Si tenemos en cuenta que Iraq pasó a manos de Gran Bretaña y Siria a manos de Francia, el Kurdistán queda dividido entre estas potencias y Turquía, lo que les daría acceso a esta fuente de petróleo y al joven país y su territorio reclamado como propio. De esta manera los involucrados en la negociación salían ganando; Lausana entonces no pareció un mal acuerdo con el que cambiar los planes que las grandes potencias tenían en Sèvres, en detrimento de la aspiración kurda.
El Kurdistán también acoge otro recurso muy preciado y vital, asentado en las cuencas del Tigris y Éufrates. Como Estado independiente podría haber tenido un acceso exclusivo no solo a petróleo, sino al control de los recursos hidrográficos de la región; esto podría haber puesto en jaque a los países que acogen su territorio hoy, cuya aridez supone un peligro para su seguridad.
Podemos atribuir en el caso de Ankara, el nacionalismo turco arraigado en la población y las élites como motivo de la discriminación y represión cultural que ha sufrido este pueblo a lo largo de los años; sin embargo, esto va más allá, y al igual que en el resto de países que les acogen, la riqueza del suelo kurdo y su posición geoestratégica han sido siempre la clave de la imposibilidad de llegar a ningún tipo de acuerdo por su independencia; y mucho menos a un Kurdistán independiente unificado.

Reprimidos históricamente por el riesgo que supone la integridad territorial de estos países, sus respectivas regiones kurdas han sido sometidas a procesos de asimilación cultural en lugar de integración en las estructuras del estado, con el objetivo de minar las diferencias que les distinguen del resto del país y así acabar con el nacionalismo kurdo y su aspiración independentista.
La relación de los estados soberanos con este pueblo ha sido siempre de dominación en lugar de convivencia, y en cada país cuentan con una historia diferente. En Irán, por ejemplo, a pesar de que la fuerza kurda no es tan fuerte como en otros países vecinos, fueron clave para derrocar al Sha durante la revolución iraní y propiciar la llegada de Jomeini; sin embargo, la reorientación del país supuso el debilitamiento del movimiento kurdo.
Turquía llegó a negar la existencia de los kurdos denominándolos “turcos de las montañas”, prohibiendo su lengua y representación política durante años. Esta represión llevó al fortalecimiento de los movimientos de liberación kurda materializados bajo el marco del Partido de los Trabajadores (PKK) en los ochenta, luchando contra el gobierno turco por la independencia.
A pesar de llegar a un par de treguas con el grupo mediante medidas conciliadoras como la legalización de la enseñanza educativa en kurdo y el uso de tal lengua en los medios, la paz siempre ha sido efímera. Mientras el conflicto sigue entre estos actores, el PKK es considerado un partido terrorista y el gobierno turco ha sido acusado de despoblar la región de kurdos y masacrar a civiles.
En Siria han sido marginados de la política nacional bajo el presidente al – Assad y tratados como ciudadanos de segunda; se han llevado a cabo procesos “arabizadores” como parte de este intento de asimilación cultural mediante el desplazamiento de sirios de todo el país hacia la zona norte kurda y la expropiación de tierras.

En cuanto al Kurdistán iraquí, a pesar de ser el más próspero hoy en día en términos económicos y de reconocimiento estatal, puede ser considerado de alguna manera como el más castigado. Mediante la Operación al-Anfal, Saddam Hussein llevó a cabo el genocidio kurdo a finales de los ochenta a cargo del exterminio de más de cien mil kurdos sin distinción de sexo o edad. En Iraq son prácticamente independientes cuentan con gobierno propio, ejército Peshmerga e incluso presidente, a pesar de estar bajo la constitución iraquí.
Con esta breve descripción de la complicada situación del Kurdistán, podemos apreciar como los gobiernos centrales han llevado a cabo por separado campañas para acabar con la fuerza de este pueblo que ha estado a punto de desaparecer en varias ocasiones. Bajo la estrategia del “divide y vencerás”, las potencias europeas y Turquía han conseguido que los recursos kurdos queden en diversas manos, no solo hablando de agua y petróleo, sino también de su gente, previniendo la aparición de un Kurdistán que aparentemente podría haber emergido como un actor bastante fuerte en la región.
Un pueblo cuyas condiciones de partida podrían haber sido una amenaza para los intereses de los gobiernos autocráticos dado la base ideológica y riqueza de su territorio, fue condenado a la supervivencia y dependencia del apoyo de actores externos que en su mayoría les han traicionado sistemáticamente según los intereses de cada momento e incluso los ha llevado a enfrentarse entre ellos.
Paula Gómez (España): Estudiante de Máster en Estudios Geopolíticos, Charles University, Republica Checa
Categorías
Europa, gobernanza, Medio Oriente, Minorías, Regiones, Religión y Culto